domingo, 7 de diciembre de 2008

Sólo hay una santidad y viene de Jesús...

Acabo de regresar de la Vigilia de Inmaculada. "Tota pulchra es, Maria, et macula originalis non est in te". "Eres toda hermosa, María, y no hay en ti mancha original". La Iglesia canta la belleza de María, la llena de gracia. La Iglesia canta la santidad de María. Y con ello canta al autor de toda belleza, pues la belleza de los santos no es sino el resplandor en las criaturas de la belleza increada (como dirían los orientales). Aunque también en Occidente sabemos decir estas cosas:

"Sólo existe una santidad.
Son los mismos santos.
No hay más que una santidad,
que viene de Jesús.
Que es la misma santidad de Jesús.
Eternamente revertida. [...]

Todos los santos
han llevado siempre en los pliegues
de todos sus mantos la gloria de Dios. [...]

Toda santidad viene de Dios,
toda santidad procede de Dios.
Sólo hay una santidad y viene
de Jesucristo...

Todas las santidades del mundo
no son más que reflejos de la santidad
de Jesús".

Charles Pèguy

Non multa, sed multum

Un lector del blog me dice que todavía encuentra en él poco material para leer. Por una parte hay que decir que hoy se cumple su primera semana de vida. Está aún en la cuna. Por otra que, dados los tiempos que vivimos, mejor poco (y bueno, esperemos), que mucho (y quizá malo). Nuestro tiempo nos ahoga en palabras, imágenes y sonidos (con frecuencia ruidos). Es necesaria una ascesis liberadora. Ya lo decía un gran santo:

"Leed poco cada vez, pero con atención y devoción" (San Francisco de Sales, Oeuvres 21, 142).

Y el de Loyola sentenciaba:

"No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente" (San Ignacio, Ejercicios 2).

Esa es al menos mi intención. No escribir sino lo que a mí me ayuda, con la esperanza de que pueda ayudar a otros. Desde hace años ésta es mi máxima:


"Non multa, sed multum", es decir "no muchas cosas, sino mucho".

Mejor leer en profundidad que en extensión. Digo.

Al borde de la eternidad

Sigo a vueltas con la percepción del misterio y el umbral que hay en todas las cosas. Escribe San Bernardo de Claraval:

"Los hombres somos como niños que juegan al borde de la eternidad" (San Bernardo).

No he podido localizar la fuente exacta de la cita, pero me atrevo a transcribirla porque ¡es tan expresiva! Jugamos con la vida, nos entretenemos, nos afanamos... al borde de la eternidad; sin verla, sin siquiera intuirla tantas veces. Pero la eternidad está ahí, está aquí, incumbe sobre todas las cosas, como decía la poetisa italiana Ada Negri:

"Sobre cada instante grava el peso de lo eterno" (Ada Negri).

Lo eterno "grava", pesa sobre lo cotidiano, incluso lo aparentemente más banal. Lo eterno es la consistencia de cada cosa, de cada gesto, de cada encuentro. Pero parece que hemos perdido el sentido de lo absoluto o al menos se ha atrofiado:

"Buscamos por doquiera el absoluto y sólo encontramos cosas" (Novalis).