jueves, 1 de abril de 2010

El primer día de una nueva creación

Hoy es Jueves Santo. Les ofrezco un pasaje de Chesterton -uno de mis autores preferidos- en que evoca de manera genial los acontecimientos que en estos días celebramos. Dice:

“Momentos antes de su muerte rezó por toda la raza de asesinos de la humanidad, diciendo: No saben lo que hacen...

No hay necesidad de repetir y alargar la historia, contando cómo se consumó la tragedia por la pendiente de la Vía Dolorosa y cómo lo arrojaron sin más con dos ladrones en una de las tandas ordinarias de ejecuciones. Y cómo, en todo aquel terrible y desolador abandono, oyó una voz en homenaje, una voz sorprendente, procedente del último lugar esperado: el madero de uno de los ladrones. Y le dijo a aquel rufián sin nombre: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¿Qué otra cosa se puede poner después de esto sino un punto final?...

Hubo momentos de desamparo que nadie padecerá jamás... Y si hubiera algún sonido que pudiera producir el silencio, seguramente nos quedaríamos en silencio ante el final, cuando un grito fue lanzado en la oscuridad con palabras terriblemente nítidas y terriblemente incomprensibles, que el hombre nunca entenderá en toda la eternidad que esas mismas palabras han comprado para él. Y por un instante aniquilador, un abismo insondable para nuestro limitado intelecto se abrió en la unidad de lo absoluto: Dios había sido abandonado por Dios.

Bajaron el cuerpo de la cruz y uno de los pocos hombres ricos entre los primeros cristianos obtuvo permiso para enterrarlo, en un sepulcro en la roca, dentro de su huerto... Al tercer día, los amigos de Cristo que llegaron al lugar al amanecer, encontraron el sepulcro vacío y la piedra quitada. De diversas maneras se fueron dando cuenta de la nueva maravilla. Pero aún no se dieron mucha cuenta de que el mundo había muerto en la noche. Lo que aquéllos contemplaban era el primer día de una nueva creación, un cielo nuevo y una tierra nueva. Y con aspecto de labrador, Dios caminó otra vez por el huerto, no bajo el frío de la noche, sino del amanecer”.

G.K. Chesterton, El hombre eterno, Cristiandad 2007, pp. 272-277.