lunes, 31 de diciembre de 2012

Qué es educar

En el ángelus del domingo de la Sagrada Familia Benedicto XVI nos ha ofrecido una sintética y profunda definición de la educación: introducción a la vida y a la comprensión de la realidad. Comentando el pasaje del Niño Jesús perdido y hallado en el templo dice:

"La preocupación de María y José por Jesús es la misma de cualquier padre que educa a un hijo, lo introduce a la vida y a la comprensión de la realidad".

Benedicto XVI, Ángelus, 30 diciembre 2012

martes, 25 de diciembre de 2012

La Divinidad sin armas

San Juan de Ávila, recientemente nombrado Doctor de la Iglesia, nos invita a contemplar a Dios nacido en la carne, inerme, para vencer nuestro temor a su grandeza y su poder:

“¿Qué cosa hay en el mundo más flaquita para hacer mal que un niño de dos días?

¿Cuándo un niño de dos días dio bofetada ni mató a nadie? No hay cosa más sin temor que un niño.

Esta es la Divinidad sin armas que dice: No te haré mal, pecador, llégate a mí. Que así como no debes huir de un niño, así no debes huir de mi santa Divinidad”.

San Juan de Ávila

Los pastores se apresuraron

Con esta bellísima exhortación concluye el Papa su homilía en la Nochebuena:

"Los pastores se apresuraron. Les movía una santa curiosidad y una santa alegría. Tal vez es muy raro entre nosotros que nos apresuremos por las cosas de Dios. Hoy, Dios no forma parte de las realidades urgentes. Las cosas de Dios, así decimos y pensamos, pueden esperar. Y, sin embargo, él es la realidad más importante, el Único que, en definitiva, importa realmente.

¿Por qué no deberíamos también nosotros dejarnos llevar por la curiosidad de ver más de cerca y conocer lo que Dios nos ha dicho? Pidámosle que la santa curiosidad y la santa alegría de los pastores nos inciten también hoy a nosotros, y vayamos pues con alegría allá, a Belén; hacia el Señor que también hoy viene de nuevo entre nosotros. Amén".

Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Nochebuena, 24 diciembre 2012.

Una santa curiosidad

El amor y la alegría dieron alas a los pastores de Belén, que se apresuraron en llegar al portal:

"Apenas se alejaron los ángeles, los pastores se decían unos a otros: Vamos, pasemos allá, a Belén, y veamos esta palabra que se ha cumplido por nosotros (cf. Lc 2,15). Los pastores se apresuraron en su camino hacia Belén, nos dice el evangelista (cf. 2,16).

Una santa curiosidad los impulsaba a ver en un pesebre a este niño, que el ángel había dicho que era el Salvador, el Cristo, el Señor. La gran alegría, a la que el ángel se había referido, había entrado en su corazón y les daba alas".

Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Nochebuena, 24 diciembre 2012.

La alegría de percibir la gloria de Dios

Preciosa reflexión del Papa en la Nochebuena:

"Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace. Dios es glorioso. Dios es luz pura, esplendor de la verdad y del amor. Él es bueno. Es el verdadero bien, el bien por excelencia.

Los ángeles que lo rodean transmiten en primer lugar simplemente la alegría de percibir la gloria de Dios. Su canto es una irradiación de la alegría que los inunda. En sus palabras oímos, por decirlo así, algo de los sonidos melodiosos del cielo. En ellas no se supone ninguna pregunta sobre el porqué, aparece simplemente el hecho de estar llenos de la felicidad que proviene de advertir el puro esplendor de la verdad y del amor de Dios.

Queremos dejarnos embargar de esta alegría: existe la verdad. Existe la pura bondad. Existe la luz pura. Dios es bueno y él es el poder supremo por encima de todos los poderes. En esta noche, deberíamos simplemente alegrarnos de este hecho, junto con los ángeles y los pastores".

Benedicto XVI, Homilía durante la Misa de Nochebuena, 24 diciembre 2012.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La caridad de la belleza

Con ocasión del Año de la Fe se expone en la Galería Borghese de Roma la Anunciación de Cortona, del Beato Angélico. El comisario de la exposición, don Alessio Geretti, explica las razones que movieron al cardenal Borghese a crear la galería que lleva su nombre:

"Este santuario del arte en Roma nació del deseo de belleza que aquel creyente llevaba en su corazón. El cardenal había intuido que se puede hacer bien a la humanidad promoviendo y conservando el arte, no sólo dando de comer a los pobres: una indicación que es hoy también válida. La caridad de la belleza es tan importante como la del pan y la asistencia física. Si vivimos en la fealdad estamos más tristes y hacemos menos bien el bien. La belleza sirve para mantener viva la esperanza, incluso en los momentos de crisis".

domingo, 2 de diciembre de 2012

La puerta del Adviento

Homilía en el Primer Domingo de Adviento (2 diciembre 2012):

"Hermanos, esta mañana he recibido un correo electrónico de un sacerdote amigo mío que estudia un Roma. En él, este amigo me saludaba diciendo: ¡Feliz Año Nuevo!

Al principio he pensado que se traba de un error. Porque hay gente que ya se atreve a felicitar la Navidad, aunque estamos comenzando el Adviento. ¡Pero felicitar el Año Nuevo, es demasiado! He mirado la fecha del correo y estaba bien. Y tampoco parece que hubiera perdido la cabeza, porque lo que decía después tenía sentido. Y es que hoy, realmente, inauguramos, con la celebración del Primer Domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico.

Los cristianos no vivimos el tiempo como los demás. El tiempo cristiano no es cíclico, no es un círculo cerrado en el que una y otra vez se repiten los mismos acontecimientos, las cuatro estaciones, los cumpleaños, los aniversarios, las fiestas. Es verdad que podemos vivirlo así, como una cárcel sin novedad aparente. Pero, en realidad, el tiempo del universo, el tiempo de la historia y el de nuestra propia vida avanza, camina hacia su fin.

Y aquí tenemos un problema. Cuando oímos la palabra “fin” normalmente pensamos en el letrero final de las películas, o en la bajada de telón en una obra de teatro. “Fin” significaría entonces: “se acabó”. Y para nuestro mundo, pagano, significa más exactamente: “se acabó para siempre”. El amor se acaba, el placer se acaba, la vida se acaba. Y eso nos aterra, y con razón. No hace falta que además nos amenacen con soles y estrellas que caen del cielo, ni con terremotos o maremotos, ya hay bastante terror en pensar que nuestra vida, con todo lo que amamos, quedará repentinamente truncada. Jesús dice en el Evangelio de hoy: “Aquel día... caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra”.

Sin embargo, la palabra fin tiene otro significado. El fin de algo no es sólo su acabamiento, sino también su “finalidad”, su propósito. ¿Qué fin persigo haciendo esto?, puedo preguntarme. ¿Con qué fin lo has hecho? ¿Qué pretendías? Es decir, la palabra “fin” alude también al sentido del tiempo, a la finalidad o al propósito de la vida, de todo lo que sucede.

Aún más, la palabra “fin” puede traducirse también como “meta”. Y esto nos ayuda aún más. Porque la meta es. ciertamente, el final de un camino, pero indica también el reposo, el cumplimiento, el haber llegado al destino. Y si el destino es bueno, entonces es estupendo haber llegado, haber conseguido alcanzar la meta.

Por eso os decía que los cristianos vivimos el tiempo de un modo distinto, porque tenemos un concepto distinto de la meta, del destino. Nuestro destino es Dios, nuestra meta es el cielo, nuestro fin es nuestro comienzo. Sabéis que hay un dicho que reza: “Nacemos para morir”. Yo prefiero darle la vuelta y decir: “Morimos para nacer”. Nuestro fin, nuestra meta, es nacer a la vida eterna. Y esto ya comenzó el día de nuestro Bautismo, pero es necesario que la Vida Eterna penetre en nuestra carne, en nuestros sentidos, en nuestra manera de pensar y de sentir, y vivamos cada instante del camino con la conciencia de la meta, o mejor, con la presencia de la meta, de la cumbre. Un alpinista no subiría con energía una montaña si no creyera en la cumbre, si no la tuviera presente a cada paso, si no supiera que cada esfuerzo, a veces agónico, le está acercando a la meta.

