viernes, 6 de febrero de 2009

Las estrellas no se acordarán de nosotros

Último pasaje del desesperanzado grito de Pieter van der Meer, que hace llorar a su mujer, Cristina:

"-Un momento, breve como un relámpago, estamos aquí en el mundo, vivientes, con la tempestad salvaje de nuestras pasiones, torturados por todos los anhelos y todas las ilusiones, deseando aprisionar lo imposible y apretarlo contra nuestro corazón. Interrogamos el pasado, leemos lo que han pensado los hombres; no podemos comprender. Interrogamos a la tierra, al cielo, a los astros, a los abismos siderales y a los abismos de nuestra alma; sollozamos de éxtasis y de nostalgia ante las cosas bellas, hacemos grandes gestos llenos de pasión, y luego, de pronto, nos quedamos extendidos, inmóviles, y ya no hay nada más, nada más... ¡Las estrellas que contempláramos con tan inmenso anhelo no se acordarán de nosotros! ¡Cristina!-.

Me di vuelta, y vi entonces que lloraba. La miré asustado. Después dije dulcemente: -Cristina...- Sus lágrimas silenciosas revelaban un dolor tan afligente, de ella emanaba una desolación tan tremenda que mi voz se ahogó en un sollozo; la desesperación se cebaba con demasiada furia en mi propia alma.

- No puedo soportar esto... -gemía Cristina-, no puedo soportarlo. Lo has destruido todo. Esto no es posible. Las cosas no pueden ser así...-

No tengo nada que darle, no puedo suavizar su sufrimiento; yo mismo no tengo más que dudas y es necesario seguir viviendo. Me acerqué a ella, tomé su mano entre las mías y largo tiempo estuvimos en esa actitud silenciosa, buscando un refugio el uno junto al otro, contra la fría soledad del mundo".

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 35-36.

Una burla aterradora

Sigue la cita. Confieso que hasta ahora no he encontrado ninguna expresión más impresionante del vértigo, del terror que provoca pensar que todo podría acabar en la nada:

"¿No es realmente enloquecedora la soledad del hombre, único ser pensante en medio de los mundos? Según una hipótesis aceptable la Tierra, este viejo planeta, después de algunos millares o millones de años, se volverá inhabitable y acabará por perecer. Y será como si jamás hubiera existido la humanidad. Todo se precipitará por siempre en la nada del olvido absoluto. Nada habrá que guarde la memoria de lo que realizaron y sufrieron esas extrañas criaturas que un día soñaban en la tierra, y que se llamaban hombres. Las sinfonías de Beethoven, la Biblia, las guerras, los más sublimes sueños de los santos, Napoleón, Dante, la desesperación, el amor, la sucesión de los imperios del mundo, Cristo, todo fue perfecta y absolutamente vano, y ese drama gigantesco que durara tantos siglos y del que no quedará un solo testigo, lo mismo podría no haber tenido lugar. ¿No es una burla aterradora? ¿No es como para dar alaridos de angustia o para refugiarse en la muerte?"

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 34-35.

¿Por qué no puedo contentarme?

Nueva cita de Nostalgia de Dios. Es esta una de sus páginas más densas y dramáticas. ¿Nos torturamos en vano? ¿Es posible cancelar la pregunta que nos quema?:

"Me levanté y me acerqué a la ventana. Oprimían mi corazón demasiados deseos. Contemplé la oscuridad nocturna y luego las estrellas en lo alto.

- El hombre es un ser absurdo. Siento las tinieblas impenetrables en torno nuestro, y sin embargo quiero ver. ¿Por qué no puedo contentarme con lo que tengo ante mí, tangible, limitado, real? ¿Por qué invoca mi espíritu al Infinito, a la Eternidad? No puedo pensar en el Fin, y el Infinito es como un abismo en el que cae una piedra que nunca jamás alcanzará el fondo. Una y otra cosa son inconcebibles para mi razón. Es locura sondear los abismos, esperando encontrar la respuesta en sus profundidades... Perdemos el tiempo. Y, sin embargo, ¿acaso es culpa mía si las preguntas se levantan en mí como tempestades, si busco una solución que me satisfaga plenamente?

El espectáculo de este cielo estrellado sobre nuestra tierra me trastorna. ¿Cuántos hombres han gritado como yo su angustia en las innumerables noches de millares y millares de años, desde que fueron encendidos estos soles en la primera noche del universo? Y nadie ha escuchado palabras liberadoras... Y es lo más espantoso y grotesco de todo, que es muy posible que no existan los misterios, y que nos estemos torturando en vano. El universo, la humanidad, no son quizá más que accidentes de la materia. Pero lo más terrible es que tenemos conciencia de ello, que pensamos"...

