domingo, 3 de mayo de 2009

No se puede dejar de ser padre

Domingo del Buen Pastor. Hay un sólo Buen Pastor, Cristo. Y en Él se transparenta la Paternidad de Dios. Los ministros de la Iglesia, desde el Santo Padre hasta el último de los sacerdotes católicos, estamos llamados a vivir y ejercitar esta paternidad. Recojo aquí el testimonio luminoso del papa Pablo VI, en transcripción de una conversación con el filósofo francés Jean Guitton:

"Creo que, de todos los deberes de un Papa, el más envidiable es el de la paternidad. En otros tiempos, me ocurría acompañar a Pío XII en las grandes ceremonias. Él se sumergía en la multitud. Le apretaban, le desgarraban. Y él estaba radiante. Recobraba fuerzas.

Pero no es lo mismo ser testigo de una paternidad que ser padre uno mismo. La paternidad es un sentimiento que invade el corazón y el espíritu, que le acompaña a uno a todas horas del día, que no puede disminuir, sino que se acrecienta, porque el número de hijos aumenta; que adquiere amplitud, que no se delega, que es tan fuerte y tan ligero como la vida, que no se acaba más que en el instante final: si no es habitual que un Papa se retire antes de morir, es porque no se trata sólo de una función, sino de una paternidad. Y no se puede dejar de ser padre.

La paternidad es un sentimiento universal que se extiende a todos los hombres. Yo lo siento emanar de mí en círculos concéntricos, y mucho más allá de las fronteras visibles de la Iglesia. Me siento padre de la entera familia humana. Y no hay necesidad de que los hijos conozcan a su padre para que él lo sea. Pero también es un sentimiento que particulariza, quiero decir: un sentimiento que le fija a uno sobre esta persona, que hace de esta persona un mundo, aunque no se la encuentre más que una vez, aunque esa persona sea un niño. Y es un sentimiento que, en la conciencia del Papa, siempre está naciente, siempre fresco, cubierto de rocío, siempre libre y creador. ¿Lo creerá usted? Es un sentimiento que no cansa, que no fatiga nunca, que reposa de toda laxitud.

Ni por un momento me he cansado nunca de extender la mano para bendecir. No, nunca me cansaré de bendecir ni de perdonar. Cuando llegué al aeropuerto de Bombay, había que recorrer unos veinte kilómetros para llegar al lugar del Congreso. Multitudes inmensas, innumerables, densas, silenciosas, enmarcaban el camino; multitudes espirituales y pobres, esas multitudes ávidas, apretadas, desvestidas, atentas que no se ven más que en la India. Yo tenía que bendecir sin interrupción. Un sacerdote amigo que tenía a mi lado, creo que al final me sostenía el brazo, como el servidor de Moisés. Y, sin embargo, no me siento superior, sino hermano: inferior a todos, por ser encargado de todos.

La paternidad creo que es eso en un Papa. Un Papa se siente muy poca cosa cuando se considera a sí mismo. Si miro mi vida pasada, me aparece corno un misterio. Todo lo que me ha pasado en la vida se ha explicado por lo que se me pediría al final: mi debilidad ha seguido estando entera, la sensación de mis límites ha aumentado; pero una fuerza que no procede de mí me sostiene, un momento tras otro. Comprendo lo que dice San Pablo de esa miseria de su ser, de la que no quería ser descargado. Es un fardo abrumador y delicioso, esa carga universal, que varía cada día como el dolor o la luz, que se renueva igualmente cada. día. Y el socorro también se renueva".

Jean Guitton, Diálogos con Pablo VI, Cristiandad, 1967, p. 53-54.