El tiempo de la creación, y con él el tiempo de nuestra vida, está llamado a entrar en el descanso de Dios. Los seis días de la creación desembocan en el séptimo. Ese séptimo día es el día del Señor, el día del descanso y de la fiesta, el día de la Iglesia. Pero hay un octavo día, que rompe el encadenamiento de las semanas. Ese octavo día es la irrupción en nuestro tiempo mortal de la inmortalidad, y por eso los primeros cristianos edificaron baptisterios octogonales. El lugar del bautismo evoca el octavo día, el día en el que el tiempo entrará en la eternidad. ¿No es una meta hermosa? ¿No es un precioso “fin” del tiempo?

La liturgia, domingo tras domingo, y a través de los tiempos litúrgicos, como éste que hoy comenzamos, nos inserta en el significado del tiempo. Los ciclos litúrgicos no son exactamente un círculo, sino más bien una espiral ascendente, una escalera que nos acerca al destino. Como en la Divina Comedia de Dante, podemos subir, círculo tras círculo, por esta espiral que es el tiempo gobernado por Dios. Ahora se nos abre la puerta del Adviento, para recorrer un nuevo tramo virgen de este camino. Este Adviento no es como el del año pasado, y algunos de vosotros lo sabéis, pues en este año han pasado muchas cosas que os han cambiado.

Entremos en el Adviento con un santo deseo, con una petición: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad... Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza”.

San Pablo nos exhorta hoy: “Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios. Pues proceded así y seguid adelante... Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos... Para que cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre”.

Sólo hay una posible objeción a todo lo que he dicho. Podríais preguntarme: “¿Y si al final del camino me encuentro con el precipicio, con el abismo de mi condenación? Amigos, ni puedo engañarme, ni engañaros. Esta posibilidad está abierta a nuestra libertad. “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, escribió San Agustín. Pero podemos estar ciertos de que Dios no quiere nuestra perdición, y que hace todo lo posible para que nunca sea así. Por eso hoy nos dice en el Evangelio: “Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche de repente aquel día... Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza... para manteneros en pie ante el Hijo del Hombre”.

Encendamos, al comenzar este Adviento, la vela de nuestra fe, tengamos presente nuestro destino e invoquemos el Señor para que venga a nuestra vida y convierta nuestro corazón. Que María Santísima, a la que invocaremos dentro de unos días como Inmaculada, toda hermosa y sin mancha, sostenga nuestra espera y nuestro camino. Amén".


Juan Miguel Prim Goicoechea

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Unidad en la diversidad

¿Cuál es la propuesta de Thibon frente a la metafísica de la separación? Volver a la unidad de la creación salida de las manos de Dios, que no es uniformidad muerta sino amor que mantiene unido lo diverso:

"No queda otro medio de salvación sino retornar a la unidad en la diversidad".

Gustave Thibon, Sobre el amor humano, El Buey Mudo 2010, pp. 9-10.

La metafísica de la separación

Es impresionante cómo Gustave Thibon describe la diferencia entre la unidad de algo vivo y el simulacro de unidad, la uniformidad muerta del mundo moderno:

"La metafísica de la separación es la metafísica del pecado. Pero como el hombre no puede vivir sin un simulacro de unidad, las partes de sí mismo que el pecado disgrega y mata se reúnen después de muertas, no como los órganos de un mismo cuerpo, sino como los granos de arena de un mismo desierto. La separación trae confusión, la ruptura uniformidad. Ya no hay artesanos libres y originales, sino una «masa» de proletarios; ya no hay jefes vivos y responsables, sino trust, oficinas y estados totalitarios; ya no hay parejas de enamorados que se amen con un amor único, sino una belleza estándar y una sexualidad mecanizada".

Gustave Thibon, Sobre el amor humano, El Buey Mudo 2010, p. 10.

Del átomo al ángel

He comenzado a leer un libro de Gustave Thibon (1903-2001), Sobre el amor humano, cuyo título original es Ce que Dieu a uni (1962), que expresa mucho mejor el contenido de las reflexiones del pensador francés. En el prólogo escribe:

"La creación, en su infinita diversidad, forma un conjunto armonioso, y las partes de este conjunto están ligadas entre sí y viven unas por otras. Del átomo al ángel, de la cohesión de las moléculas a la comunión de los santos, nada hay que exista aislado e independiente.

Dios, al crear, une. El hombre –éste es su drama– separa. Rompe con Dios por la irreligión, con sus hermanos por la indiferencia, el odio y la guerra, y con su alma misma por la persecución de bienes aparentes y caducos. Y este ser, separado de todo, proyecta sobre el Universo el reflejo de su división interior; todo lo separa en su contorno. Pone su mano sacrílega sobre los más humildes vestigios de la unidad divina y desmigaja las entrañas de la materia. El hombre atomizado y la bomba atómica se corresponden".

Gustave Thibon, Sobre el amor humano, El Buey Mudo 2010, pp. 9-10.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Toda la casa es su templo

 La escritora alemana Gertrud von le Fort (1876-1971), convertida al catolicismo desde el protestantismo en 1926, escribió esta frase:

"Cuando Dios tiene su altar en el corazón de la madre,
toda la casa es su templo". 

Gertrud von le Fort

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Casa habitada

Hoy celebra la liturgia la Presentación de la Virgen María en el Templo. El Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Pseudo-Mateo, el Evangelio del Nacimiento de María y otros escritos apócrifos relatan que María, a la edad de tres años, fue llevada por sus padres Joaquín y Ana al Templo en cumplimiento de un voto para ser educada y consagrada al Señor. La fiesta data de los siglos VII-VIII y se celebra hoy en recuerdo de la dedicación de la Iglesia de Santa María la Nueva, cerca de los terrenos del templo de Jerusalén en el año 543.

El himno de laudes de hoy utiliza una bella expresión para hablar de María como templo de la divinidad. La llama "casa habitada":

"Tu presentación,
princesa María,
de paz y alegría
llena el corazón.
De Dios posesión
y casa habitada,
eres la morada
de la Trinidad.
A su Majestad
la gloria sea dada. Amén".

domingo, 14 de octubre de 2012

Estar en camino común

El Papa ha compartido un almuerzo con los padres sinodales reunidos en Roma para tratar el tema de la Nueva Evangelización. Al concluir la comida ha anunciado un retraso en el horario de la tarde para permitir el descanso. Ese pequeño detalle expresa la inmensa humanidad del Papa, atento al bien de cada uno. Además ha recordado lo que significa la palabra "sínodo", señalando que Cristo resucitado camina hoy también junto a nosotros y nuestro desencantado mundo.

"Para empezar desearía anunciar un poco de gracia; o sea, esta tarde comenzaremos no a las cuatro y media me parece inhumano, sino a las seis menos cuarto.

Es una bella tradición creada por el beato Papa Juan Pablo II la de coronar el Sínodo con un almuerzo en común. Para mí es una gran alegría que a mi derecha esté Su Santidad el Patriarca Bartolomé, Patriarca ecuménico de Constantinopla, y al otro lado el Archbishop Rowan Williams from the Anglican Communion. Para mí esta comunión es un signo de que estamos en camino hacia la unidad y en el corazón vamos adelante. El Señor nos ayudará a ir adelante también exteriormente. Esta alegría, creo, nos da fuerza igualmente en el mandato de la evangelización.

Synodos quiere decir “camino común”, “estar en camino común”, y así la palabra synodos me hace pensar en el famoso camino del Señor con los dos discípulos de Emaús, que son un poco la imagen del mundo agnóstico de hoy. Jesús, su esperanza, había muerto; el mundo, vacío; parecía que Dios realmente o no estuviera o no se interesara por nosotros. Con esta desesperación en el corazón, y sin embargo con una pequeña llama de fe, van adelante.