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 34.

Dos pobres seres solitarios

Algunos amigos me reclaman a seguir con las citas del libro Nostalgia de Dios, de van der Meer, de modo que allá vamos. El autor, Pieter, se conmueve ante la presencia de su mujer y se pregunta si es posible que todo, también el haber tenido la gracia de conocer a su amada, sea simple fruto del azar, de la casualidad:

"Era una noche extraña. En el cuarto, donde la lámpara semejaba un crisolito luminoso, la ventana se abría sobre la oscuridad de una noche primaveral. Estábamos sentados ante la mesa, uno frente al otro, y callábamos. El libro que leíamos yacía abierto. Cerca, en un florero, se inclinaba el racimo de oro de una rama de mimosas. En torno nuestro, el mundo negro respiraba como un ser viviente. El silencio se iba volviendo una tortura tan insoportable que me era imposible aguantarlo; necesitaba que ocurriera algo que me librase del silencio de plomo, algo grande, formidable, hasta destructor. Mi corazón tocaba a rebato. Mis pensamientos agitaban, siniestros, sus negras alas, como pájaros salvajes en la noche. Mi amada, la luz de mis ojos, estaba allí, en frente de mí; bajo el oro de su cabellera, sus grandes ojos cargados de ensueño miraban al vacío. ¿Pensaba las mismas cosas que yo? ...

'Querida', empecé a decir con voz suave pero penetrante -sin duda fueron otras mis palabras, pero su sentido era el siguiente: -'Querida, aquí estamos dos pobres seres solitarios, sentados uno frente al otro junto a una lámpara. Esta noche las sensaciones más comunes me hacen estremecer de angustia o de asombro. Mira estas flores, ¿no es verdad que su bella florescencia es incomprensible? ¡Cómo viven de inmóviles! Mira nuestras manos apoyadas en la mesa, tranquilas y serenas bajo la luz. Tienen vida, y también la tenemos nosotros.

Vivimos... Me es imposible sondear el abismo de esa palabra. Veo a los hombres, y el terror me oprime. Los hay que se precipitan por todas partes en busca de algo; sus almas están torturadas y en ningún lugar encuentran la paz. Hay quienes, perseguidos y mancillados por el rebaño estulto, aúllan en la noche como locos vagabundos. Veo algunos desesperados taciturnos que ya han perdido toda certidumbre. Veo otros que llegaron a los límites del saber y que luego caen de rodillas, balbuceando plegarias a quién sabe qué Dios. Hay inteligencias que se rompen y se idiotizan a causa de la angustia inexpresable de su soledad en el universo. Veo en este mundo nacer niños y morir hombres a cada instante. Veo ojos serenos que ocultan misterios mil veces más aterradores que el Océano Pacífico. Y veo las ciudades, esos monstruos de piedra donde los hombres sufren, donde se les martiriza en todas formas. Y, por encima de todo, el sol hace su luminoso viaje cotidiano. Me debato en las tinieblas... y es en medio de este caos imposible de imaginar, que nosotros dos vinimos un día el uno hacia el otro. ¿Fue obra del azar? ¿Es posible que así sea?'

Cristina había levantado la cabeza. Sus ojos -nunca puedo mirarlos sin recordar, ¡con cuánta emoción!, el momento en que la vi por primera vez y en que mi corazón la reconoció en el acto y comprendió que era ella, Cristina, ella y no otra, la que me estaba predestinada desde siempre y para siempre-, esa noche sus ojos eran graves y como cargados de todos los ensueños ...

¿No es maravilloso? No te conocía y tú también ignorabas mi existencia hasta que nos vimos. ¡Oh felicidad! Pero piensa ahora en la posibilidad de que los oscuros senderos de nuestras vidas por los cuales andábamos errantes, no se hubieran encontrado. Un hecho insignificante, el más pequeño obstáculo, el retraso o el adelanto de un solo minuto, nos hubiera mantenido alejados por siempre. Ese pensamiento me da miedo. Tengo hasta tal punto el sentimiento de que era necesario que te encontrase, ¡oh tú, que eres mi alegría, mi vida, el latir de mi corazón! Debíamos encontrarnos, alguien nos dirigía... O nos impulsaba una fuerza ciega ... "

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 32-34.