sábado, 31 de enero de 2009

Disonancias redimidas

Sigo citando al teólogo dominico. Dios es un compositor tan genial que logra integrar nuestras disonancias en su gran sinfonía:

"San Agustín escribió una historia de la humanidad en la que ésta aparece como una partitura musical en la que son posibles todas las disonancias y desafinaciones, pero que, a la postre, se resuelve en un final en el que todo encuentra su lugar adecuado.

En su magnífica obra, De musica, escribió que 'la disonancia puede ser redimida sin ser destruida'. La historia de la redención es como una gran sinfonía que abraza todos nuestros errores y equivocaciones, y en la que, al final, la belleza triunfa. La victoria no consiste en que Dios borre nuestras notas desafinadas o niegue su existencia, sino en que Él encuentra para ellas un sitio adecuado en la sinfonía musical que las redime".

Timothy Radclife.

Vivir musicalmente

La estética y la moral son inseparables. La vida no es verdaderamente bella si no es también amiga de la virtud, como recuerda este teólogo dominico citando al gran Agustín:

"San Agustín consideraba que vivir en la virtud era vivir musicalmente, estar en armonía. Amar al prójimo era, según decía, 'guardar el orden musical'. La gracia es gratuidad, y la vida que se vive en la gracia es bella".

Timothy Radclife.

Una frase de Nietzsche

"Sin música la vida sería un error".

Nietzsche
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El lenguaje universal de la belleza

Esta noche he asistido a un precioso concierto de arpa y guitarra. Hago mías las palabras del Papa:

“Estoy convencido de que la música es verdaderamente el lenguaje universal de la belleza (…). Es capaz de unir entre sí a los hombres de buena voluntad en toda la Tierra y de llevarles a alzar la mirada hacia lo Alto para abrirse al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen su manantial último en el mismo Dios. (…) Al echar un vistazo retrospectivo a mi vida, doy gracias a Dios por haberme puesto junto a la música, como una compañera de viaje, que siempre me ha ofrecido consuelo y alegría".

Benedicto XVI.