sábado, 17 de julio de 2010

Un centro en el que convergen todas las líneas

El final de mi último comentario me ha recordado esta cita de Máximo el Confesor, que reconoce en Cristo el centro, el foco al que todo tiende, en el que todo se reconcilia y se salva en su verdad:

"Así pues, Cristo es todo en todos, él que asume todo según su fuerza infinita y comunica a todos su bondad. Es como un centro en el que convergen todas las líneas. Y sucede que las criaturas del Dios único ya no sean más extrañas y enemigas unas de otras, por falta de un lugar común en el que puedan manifestar su amistad y su paz".

Máximo el Confesor, Mystagogia, I.

viernes, 16 de julio de 2010

Lo uno y lo otro (sobre la preferencia)

Es increíble cómo la mirada del filósofo, del pensador, toma pie en la realidad -en este caso las torres de la catedral de Sigüenza- para ahondar en la vida, en el corazón humano, en la aspiración que todos llevamos dentro:

"Esta indecisión a que me invita el par de torres bárbaras que ahora veo coronar el municipio seguntino es muy de mi sabor. Vivimos entre antítesis: la religión se opone a la ciencia, la virtud al placer, la sensibilidad fina y estudiada al buen vivir espontáneo, la idea a la mujer, el arte al pensamiento... Alguien, al ponernos sobre el planeta, ha tenido el propósito de que sea nuestro corazón una máquina de preferir. Nos pasamos la vida eligiendo entre lo uno o lo otro. ¡Un penoso destino! ¡Prolongada, insistente tragedia! Sí, tragedia: porque preferir supone reconocer ambos términos sometidos a elección como bienes, como valores positivos. Y aunque elijamos lo que nos parece mejor, siempre dejamos en nuestra apetencia un hueco que debió llenarse con aquel otro bien pospuesto.

Ahora bien, las gentes suelen mostrarse demasiado presurosas en decidirse por lo mejor; olvidan que cada acto de preferencia abre, a la vez, una oquedad en nuestra alma. No no prefiramos; mejor dicho, prefiramos no preferir. No renunciemos de buen ánimo a gozar de lo uno y de lo otro: Religión y ciencia, virtud y placer, cielo y tierra... Cierto que hasta ahora no se han resuelto las antítesis; pero cada hombre debe pensar que es él el llamado a resolverlas.

La catedral de Sigüenza, toda oliveña y rosa a la hora de amanecer, parece sobre la tierra quebrada, tormentosa, un bajel secular que llega bogando hacia mí, trayéndome esta sugestión castiza en el viril de su tabernáculo...

La vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración a no renunciar a nada".

José Ortega y Gasset, Paisajes, Cegal 1983, p. 12-13.

* * *

Sí, el espíritu humano lo quiere todo, no desea renunciar a nada, a nada que sea hermoso, bueno, verdadero. Porque llevamos en nosotros la huella del Eterno, el sello de la Plenitud divina. En eso Ortega tiene razón, en eso ve bien. Yo quiero lo uno y lo otro. El cielo y la tierra. Esto es profundamente católico. Pero para ello -y en esto discrepo de Ortega- es necesario aprender a preferir, es decir, a reconocer lo más bello, lo más verdadero, lo mejor, y a anteponerlo, dándole espacio, dedicándole tiempo. Porque preferir no es renunciar (aunque a veces sea necesario aceptar la apariencia de renuncia, el sacrificio de una cierta distancia), sino amar, eligiendo -somos libres, siempre libres- lo que más corresponde, lo que más nos hace crecer. Quererlo todo sin aceptar un orden, una jerarquía, es condenarse al capricho, a la glotonería indiscriminada, a la saturación que a la postre hace perder el apetito. La preferencia es lo que nos hace poder amarlo todo, cada cosa en su orden, en su significado verdadero y en su relación con nuestro destino.