El Señor camina misteriosamente con ellos y les ayuda a entender mejor el misterio de Dios, su presencia en la historia, su caminar silenciosamente con nosotros. Al final, en la cena, cuando las palabras del Señor y su escucha ya habían encendido el corazón e iluminado la mente, le reconocieron y por fin el corazón empieza a ver. Así, en el Sínodo, estamos junto a nuestros contemporáneos en camino. Roguemos a Dios para que nos ilumine, nos encienda el corazón para que sea clarividente, nos ilumine la mente; y roguemos para que en la cena, en la comunión eucarística, podamos realmente estar abiertos, verle  y así encender también el mundo y darle su luz".

Benedicto XVI, 12 de octubre de 2012

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Otra lógica: lo grande y lo pequeño

En el Ángelus de este pasado domingo, comentando el Evangelio, Benedicto XVI describe genialmente la diferencia entre Dios y nosotros:

"La lógica de Dios es siempre 'otra' respecto a la nuestra, según lo revelado por Dios a través del profeta Isaías: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros proyectos son mis proyectos" (Is 55,8). Por ello, seguir al Señor le exige siempre al hombre una profunda conversión, de todos nosotros, un cambio en el modo de pensar y de vivir, le obliga a abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y transformar interiormente.

Un punto-clave en el que Dios y el hombre se diferencian es el orgullo: en Dios no hay orgullo, porque Él es toda la plenitud y está siempre dispuesto a amar y a dar vida; en nosotros los hombres, sin embargo, el orgullo está profundamente arraigado y requiere una vigilancia constante y una purificación.

Nosotros, que somos pequeños, aspiramos a vernos grandes, a ser los primeros, mientras que Dios que es realmente grande, no teme abajarse y ser el último.

Y la Virgen María está perfectamente 'sintonizada' con Dios: invoquémosla con confianza, a fin de que nos enseñe a seguir fielmente a Jesús en el camino del amor y de la humildad".

Benedicto XVI

domingo, 23 de septiembre de 2012

La auténtica revolución

Homilía del 23 de septiembre de 2012, XXV domingo del tiempo ordinario:

Celebramos hoy la liturgia del vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario. Nos acompañan hoy los amigos de la Casa de Asturias, que han querido unirse a nuestra celebración para honrar a la Santísima Virgen de Covadonga, la Santina, cuya fiesta se celebra en este mes. Estoy seguro de que todos los que habéis visitado su santuario guardáis un recuerdo imborrable del recogimiento y de la belleza de ese lugar. Y es que hay lugares, en nuestra tierra, que están marcados por la presencia de Dios y por la presencia de la Virgen. Covadonga es uno de ellos.

La liturgia de la Palabra de hoy nos presenta un claro contraste: Jesús acaba de anunciar a sus discípulos que va a ser entregado en manos de los hombres y que le espera la muerte; y añade algo insólito: que a los tres días resucitará. Les acaba de anunciar, por tanto, algo terrible e inaudito, su muerte y resurrección, y sin embargo los discípulos se ponen a discutir quién es el más importante entre ellos. Es como si un familiar te comunicara que tiene cáncer o, en positivo, que ha encontrado una cura para su enfermedad, y tú preguntaras dónde podías ir de vacaciones o qué tiempo hace.

Jesús anuncia su pasión, pues en Él se cumplen las palabras que hemos escuchado, del libro de la Sabiduría: “Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos... Veamos si es cierto lo que dice, vamos a ver qué le pasa en su muerte... Condenémosle a una muerte ignominiosa, pues dice que hay quien mire por él”. El justo, el inocente, siempre es molesto, pues es un reproche silencioso para el que obra el mal.

Pero volvamos a los discípulos. ¿Veis? No eran muy diferentes de nosotros. No entendían lo que Jesús decía, y les daba miedo preguntar. Y en lugar de intentar entender al Maestro, en lugar de preguntarle por el sentido de sus palabras, volvían a sus pensamientos, a sus preocupaciones: ¿quién es el más importante entre nosotros? ¿Será Juan, el discípulo amado? ¿Será Pedro, que parece haberse convertido en nuestro jefe? ¿Será Judas, ya que el Maestro le ha confiado el dinero? Ellos mismos entienden que sus pensamientos no son los más adecuados, pues cuando Jesús les pregunta de qué habían discutido por el camino -y Él ya lo sabía- ellos se quedan callados, avergonzados. Entonces Jesús, lleno de paciencia, les reúne, se sienta y les dice: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

Las palabras de Jesús son una verdadera revolución. El más importante es el que sirve, el que no busca el primer puesto, el que no busca su gloria, sino la de su hermano, el que busca la gloria de Dios. Pero los seres humanos vivimos en guerras y discordias. Lo dice hoy el apóstol Santiago, en la segunda lectura: “Codiciáis lo que no podéis tener y acabáis matando... combatís y hacéis la guerra... No alcanzáis lo que deseáis porque no se lo pedís a Dios... o si no lo recibís es porque pedís mal, para derrocharlo en placeres”.

Es la historia de la humanidad. El Papa acaba de recordar en el Líbano que es hipócrita hablar de paz y vender armas a las partes en conflicto, enriqueciéndose con la muerte de otros. A los seres humanos nos costará siempre este cambio de mentalidad, pero la historia del cristianismo nos da testimonio de una innumerable serie de personas que han tomado al pie de la letra las palabras de Jesús. Comenzando por los propios apóstoles, que se pusieron al servicio de sus comunidades y afrontaron peligros y sufrimientos por anunciar el Evangelio de Cristo. Y todos aquellos que se retiraron del mundo, renunciando a sus bienes, dándolos a los pobres, como San Antonio y los padres del desierto, o los monjes medievales que pusieron sus conocimientos al servicio de las aldeas y las gentes del campo, o los misioneros que fueron a vivir entre los más empobrecidos, o los evangelizadores, o los que fundaron hospitales y casas de misericordia, los que levantaron catedrales o fundaron universidades. Son muchos los que han seguido la indicación de Jesús. Y el hecho de que en la Iglesia haya habido, y quizá siga habiendo, algunas luchas de poder, algunas búsquedas injustificadas de protagonismo, forma parte de la naturaleza humana, siempre llamada a conversión, pero no puede hacernos olvidar que los mejores hijos de la Iglesia, los santos, han querido ser los últimos y así se han convertido en los primeros en el cielo.

Pero Jesús, en el Evangelio que hemos proclamado, añade un gesto a sus palabras: “Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado”. Lo pedíamos en la oración colecta, al principio de la eucaristía: “Concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos para que podamos alcanzar la vida eterna”.

La vida se nos da para hacer el bien, para amar. Como hacían los caballeros andantes -y esta ciudad es un buen sitio para recordarlo- cada uno de nosotros podemos ayudar a desfazer entuertos, acudiendo en auxilio del humilde y del inocente. Podemos cuidar a los niños, acercándoles a Cristo. Podemos ser defensores de los más frágiles. Podemos aprender a servir, aprender a amar. La Iglesia es creíble en sus santos, en quienes no buscan los primeros puestos y sólo los aceptan si es voluntad inequívoca de Dios para servicio del pueblo cristiano. Recordemos que los Papas se consideran a sí mismos “siervos de los siervos de Dios”.

Tenemos mucho trabajo, pero es un trabajo precioso. Vivir relaciones de amistad y de fraternidad, no de poder. Ser padres y madres, no dueños o amos. Buscar cada uno el bien y la alegría de los demás, y no únicamente nuestro propio interés. Nos interesa obrar así para ser felices y para entrar en el Reino de los Cielos. Cristo nos ha precedido en el camino, dejándonos el icono del amor entregado, la Cruz gloriosa. La Virgen, hoy Santina de Covadonga, nos abre sus brazos para acogernos en la familia de los creyentes. Aprendamos en la escuela de Jesús y de María. Que así sea.


