jueves, 15 de enero de 2009

Cristo, nuevo sol

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"Los escritores cristianos antiguos comparan a Jesús con un nuevo sol. Según los conocimientos astrofísicos actuales, lo deberíamos comparar con una estrella aún más central, no sólo para el sistema solar, sino incluso para todo el universo conocido.

En este misterioso designio, al mismo tiempo físico y metafísico, que llevó a la aparición del ser humano como coronación de los elementos de la creación, vino al mundo Jesús, "nacido de mujer" (Ga 4, 4), como escribe san Pablo. El Hijo del hombre resume en sí la tierra y el cielo, la creación y el Creador, la carne y el Espíritu. Es el centro del cosmos y de la historia, porque en él se unen sin confundirse el Autor y su obra. En el Jesús terreno se encuentra el culmen de la creación y de la historia, pero en el Cristo resucitado se va más allá: el paso, a través de la muerte, a la vida eterna anticipa el punto de la "recapitulación" de todo en Cristo (cf. Ef 1, 10). En efecto, "todo fue creado por él y para él", escribe el Apóstol (Col 1, 16).

Y, precisamente con la resurrección de entre los muertos, él obtuvo "el primado sobre todas las cosas" (Col 1, 18). Lo afirma Jesús mismo al aparecerse a los discípulos después de la resurrección: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28, 18). Esta conciencia sostiene el camino de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, a lo largo de las sendas de la historia. No hay sombra, por más densa que sea, que pueda oscurecer la luz de Cristo".

Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, 6 enero 2009.

La sinfonía de la creación

Nueva referencia a las palabras del Papa en Epifanía:

"Si es así, entonces los hombres, como escribe san Pablo a los Colosenses, no son esclavos de los "elementos del cosmos" (cf. Col 2, 8), sino que son libres, es decir, capaces de relacionarse con la libertad creadora de Dios. Dios está en el origen de todo y lo gobierna todo, no a la manera de un motor frío y anónimo, sino como Padre, Esposo, Amigo, Hermano, como Logos, "Palabra-Razón", que se unió a nuestra carne mortal una vez para siempre y compartió plenamente nuestra condición, manifestando el sobreabundante poder de su gracia.

Así pues, en el cristianismo hay una concepción cosmológica peculiar, que encontró elevadísimas expresiones en la filosofía y en la teología medievales. También en nuestra época da signos interesantes de un nuevo florecimiento, gracias a la pasión y a la fe de numerosos científicos, los cuales, siguiendo las huellas de Galileo, no renuncian ni a la razón ni a la fe, más aún, valoran ambas a fondo, en su recíproca fecundidad.

El pensamiento cristiano compara el cosmos con un "libro" -así decía también Galileo- considerándolo como la obra de un Autor que se expresa mediante la "sinfonía" de la creación. Dentro de esta sinfonía se encuentra, en cierto momento, lo que en lenguaje musical se llamaría un "solo", un tema encomendado a un solo instrumento o a una sola voz, y es tan importante que de él depende el significado de toda la ópera. Este "solo" es Jesús, al que precisamente corresponde un signo regio: la aparición de una nueva estrella en el firmamento".

Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, 6 enero 2009.

El amor que mueve el sol y las demás estrellas

Sigue su reflexión el Papa:

"El amor divino, encarnado en Cristo, es la ley fundamental y universal de la creación. Esto, en cambio, no se entiende en sentido poético, sino real. Por lo demás, así lo entendía Dante, cuando, en el verso sublime que concluye el Paraíso y toda la Divina Comedia, define a Dios "el amor que mueve el sol y las demás estrellas" (Paraíso, XXIII, 145). Esto significa que las estrellas, los planetas y todo el universo no están gobernados por una fuerza ciega, no obedecen únicamente a las dinámicas de la materia. Por consiguiente, no son los elementos cósmicos los que se han de divinizar, sino, al contrario, en todo y por encima de todo hay una voluntad personal, el Espíritu de Dios, que en Cristo se reveló como Amor (cf. Spe salvi, 5)".

Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, 6 enero 2009.