Amar el silencio es renunciar, en este momento, a la conversación, o al negocio humano. Amar a la mujer es renunciar, para siempre, al donjuanismo, al narcisismo. Amar la verdad es preferirla incluso más que a uno mismo, pues sólo así se alcanza sin engaños. Pero tiene razón Ortega en que las antítesis están llamadas a resolverse: la razón y la fe, la libertad y la gracia, lo humano y lo divino, el cuerpo y el alma. El cristianismo no es antitético, es -en todo caso- paradójico, pues afirma que para salvar la razón hace falta la fe, que para salvar la libertad hace falta la gracia, que para salvar lo humano hace falta lo divino, que para salvar -y gozar- el cuerpo hace falta el alma... y que para salvar el alma hace falta Dios.

Madurar es aprender a preferir, y comprobar que desde lo Preferido todo se ordena, todo se salva, nada se pierde. Pero esto sólo lo saben verdaderamente quienes han conocido a Cristo, en quien todas las líneas convergen, por Quien y para Quien todo fue hecho. Ojalá Ortega lo hubiera comprendido. Hubiera sido infinitamente más grande.

Ganar el cielo sin perder la tierra

Visita Ortega y Gasset la ciudad de Sigüenza y la contemplación de su Catedral y sus torres le inspira una interesantísima reflexión. Disfruten con el estilo y la hondura del pensamiento:

"Al volver atrás la mirada por ver el trecho que llevamos andado, Sigüenza, la viejísima ciudad episcopal, aparece rampando por una ancha ladera, a poca distancia del talud que cierra por el lado frontero el valle. En lo más alto el castillo lleno de heridas, con sus paredones blancos y unas torrecillas cuadradas, cubiertas de un airoso casquete. En el centro del caserío se incorpora la catedral, del siglo XII.

Las catedrales románicas fueron construidas en España al compás que hacían las espadas cayendo sobre los cuerpos de los moros.

Sigüenza fue bastante tiempo lugar fronterizo, avanzada en tierra de musulmanes. Por eso, como en Ávila, tuvo la catedral que ser a la vez castillo; sus dos torres cuadradas, anchas, recias, brunas, avanzan hacia el firmamento, pero sin huir de la tierra, como acontece en las góticas. No sé sabe qué preocupaba más a los constructores: si ganar el cielo o no perder la tierra".

José Ortega y Gasset, Paisajes, Cegal 1983, p. 12.

jueves, 15 de julio de 2010

La alameda del pasado y el mercado del día

Sigo con Ortega, cuya lectura es siempre interesante. Dice hablando del amor al pasado:

"... Es conveniente volver de cuando en cuando una larga mirada hacia la profunda alameda del pasado: en ella aprendemos los verdaderos valores -no en el mercado del día".

José Ortega y Gasset, Paisajes, Cegal 1983, p. 10.

viernes, 9 de julio de 2010

Tradición y tradicionalismo

Leo una consideración interesante en Ortega:

"No se crea por esto que soy de temperamento conservador y tradicionalista. Soy un hombre que ama verdaderamente el pasado. Los tradicionalistas, en cambio, no le aman; quieren que no sea pasado, sino presente. Amar el pasado es congratularse de que efectivamente haya pasado, y de que las cosas, perdiendo esa rudeza con que al hallarse presente arañan nuestros ojos, nuestros oídos y nuestras manos, asciendan a la vida más pura y esencial que llevan en la reminiscencia".

José Ortega y Gasset,
Paisajes, Cegal 1983, p. 9.

domingo, 4 de julio de 2010

El cristiano y la memoria

El Papa ha hablado de la relación entre pasado, presente y futuro, de la memoria histórica. Ha sido en un encuentro con jóvenes en la Catedral de Sulmona, en Italia:

"Sí, la memoria histórica es verdaderamente un “talento más” en la vida, porque sin memoria no hay futuro. ¡Una vez se decía que la historia es maestra de vida! La cultura consumista actual tiende en cambio a aplanar al hombre en el presente, a hacerle perder el sentido del pasado, de la historia; pero haciendo así le priva también de la capacidad de comprenderse a sí mismo, de percibir los problemas, y de construir el mañana. Por tanto, queridos y queridas jóvenes, quiero deciros: el cristiano es uno que tiene buena memoria, que ama la historia e intenta conocerla".

Benedicto XVI, 4 de julio de 2010.