Juan Miguel Prim Goicochea

domingo, 9 de septiembre de 2012

Dios está a un milímetro de nosotros

Homilía del domingo 9 de septiembre de 2012, XXIII del tiempo ordinario:

"Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos". Con estas palabras nos describe el Evangelio de hoy la reacción de quienes veían a Jesús actuar cada día, acercándose a las miserias humanas para poner su mano salvadora y curar las enfermedades físicas y espirituales. En este episodio evangélico Jesús cura a un sordomudo. Dice el Evangelio que "le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua". El domingo pasado la primera lectura, del Deuteronomio, se preguntaba admirada: "¿Hay alguna nación tan grande que tenga dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos?". Hoy tenemos la confirmación de esta cercanía de Dios: haciéndose hombre, en Jesucristo, Dios llega a tocar, con sus propios dedos, nuestras heridas, nuestra humanidad doliente.

Ya lo había anunciado el profeta Isaías, en el pasaje que hemos proclamado hace un instante: "Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará". Pero ¿cómo describe Isaías la salvación? "Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará". La salvación del hombre es descrita por la Palabra de Dios como una sanación de nuestras facultades, de nuestras capacidades, que han perdido su capacidad de "ver" a Dios, de "escuchar" su voz, de dialogar con Él. En una reciente entrevista, con ocasión de la publicación de una carta pastoral para el Año de la Fe, el cardenal de Milán dice: "Dios está siempre a un milímetro de cada ser humano. ¿Qué es un milímetro? Casi nada. Pero nosotros  corremos el riesgo de no darnos cuenta". ¡Cuántas personas, después de su muerte, exclamarán: no lo sabía, Dios estaba ahí, a mi lado, y no me di cuenta! Y también nosotros nos daremos cuenta, llenos de un dolor que nos purificará, de cuántas ocasiones hemos perdido, de cuántos días hemos vivido solos, sin percibir que a un milímetro estaba Dios, haciéndonos compañía.

El milagro que necesitamos es recuperar nuestra capacidad de ver y de alabar a Dios. En un librito llamado El sentido del asombro, escrito en 1956 pero publicado ahora en España, la autora Rachel Carson escribe: "El mundo de los niños es fresco, nuevo y precioso, lleno de asombro y emoción. Es una lástima que para la mayoría de nosotros esa mirada clara, que es un verdadero instinto para lo que es bello y que inspira admiración, se debilite e incluso se pierda antes de hacernos adultos". Los que sois abuelos, y los padres con niños pequeños sabéis que es así. La mirada del niño, cuando no está atrapada por la consola o el ordenador, está llena de asombro y de preguntas. ¿Y esto qué es? ¿Y para qué sirve? ¿Y quién lo ha hecho? ¿Y por qué? Toda la realidad es un gran signo de interrogación, que nos hace admirarnos y explorar, a la búsqueda del significado total.

La autora narra en este pequeño libro, que os recomiendo, las aventuras pasadas junto a su sobrino en los bosques y en el mar, junto a la costa de Maine. Y hablando de la educación de los primeros años de la vida de un niño dice: "Los años de la infancia son el tiempo para preparar la tierra. Una vez que han surgido las emociones, el sentido de la belleza, el entusiasmo por lo nuevo y lo desconocido, la sensación de simpatía, la compasión, la admiración o el amor, entonces deseamos un conocimiento acerca del objeto de nuestra conmoción. Una vez que lo encuentras tiene un significado duradero. Es más importante preparar el camino del niño que quiere conocer, que darle un montón de datos que no está preparado para asimilar". Me parece ésta una buena recomendación para padres y educadores. De hecho, como escribe la autora: "Para mantener vivo en un niño su innato sentido del asombro... se necesita la compañía, al menos, de un adulto con quien poder compartirlo, redescubriendo con él la alegría, la expectación y el misterio del mundo en que vivimos". Nosotros podemos ser esos adultos que ayuden a los más pequeños a abrir los ojos, o a no cerrarlos, ante las maravillas del mundo.

La Iglesia confía esa educación, en primer lugar, a la familia, a los padres, a los abuelos. Y ofrece la ayuda de la parroquia, del colegio, de la catequesis, de los sacramentos. Ahora que empezamos un nuevo curso escolar y pastoral, comprometámonos todos en la educación de los niños y los jóvenes. Pero, ¿por dónde empezar? Por el primero de los sacramentos: el Bautismo. En los primeros siglos del cristianismo este sacramento era llamado "iluminación", porque en él nuestros ojos se abren al mundo de la fe, reciben la capacidad de ver las cosas de Dios. Y hay un rito, dentro de la celebración del bautismo, que aun siendo opcional yo creo que siempre habría que hacer. Es el  rito llamado "Effetá", en el que el sacerdote, tocando los oídos y la boca del niño, dice: "El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe". "Effetá", como nos recuerda hoy el Evangelio, significa "Ábrete". ¡Qué sabiduría, la de la Iglesia, que sabe que el ser humano, necesita, desde su más tierna infancia, la ayuda de Dios, la compañía de los adultos, para abrirse, para aprender a mirar el mundo! ¡Y que necesita la ayuda de la Iglesia, de la comunidad cristiana, para escuchar -a su tiempo- la Palabra de Dios, para alabarle.

Somos seres litúrgicos, nuestra vocación es la alabanza. "¡Alaba, alma mía, al Señor!", hemos rezado con el salmista. Si somos capaces de asombrarnos, si tenemos ojos para las maravillas de Dios, entonces podremos dar gloria al autor de tanta belleza. No nos hacen falta riquezas -como nos recuerda hoy el apóstol Santiago-, ni una salud a prueba de bombas, ni es necesario que todos hablen bien de nosotros. Lo único que necesitamos es que nuestros ojos vean, que nuestros oídos escuchen y que nuestra boca proclame la grandeza de nuestro Dios. Todo lo demás lo tendremos, multiplicado, en la vida eterna. Os deseo un feliz domingo y una buena semana, en el asombro del amor de Dios, que toca nuestra humanidad por medio de su Cuerpo glorioso, que es Jesucristo Resucitado, presente en su Iglesia. ¡Que nuestra Señora, la Virgen del Val nos sostenga con su intercesión materna!


Juan Miguel Prim Goicoechea

domingo, 2 de septiembre de 2012

El verdadero Dios y los falsos infinitos

Homilía en el Domingo XXII del Tiempo Ordinario (2 septiembre 2012):

En este primer domingo del mes de septiembre la liturgia de la Palabra nos recuerda la necesidad que tiene nuestra vida, nuestra persona, de relacionarse con algo o mejor con Alguien más grande que nosotros. ¿Por qué nosotros sentimos la necesidad de acudir al templo, de celebrar la Eucaristía, de rezar? Hay muchos que no lo hacen. Mirando nuestra asamblea constatamos que faltan muchas personas que viven cerca de nosotros, que viven en nuestra misma ciudad, quizá que pertenecen a nuestra propia familia. Cada domingo miles de católicos acuden a los templos para celebrar la Eucaristía y sigue habiendo parejas que deciden casarse por la Iglesia, padres que piden el bautismo para sus hijos, familiares que piden un funeral por sus seres queridos...  Pero otros muchos ya no lo hacen. El número de bodas por la Iglesia ha descendido drásticamente, así como el número de jóvenes que practican la religión. ¿Cuántas personas confiesan hoy sus pecados? ¿Cuántas rezan? Nos podemos preguntar entonces: ¿es verdaderamente religioso el hombre por naturaleza? ¿O la religión es cosa de algunos, es una especie de sentimiento personal que unos necesitan y otros no? ¿O es, quizá, un residuo de tiempos pasados que se resiste a desaparecer, un consuelo, un refugio?

