domingo, 8 de noviembre de 2009

La lógica del Evangelio

Homilía del domingo 8 de noviembre de 2009 (XXXII del tiempo ordinario, ciclo B)

En el Evangelio de hoy encontramos una invitación del Señor a dar nuestra vida por amor, a darnos por completo a Él para encontrar la felicidad y la vida eterna.

Cuenta San Marcos que un día Jesús se encontraba en el templo, sentado frente al cepillo de las limosnas, observando cómo la gente echaba allí sus monedas. Jesús era un gran observador, traspasaba las apariencias para leer en el corazón, y es lo que hace también en este evangelio. Observa cómo muchos fieles depositan sus ofrendas, cómo echan su dinero -algunos mucho dinero- al cepillo, pero le llama la atención una mujer, una pobre viuda que acercándose echa dos moneditas de muy poco valor. Es un gesto que podría haber pasado desapercibido, entre tantas personas como acudían diariamente al templo de Jerusalén, entre tantas ofrendas como se realizaban continuamente. Pero Jesús lo ve y llamando a sus discípulos les dice: “Yo os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobra; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.

Jesús no critica que se hagan ofertas al templo, ni juzga la cantidad de lo donado, pues cada uno puede dar según su capacidad, sino que señala la verdadera actitud religiosa, la de aquel que se entrega por completo al Señor. Es lo mismo que sucede con la viuda de Sarepta, en la primera lectura. Cuando el profeta Elías le pide un poco de agua y algo de pan, ella desesperada le expone su pobreza, su miseria, diciéndole: “Te juro por el Señor, tu Dios, que no me queda ni un pedazo de pan; tan solo me queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija: Ya ves que estaba recogiendo unos cuantos leños. Voy a preparar un pan para mí y para mi hijo. Nos lo comeremos y luego moriremos”.

Pero el profeta le invita a confiar en el Señor, que “sustenta al huérfano y a la viuda... proporciona pan a los hambrientos... y alivia al agobiado”, como hemos rezado en el salmo. Y así fue, ni la harina se acabó, ni el aceite se acabó.

¿Qué nos quiere decir el Señor? ¡Que cada uno de nosotros se lo pregunte! Yo me he hecho esta pregunta y me he respondido: el Señor no quiere mis cosas, me quiere a mí. El Señor no me pide un poco de tiempo, un poco de dinero, un poco de afecto. El Señor es Dios, es el Señor y me quiere por completo. Su amor es totalizante. Si no fuera así no sería un verdadero amor.

Porque, hermanos, pasa algo parecido en la experiencia del amor humano. Aquellos que nos quieren no esperan de nosotros las migajas, no quieren lo que nos sobra. Nos quieren a nosotros. Lo quieren todo, aunque saben que no podemos dárselo. Amar es desear darse por completo. Es quererlo todo del otro. “Los demás han dado de lo que les sobra”, dice Jesús, “en cambio esta mujer ha dado todo lo que tenía para vivir”. No demos sobras a los demás, démosles lo mejor de nosotros mismos. El cristianismo es una religión de excelencia. No se nos pide ser un poco buenos, se nos pide ser santos. No se nos pide aceptar algunos sufrimientos, se nos pide tomar la cruz detrás de Jesús. No se nos promete pequeñas alegrías -esas ya las da el mundo-, se nos promete la felicidad eterna.

¿Qué sucede? Que tenemos miedo a darlo todo, tenemos miedo a salir perdiendo. Tenemos miedo a sufrir, a estar en desventaja. Y así no amamos plenamente, no nos entregamos por completo.

Pero la lógica del Evangelio es otra: lo que no se da se pierde. Lo que no se entrega se corrompe. Hay más alegría en dar que en recibir. Y el Señor ha prometido el ciento por uno. Pero para recibir el ciento hay que dar el uno. Hermanos, el amor no se agota, aunque nos parezca mentira tenemos una capacidad ilimitada de amar, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. No hay que reservarse, hay que darse sin medida.

Es el ejemplo cercano a nosotros de un santo que vivió sus últimos años y murió en nuestra ciudad. Me refiero a San Diego, cuya fiesta celebraremos el próximo viernes, día 13. Él se dio por completo y por eso sigue entre nosotros, por eso heredó la vida eterna. Dio sus bienes, dio los bienes de sus hermanos franciscanos -recordemos el célebre milagro de los panes y las rosas- y se dio a sí mismo. Es un testimonio vivo de caridad. Invoquemos durante esta próxima semana a San Diego, para que nos haga generosos en la vida, entregados, verdaderamente amantes. Sólo lo que damos al Señor se salva, sólo eso no se corrompe. Ofrezcámosle nuestros afectos, nuestros proyectos, nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras personas.

Y que María, la Virgen Madre de Cristo, nos sostenga en el amor, ella que dio al Señor “todo cuanto tenía para vivir”: sus proyectos de vida, su cuerpo, su tiempo y su alma. En ella vemos cómo paga el Señor, cómo recompensa. Que así sea.

Juan Miguel Prim Goicoechea