domingo, 12 de febrero de 2012

Quiero, queda limpio

Interesante: no es el hombre impuro el que contamina a Dios, sino Dios el que purifica al hombre. Y lo hace "tocándolo", es decir, mediante su humanidad resucitada, mediante su Iglesia:

«La actitud de Jesús con relación al leproso revela un cambio de perspectiva. No es el hombre impuro el que puede contaminar a Dios, sino que es Dios el que hace puro al hombre. La pureza que irradia Jesús es la fuerza de la santidad divina; una potencia capaz de limpiar cualquier mancha que ensucie al hombre. Jesús es el Salvador universal y espiritual de todos, que extiende su mano y toca al leproso diciendo: "Quiero: queda limpio".

El gesto físico de tocar al impuro manifiesta que el Señor no emplea sólo el poder de su palabra –que hubiera bastado– sino que también pone en juego su humanidad porque Él quiere salvarnos "no sólo con el poder de su divinidad, sino asimismo mediante el misterio de su encarnación" (STh III 3 ad 2)».

Guillermo Juan Morado, Homilía para el VI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo B), 11 de febrero de 2012.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A Dios por la belleza.
"La espiritualidad siempre ha sido un elemento de mis libros", declara Dean Koontz. "Si el mundo es solo una máquina compleja y eficiente, la belleza no es necesaria. La belleza, de hecho, es superflua. Por lo tanto, la belleza, al existir, es para nosotros, es un don. Si fuéramos máquinas de carne, sin alma, el instinto de supervivencia es todo lo que necesitaríamos para motivarnos. Los placeres de los sentidos, como el gusto y el olfato, serían superfluos en un mundo sin Dios. Por lo tanto, son regalos para nosotros, evidencia de la gracia divina. Cuanto más viejo me hago, más belleza, maravilla y misterio veo en el mundo, y por eso aparecen más estas tres cosas en mis libros".
Cita: de "Religión en Libertad".