El poeta inglés Eliot, en su obra Los Coros de la Roca, describe cómo los hombres han buscado a lo largo de la historia la Luz -con mayúsculas-, el significado, cómo han inventado las religiones, y cómo en un determinado momento esa Luz del Misterio ha traspasado el umbral y ha entrado en la historia, en la persona de Jesucristo. Os leo unas líneas de su poema, que evoca las primeras páginas del Génesis:

"En el principio Dios creó el mundo. Yermo y vacío. Y la oscuridad estaba sobre la faz del mundo. Y cuando hubo hombres, en sus modos diversos, lucharon en tormento hacia Dios (esta es la historia de la humanidad, una lucha con Dios, hacia Dios). Ciega y vanamente, pues el hombre es cosa vana, y el hombre sin Dios es una semilla al viento: llevado de un lado a otro, sin encontrar un lugar de asentamiento y germinación. Ellos siguieron la luz y la sombra, y la luz los condujo hacia adelante, a la luz, y la sombra los condujo a la oscuridad. Rindiendo culto a serpientes y árboles, a demonios antes que a nada: clamando por vida más allá de la vida, por un éxtasis no de la carne... (es decir, por algo más que los placeres de este mundo). Yermo y vacío, y oscuridad sobre la faz de lo profundo".

Pero la presencia de Dios estaba en el mundo desde sus orígenes: "Y el Espíritu se movía sobre la faz del agua. Y los hombres se volvieron hacia la luz y fueron conocidos de la luz. Inventaron las Grandes Religiones; y las Grandes Religiones eran buenas. Y condujeron a los hombres de luz en luz, al conocimiento del Bien y del Mal. Pero su luz estaba siempre rodeada y herida por la oscuridad". Es decir, el impulso religioso del hombre no es suficiente, porque el hombre imagina a Dios, partiendo de los elementos de la naturaleza, y a veces llega a aberraciones: "Y llegaron a un punto final, a un punto muerto agitados por un destello de vida... rueda de plegarias, culto a los muertos, negación de este mundo, afirmación de ritos con significados olvidados. En la arena siempre móvil azotada por el viento... Yermo y vacío. Y oscuridad sobre la faz de lo profundo".

La historia de la humanidad nos enseña que los hombres de todos los tiempos, de todas las culturas, han buscado a Dios y han desarrollado creencias y ritos, para relacionarse con Él. Pero la pluralidad de religiones nos habla de la insuficiencia, de la inevitable limitación de esta búsqueda. No todas las religiones son iguales, no todas dan culto a Dios como Dios quiere, no todas salvan la dignidad del ser humano y su condición de imagen de Dios. Nosotros no somos católicos sólo por tradición, por haber nacido en una familia o en un contexto católico. Somos católicos, porque como dice hoy la primera lectura: "¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?". Son palabras de Moisés, tras entregar a su pueblo las tablas de la ley dadas por Dios en el Sinaí; y ciertamente, la fe de Israel representa en el mundo de las religiones antiguas una purificación de la imagen de Dios, un culto superior, como reconocen hoy los historiadores de las religiones.

Pero no es suficiente. También el culto de Israel se desvió. Jesús, en el Evangelio que hemos proclamado, recoge las duras palabras del profeta Isaías, y las lanza contra los escribas y fariseos: "Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos".

¿Cuál es entonces la religiosidad verdadera, el culto agradable a Dios? Santiago dice en la segunda lectura: "Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni periodos de sombra". El contenido de nuestra religión y de nuestro culto no lo hemos inventado nosotros, nos viene de lo alto. Porque como dice Eliot en su poema, hablando de la Encarnación del Hijo de Dios:

"Entonces llegó, en un momento predeterminado... partiendo, bisecando el mundo del tiempo (en efecto, nosotros contamos todavía los años antes de Cristo y después de Cristo), entonces pareció como si los hombres tuvieran que avanzar de la luz a la luz, en la luz de la Palabra, a través de la Pasión y el Sacrificio, salvados a persar de su ser negativo..." El cristianismo no es tanto una religión, cuanto una Revelación. Es Dios mismo quien ha venido a nuestro encuentro y nosotros le respondemos, y le rezamos con las palabras que Él mismo nos ha dado, y ofrecemos el Sacrificio de su Hijo y escuchamos su Palabra. Esta es la fe que ha construido Europa y España durante tantos siglos, la de los monasterios y la catedrales, de los hospitales y la gesta de la evangelización. Es verdad que ha habido pecados cometidos por los cristianos, porque somos "egoístas y torpes", "carnales", nos buscamos a nosotros mismos como siempre, pero aun así la humanidad ha seguido este camino durante siglos con fruto, con los frutos de arte, civilización y cultura que todos conocemos.

Ahora bien, termina diciendo Eliot: "parece que ha ocurrido algo que nunca antes había ocurrido: aunque no sabemos justo cuándo, o por qué, o cómo, o dónde. Los hombres han dejado a Dios no por otros dioses, dicen, sino por ningún dios; y esto nunca antes había ocurrido". Que el hombre de hoy no sienta necesidad de Dios, que no busque darle culto, que no rece, es algo que no había pasado nunca. ¿Será verdad que el ser humano no es por naturaleza religioso?

En realidad, el ser humano sólo puede ser religioso... o idólatra. Cuando no da culto al verdadero Dios rinde tributo a otros "dioses": "Nunca antes había ocurrido que los hombres a la vez nieguen a los dioses y rindan culto a los dioses, profesando primero la Razón, y luego el Dinero, y el Poder, y lo que ellos llaman Vida, o Raza, o Dialéctica". Al final del poema Eliot enumera los tres Ídolos ante los que hoy se arrodilla el hombre: "Los hombres han olvidado a todos los dioses, excepto la Usura, la Lujuria y el Poder". ¿Se puede decir mejor?

El hombre es relación con el Infinito, con Dios. Lo ha recordado el Papa este verano, en el Mensaje que ha dirigido al Meeting de Rímini: "No solo mi alma, sino cada fibra de mi carne está hecha para encontrar su paz, su realización en Dios. Y esta tensión es imborrable en el corazón del hombre: incluso cuando se rechaza o se niega a Dios no desaparece la sed de infinito que habita en el hombre. Comienza, en cambio, una búsqueda afanosa y estéril de «falsos infinitos» que puedan satisfacer al menos por un momento. La sed del alma y el anhelo de la carne... no se pueden eliminar, así el hombre, sin saberlo, va a la búsqueda del Infinito, pero en direcciones equivocadas: en la droga, en una sexualidad vivida en modo desordenado, en las tecnologías totalizantes, en el éxito a cualquier precio, inclusive en formas engañosas de religiosidad. Incluso las cosas buenas, que Dios ha creado como caminos que conducen a Él, con frecuencia corren el riesgo de volverse absolutas y convertirse en ídolos que sustituyen al Creador. Es necesario erradicar todas las falsas promesas de infinito que seducen al hombre y lo hacen esclavo. Para encontrarse verdaderamente a sí mismo y la propia identidad, para vivir a la altura del propio ser, el hombre debe volver a reconocerse creatura, dependiente de Dios".

Esta es la propuesta de la Iglesia, especialmente en este curso en que celebraremos el Año de la Fe. Con palabras del apóstol Santiago: "Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos".

Juan Miguel Prim Goicoechea

jueves, 30 de agosto de 2012

He dicho que no a Dios...

Ha llegado a mis ojos una cita de Jean Rostand (1894-1977), biólogo y filósofo francés. Me parece interesante para ir preparando el Año de la Fe. Hablando de su relación con Dios escribe: 

“Me lo planteo todos los días, sin cesar. He dicho que no. He dicho que no a Dios, por decirlo brutalmente, pero en cada momento, la cuestión vuelve a presentarse. Por ejemplo cuando se habla del azar. Yo me digo: No puede ser el azar el que combina los átomos. Entonces, ¿qué? (...). Estoy obsesionado, digamos el término: obsesionado; si no por Dios, al menos por el no-Dios”.

“ No es un ateísmo sereno, ni jubiloso, ni contento. No. Ni me satisface ni me llena; es algo vivo, siempre al rojo vivo. La llaga se abre sin cesar”.

Jean Rostand

lunes, 18 de junio de 2012

El destino del hombre es el amor

"... porque el destino del hombre es el amor,
y cada uno tiene su propia lucha y su propio camino".

Francisco Brines

La debilidad es la fuerza de la semilla

El cristianismo es paradójico, o mejor, Dios es paradójico. Es decir, nos sorprende siempre, supera nuestra lógica con la suya, que parece imposible. Nos lo ha recordado de nuevo Benedicto XVI este domingo al comentar así la parábola de la pequeña semilla de mostaza que da origen a la mayor de las plantas: 

"Al partirse [la semilla] nace un brote capaz de romper el suelo, de salir a la luz solar y de crecer hasta convertirse en 'la más grande de todas las plantas del jardín': la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su fuerza. Así es el Reino de Dios: una realidad humana pequeña, compuesta por quien es pobre de corazón, por quien no confía solo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quien no es importante a los ojos del mundo; no obstante, a través de ellos irrumpe el poder de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante".

Benedicto XVI, Angelus, domingo 17 de junio de 2012.

viernes, 15 de junio de 2012

Una infinita curiosidad

Última cita de El sentido del asombro, de Rachel Carson. La curiosidad y el asombro no se dirigen sólo al mundo que nos rodea, sino también, y de manera especial, al mundo que esperamos. La autora recoge el testimonio de Otto Pettersson, oceanógrafo sueco, quien a punto de morir -a los 93 años- dijo a su hijo: 

"Lo que me sostendrá en mis últimos momentos es una infinita curiosidad por lo que sigue".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro, Madrid 2012, p. 45.

Un renovado entusiasmo por vivir

La creación, obra de Dios, nos enseña a esperar la Vida tras la muerte, sosteniendo nuestra esperanza:

"¿Cuál es el valor de conservar y fortalecer este sentido de sobrecogimiento y de asombro, este reconocer algo más allá de las fronteras de la existencia humana?

Yo estoy segura de que hay algo más profundo, algo que perdura y tiene significado. Aquellos que moran, tanto científicos como profanos, entre las bellezas y misterios de la tierra nunca están solos o hastiados de la vida. Cualquiera que sean las contrariedades o preocupaciones de sus vidas, sus pensamientos pueden encontrar el camino que lleve a la alegría interior y a un renovado entusiasmo por vivir. Aquellos que contemplan las bellezas de la tierra encuentran reservas de fuerza que durarán hasta que la vida termine.

Hay una belleza tan simbólica como real en la migración de las aves, en el flujo y reflujo de la marea, en los repliegues de la yema preparada para la primavera. Hay algo infinitamente reparador en los reiterados estribillos de la naturaleza, la garantía de que el amanecer viene tras la noche, y la primavera tras el invierno".

R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro, Madrid 2012, pp. 44-45.

jueves, 14 de junio de 2012

Un mundo de cosas pequeñas

El asombro no se dirige sólo a lo infinitamente grande -el cielo estrellado-, o a la naturaleza que nos rodea a nuestra propia escala -el mar, los bosques, las aves-, sino que:

"Hay un mundo de cosas pequeñas que pocas veces se ve. Muchos niños, quizás porque ellos mismos son pequeños y están más cerca del suelo que nosotros, se dan cuenta y disfrutan con lo pequeño y que pasa desapercibido. Quizás por esto es fácil compartir con ellos la belleza que solemos perdernos porque miramos demasiado deprisa, viendo el todo y no las partes.

Algunas de las más exquisitas obras de la naturaleza están a una escala de miniatura, como sabe quien haya mirado un copo de nieve a través de una lupa".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro, Madrid 2012, p. 34.

La belleza sobre sus cabezas

Sigo leyendo El sentido del asombro, librito de Rachel Carson que acaba de publicar Encuentro. La autora nos invita a no dar nada por supuesto, a apreciar la belleza de este mundo salido de las manos de Dios como si lo viéramos por primera o por última vez:

"Para la mayoría de nosotros el conocimiento de nuestro mundo viene en gran medida a través de la vista, pero miramos alrededor con ojos tales que no vemos que somos parcialmente ciegos. Una manera de abrir los ojos a la belleza inapreciada es preguntarte a ti mismo: ¿Qué pasaría si nunca lo hubiera visto? ¿Qué pasaría si supiera que no lo veré nunca otra vez?

Recuerdo una noche de verano cuando este pensamiento me vino con fuerza. Era una noche clara sin luna. Con un amigo fuimos a un cabo que era casi una isla pequeña, estando todo rodeado por el agua de la bahía. Allí el horizonte está remoto y lejana la frontera del borde del espacio. Nos tendimos y miramos al cielo y al millón de estrellas que brillaban en la oscuridad. La noche estaba tan en calma que podíamos oír el ruido de las boyas sobre el acantilado más allá de la boca de la bahía. Una o dos veces una palabra dicha por alguien en la lejana orilla de la playa era traída por el aire despejado. Unas pocas luces ardían en las cabañas. Aparte de eso no había nada que nos recordara una presencia humana; mi acompañante y yo estábamos solos con las estrellas. Nunca las había visto tan hermosas: el río brumoso de la Vía Láctea fluyendo a través del cielo, los dibujos de las constelaciones, brillantes y nítidas, un planeta centelleante más abajo en el horizonte. Una o dos veces un meteorito se consumió en su camino hacia la atmósfera de la tierra.

Se me ocurrió que si esto pudiera verse sólo una vez en un siglo o incluso una vez en una generación este cabo estaría atestado de espectadores. Pero como lo podemos ver muchas decenas de noches en cualquier año, las luces arden en las cabañas y los habitantes probablemente no otorgan ningún pensamiento a la belleza sobre sus cabezas; y porque pueden verlo casi cualquier noche, quizás no lo verán nunca".

R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro, Madrid 2012,  pp. 31-32.


sábado, 9 de junio de 2012

Tiempo para preparar la tierra

A los padres, que con frecuencia se agobian ante las preguntas de los niños -que habitualmente no saben responder- y que quieren evitarles precisamente aquellas aventuras que más les entusiasman, por miedo a que se ensucien o se mojen, Rachel Carson les dice:

"Los padres a menudo tienen un sentimiento de incompetencia cuando se enfrentan por un lado con la impaciente y sensitiva mente de un niño, y por el otro con un mundo físico de naturaleza compleja, una vida tan diversa y nada familiar, que parece imposible reducirlo para ordenarlo y conocerlo (...)

Yo sinceramente creo que para el niño, y para los padres que buscan guiarle, no es ni siquiera la mitad de importante conocer como sentir. Si los hechos son la semilla que más tarde produce el conocimiento y la sabiduría, entonces las emociones y las impresiones de los sentidos son la tierra fértil en la cual la semilla debe crecer. Los años de la infancia son el tiempo para preparar la tierra. Una vez que han surgido las emociones, el sentido de la belleza, el entusiasmo por lo nuevo y lo desconocido, la sensación de simpatía, compasión, admiración o amor, entonces deseamos el conocimiento acerca del objeto de nuestra conmoción. Una vez que lo encuentras, tiene un significado duradero. Es más importante preparar el camino del niño que quiere conocer que darle un montón de datos que no está preparado para asimilar".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro 2012, pp. 28-29.

La compañía de un adulto

"Para mantener vivo en un niño su innato sentido del asombro, sin contar con ningún don concedido por las hadas, se necesita la compañía de al menos un adulto con quien poder compartirlo, redescubriendo con él la alegría, la expectación y el misterio del mundo en que vivimos".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro 2012, p. 28.

El antídoto contra el desencanto

Sigo leyendo en el librito de Rachel Carson:

"Si yo tuviera influencia sobre el hada madrina, aquella que se supone preside el nacimiento de todos los niños, le pediría que le concediera a cada niño de este mundo el don del sentido del asombro tan indestructible que le durara toda la vida, como un inagotable antídoto contra el aburrimiento y el desencanto de años posteriores, la estéril preocupación de problemas artificiales, el distanciamiento de la fuente de nuestra fuerza".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro 2012, p. 28.

El sentido del asombro

En 1965, un año después de la muerte de su autora, fue publicado The Sense of Wonder, un breve librito que recoge un artículo de 1956 de Rachel Carson, en el que la escritora narra algunas experiencias vividas junto a su sobrino Roger en los bosques y en el mar, junto a la costa de Maine. Aparece ahora la traducción española, publicada por Ediciones Encuentro. Recojo un párrafo:

"El mundo de los niños es fresco y nuevo y precioso, lleno de asombro y emoción. Es una lástima que para la mayoría de nosotros esa mirada clara, que es un verdadero instinto para lo que es bello y que inspira admiración, se debilite e incluso se pierda antes de hacernos adultos".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro 2012, p. 28.

sábado, 26 de mayo de 2012

La vocación poética

Este año se cumple el primer centenario del nacimiento de un poeta italiano poco conocido en España, Giorgio Caproni (1912-1990). Hablando de su vocación poética dice:

"La poesía ha sido para mí, desde niño, la búsqueda de mí mismo, de mi identidad. Intentar comprender quién soy y, a través de mí, intentar comprender quiénes son los demás. En mi opinión el poeta es un poco como el minero, que partiendo de la superficie –es decir, de la autobiografía– excava, excava, excava hasta que encuentra un fondo en el propio yo que es común a todos los hombres".


Giorgio Caproni

miércoles, 28 de marzo de 2012

Elogio a los poetas

Poema del joven poeta Juan Meseguer, en que se hace el elogio del poeta, que logra decir la realidad, "entenderse con la vida", sin charlatanería, sin abusar de las palabras, con "modesta elocuencia":

Elogio a los poetas

"Los poetas
―almas introvertidas, casi siempre―
se entienden a menudo con la vida
en muy pocas palabras.
Son
para los charlatanes de este mundo
un ejemplo modesto de elocuencia".

Juan Meseguer, Bancos de arena, 2006.

domingo, 12 de febrero de 2012

Quiero, queda limpio

Interesante: no es el hombre impuro el que contamina a Dios, sino Dios el que purifica al hombre. Y lo hace "tocándolo", es decir, mediante su humanidad resucitada, mediante su Iglesia:

«La actitud de Jesús con relación al leproso revela un cambio de perspectiva. No es el hombre impuro el que puede contaminar a Dios, sino que es Dios el que hace puro al hombre. La pureza que irradia Jesús es la fuerza de la santidad divina; una potencia capaz de limpiar cualquier mancha que ensucie al hombre. Jesús es el Salvador universal y espiritual de todos, que extiende su mano y toca al leproso diciendo: "Quiero: queda limpio".

El gesto físico de tocar al impuro manifiesta que el Señor no emplea sólo el poder de su palabra –que hubiera bastado– sino que también pone en juego su humanidad porque Él quiere salvarnos "no sólo con el poder de su divinidad, sino asimismo mediante el misterio de su encarnación" (STh III 3 ad 2)».

Guillermo Juan Morado, Homilía para el VI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo B), 11 de febrero de 2012.

Si quieres, puedes limpiarme

En el Evangelio de hoy (Mc 1,40-45) se narra la curación milagrosa de un leproso que «se acercó a Jesús y, de rodillas, le suplicó: 'Si quieres, puedes limpiarme'. Él, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: 'Quiero: queda limpio'». Comenta el Papa:

«En la lepra se puede vislumbrar un símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del corazón, capaz de alejarnos de Dios. En efecto, no es la enfermedad física de la lepra lo que nos separa de él, como preveían las antiguas normas, sino la culpa, el mal espiritual y moral. Por eso el salmista exclama: "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado". Y después, dirigiéndose a Dios, añade: "Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: 'Confesaré al Señor mi culpa', y tú perdonaste mi culpa y mi pecado" (Sal 32, 1.5).

Los pecados que cometemos nos alejan de Dios y, si no se confiesan humildemente, confiando en la misericordia divina, llegan incluso a producir la muerte del alma. Así pues, este milagro reviste un fuerte valor simbólico. Como había profetizado Isaías, Jesús es el Siervo del Señor que "cargó con nuestros sufrimientos y soportó nuestros dolores" (Is 53, 4). En su pasión llegó a ser como un leproso, hecho impuro por nuestros pecados, separado de Dios: todo esto lo hizo por amor, para obtenernos la reconciliación, el perdón y la salvación.

En el sacramento de la Penitencia Cristo crucificado y resucitado, mediante sus ministros, nos purifica con su misericordia infinita, nos restituye la comunión con el Padre celestial y con los hermanos, y nos da su amor, su alegría y su paz».

Benedicto XVI, Angelus, domingo 15 de febrero de 2009.

domingo, 5 de febrero de 2012

Una apertura a Alguien distinto de mí

Os propongo este humilde y valiente testimonio de Giorgio Vittadini, perteneciente a los Memores Domini o Grupo Adulto, laicos consagrados que siguen la experiencia de Comunión y Liberación. La perfección humana no está en la "ataraxia", en la impasibilidad, en no dejarse herir, sino en la búsqueda y la apertura a la única Presencia que –a través de sus "hechos"– puede colmar la vida:

«Mi recorrido existencial de los últimos seis años, cuya novedad principal puedo describir como la 'explosión' de la desproporción estructural, ha sido la radicalización de la percepción de mi necesidad humana, de una exigencia de significado, casi lacerante en ciertos momentos, unida a la percepción de la imposibilidad humana de colmarlo y a la caída de muchas ilusiones.

Lo primero que quiero deciros es que mirar a Carrón en estos años ha significado el despertar de mi exigencia radical, darme cuenta de que había reducido toda la historia precedente, de que mi despertar no ha dependido de 'estudiar' El Sentido Religioso, sino de la convivencia con el acontecimiento de Cristo que algunos amigos me testimoniaban. El encuentro con un testigo vivo no me ha vuelto más granítico; yo pensaba que madurar equivalía un poco a la "ataraxia". En cambio, me encuentro ahora mucho más frágil, con mayor turbación, mucho más vulnerable, mucho más afectado por la enfermedad de alguien o por un proyecto que no se realiza, por un deseo que no se cumple, por la angustia ante la suerte de un amigo y del mundo.

La herida es mucho más radical que antes (la herida esencial, personal, psicológica), y las cosas y las personas me turban mucho más. Pero, al mismo tiempo, la novedad es que percibo que nadie puede responder a esta vorágine sino Alguien que no se puede reducir a la naturaleza. Es una apertura a Alguien distinto de mí. Es decir, me he dado cuenta en estos años, en esta convivencia, del engaño que supone tratar de llenar la exigencia humana con algo menor de lo que puede satisfacerla, y esto se puede vivir perfectamente –siendo del Grupo Adulto– con fidelidad, como creo haber tratado de vivir en estos años; pero la esperanza humana no está puesta en Cristo presente, y es como si se vivieran vidas paralelas (el dualismo del que hablamos a menudo): por una parte, afirmas a Cristo y crees que rezas, pero el criterio de juicio que utilizas en relación con la realidad está basado en otra cosa.

Si mi necesidad es tan grande, necesito volver a encontrar esta Presencia siempre, no una vez; si no la vuelvo a encontrar no estoy bien, y ciertos días eso lo llego a percibir físicamente, como si una herida traspasase el corazón, y entonces necesito ver Sus hechos, porque estos hechos son como el bálsamo del abismo que tengo dentro. Y así ha sucedido algo extraño: la Presencia ha desencadenado la percepción de mi desproporción, pero la desproporción me ha vuelto capaz de ver esta Presencia en cosas en las que antes no caía».

G. Vittadini, en Ejercicios de la Fraternidad de Comunión y Liberación, «Si uno está en Cristo es una criatura nueva», Rímini 2011, pp. 30-31.

Una humanidad dispuesta

No, no es una estupidez –véase entrada anterior– esperar un imprevisto. En lenguaje cristiano se llama "gracia" o "milagro". Y se puede pedir:

«Es de un milagro de lo que tenemos necesidad. Y esto nos sitúa en una posición totalmente diversa, porque no es sólo nuestro esfuerzo, nuestro proyecto, sino una intervención de Dios, un milagro, lo que puede hacer que vuelva a suceder en nosotros el milagro del inicio... Lo más razonable, entonces, es pedir... pedir que vuelva a suceder, por nuestro bien y por el bien del mundo. Y pedir, al mismo tiempo, estar disponibles ahora: que esta gracia encuentre en nosotros una humanidad dispuesta».

J. Carrón - F. Ventorino, Parole ai pretti, SEI, Torino 1996, pp. 86-87.

Un imprevisto es la única esperanza

Abrir las ventanas, decía el Papa. Dejar entrar en nuestra mirada, en nuestra vida, la realidad, con toda su grandeza. Porque en la realidad –no programable– está el Misterio, nuestra única esperanza. Escribía el poeta Eugenio Montale:

«Y ahora, ¿qué será de mi viaje? Demasiado cuidadosamente lo he estudiado, sin saber nada de él. Un imprevisto es la única esperanza. Pero me dicen que es una estupidez decírselo».

E. Montale, «Antes del viaje».

Abrir las ventanas

En su viaje a Alemania el Papa pronunció estas palabras, que describen gráficamente la urgencia de salir de la cárcel del positivismo, de una mirada reducida y asfixiante a la realidad y a nosotros mismos:

«Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo».

Benedicto XVI, Discurso al Parlamento federal, Berlín, 22 de septiembre de 2011.

Un alma asediada

«Homo capax Dei», decían los antiguos. El ser humano es "capaz de Dios", es decir, su capacidad, su plenitud es Dios. Por eso sólo Él corresponde a nuestro deseo, a nuestra urgencia. Léon Bloy escribía:

«¡Un alma a la que Dios asedia con toda su potencia!, ¿cabe imaginar algo más bello?»

L. Bloy, Mi diario (1896-1900).

Eterna santa tristeza

Estos días he escuchado de nuevo de labios de un amigo la excepcional frase de Dostoievsky que habla de la grandeza de nuestro corazón, que no puede contantarse con cosas mezquinas, porque está hecho para el infinito:

«Había sabido pulsar en el corazón de su amigo las cuerdas más profundas y provocar en él la primera sensación, aún indefinida, de aquella eterna santa tristeza que algunas almas elegidas, tras haberla gustado y conocido, no cambiarán nunca por una satisfacción barata».

F. Dostoievsky, Los demonios.

viernes, 3 de febrero de 2012

No un desapego, sino una pasión conmovida

¿Cómo vivir la experiencia del dolor, de un gran dolor? ¡Qué diferentes son las propuestas del budismo y del cristianismo!:

«En uno de los escritos sagrados del Beato oriental [Buda] se cuenta este diálogo entre el Maestro y Visakha:

"El Beato le dijo: ¿Por qué sigues aquí, Visakha, con las ropas y los cabellos todavía húmedos? [por el rito fúnebre].
- Mi querida sobrina ha muerto, por eso estoy aquí...
- Visakha, a quien le importan cien cosas tiene cien dolores. A quien le interesan noventa tiene noventa dolores. Quien ama ochenta, treinta, veinte, diez cosas tiene ochenta, treinta, veinte, diez dolores. Quien ama una sola cosa tiene un solo dolor. Y quien no ama nada, éste no sufre dolor alguno. Y es un hombre sereno quien no sufre dolor ni pasión. Los dolores, las lamentaciones y los sufrimientos en este mundo son innumerables por culpa de las cosas que amamos: pero si no existe nada que nos sea amable, no existe el dolor. Por eso, los que no aman a nada ni a nadie en el mundo son felices y están libres de sufrimiento".

Qué distinto de esta postura que congela la afectividad y censura la naturaleza apasionante del vivir es el arrojo con el que Cristo se detiene ante la viuda de Naín y, como refiere Lucas, «movido a compasión hacia ella», le dice: ¡No llores! Y ¡qué diferente es ese hombre-Dios que llora ante la noticia de la muerte de su amigo Lázaro o que, incontables veces, se para delante del dolor del ciego, del lisiado o del dolor loco del endemoniado!

No un desapego de la condición humana sino una pasión conmovida delante de su pena: es ésta la gran novedad que introdujo el cristianismo».


Davide Rondoni, en la introducción a E. Mounier, Cartas desde el dolor, Encuentro, Madrid 1998, pp. 8-9.

domingo, 15 de enero de 2012

Esperar lo inesperado

A vueltas con la vocación, con la llamada de Dios. Lo primero que se nos pide cada día es la atención, la espera:

"Si no esperas lo inesperado no lo reconocerás cuando llegue".

Heráclito

La luz para ver nuestro propio nombre

Recojo esta anécdota que nos habla de la importancia de tener luz -la luz de la fe- para poder encontrar la verdad sobre nosotros mismos:

"Cuenta Máximo Gorki la historia de un pensador ruso que pasaba por una etapa de cierta crisis interior y decidió ir a descansar unos días a un monasterio. Allí le asignaron una habitación que tenía un cartelillo sobre la puerta en el que estaba escrito su nombre. Por la noche, no lograba conciliar el sueño y decidió salir a dar un paseo por el imponente claustro. A su vuelta, se encontró con que no había suficiente luz en el pasillo para leer el nombre que figuraba en la puerta de su dormitorio. Fue recorriendo el claustro y todas las puertas le parecían iguales. Por no despertar a los monjes, pasó la noche entera dando vueltas por el enorme y oscuro corredor. Con la primera luz del amanecer distinguió al fin cuál era la puerta de su habitación, por delante de la cual había pasado tantas veces a lo largo de la noche, sin advertirlo.

Aquel hombre pensó que todo su deambular de aquella noche era una figura de lo que a los hombres nos sucede muchas veces. Pasamos por delante de la puerta que conduce al camino que estamos llamados, pero nos falta luz para verlo".

Mediocridad y grandeza

En la primera lectura de este domingo, segundo del tiempo ordinario, escuchamos la vocación de Samuel, el profeta. Por tres veces Dios llama al niño en medio de la noche, pero él confunde la voz de Dios con la del anciano Elí, hasta que éste le enseña que es Dios mismo quien le llama. ¡Qué importante es tener cerca personas que nos ayuden a reconocer la llamada de Dios en las circunstancias concretas de nuestra vida! Porque como dice el genial Chesterton:

"La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta".

G. K. Chesterton

domingo, 1 de enero de 2012

Salve, río de paz y de gracia

¡Feliz Año nuevo! La liturgia de este día celebra a Santa María como Madre de Dios -Theotokos, según la fórmula griega- y nos recuerda nuestra condición de hijos de Dios, en Cristo. Oremos en este primer día del año con la preciosa plegaria de San Ildefonso (617-667), obispo de Toledo y cantor de la virginidad de María:

"Salve, torrente de misericordia,
río de paz y de gracia,
esplendor de pureza, rocío de los valles,
madre de Dios y madre del perdón.

Salve, única salvación de tus hijos,
trono solemne de la majestad,
casa hospitalaria, templo de Cristo,
camino para la vida, lirio de castidad.

Salve, esposa de Cristo,
florecida de amable belleza,
humilde sierva.

Toda bellísima y digna de veneración
ninguna mujer ha sido ni puede ser
semejante a ti.

Nosotros te aclamamos como venerable,
puro es tu espíritu y sencillo tu corazón,
inmaculado tu cuerpo.

Tú eres indulgente y clemente,
querida de Dios, amada
por encima de todos.

Quien te saborea, ardientemente te desea
y tiene sed de tu santa dulzura,
pero siempre queda por debajo su ansia
de amarte y alabarte.

Por tu gracia, Virgen santísima,
se sueltan mis ligaduras,
se me perdonan las deudas
y quedan reparados los daños que he causado.

El hombre viejo se renueva en mí,
se fortifica lo que es débil,
se restaura lo que está destruido
y lo que es imperfecto mejora.

Por tu bondad, mi voluntad permanece fuerte,
iluminada mi mente, inflamado el ánimo,
enternecido el corazón, suavizado el gusto
y rehabilitado el semblante.

Ayudadme, luz que ilumina,
dulzura que me recrea,
fuerza que me robustece,
sostén que me mantiene.

Aleja de mis labios
toda palabra falsa y malvada,
de mi mente todo oscuro pensamiento,
de mi espíritu toda obra mala.

Tu gracia
dirija toda mi vida.
Amén.

San Ildefonso de Toledo