sábado, 31 de enero de 2009

Disonancias redimidas

Sigo citando al teólogo dominico. Dios es un compositor tan genial que logra integrar nuestras disonancias en su gran sinfonía:

"San Agustín escribió una historia de la humanidad en la que ésta aparece como una partitura musical en la que son posibles todas las disonancias y desafinaciones, pero que, a la postre, se resuelve en un final en el que todo encuentra su lugar adecuado.

En su magnífica obra, De musica, escribió que 'la disonancia puede ser redimida sin ser destruida'. La historia de la redención es como una gran sinfonía que abraza todos nuestros errores y equivocaciones, y en la que, al final, la belleza triunfa. La victoria no consiste en que Dios borre nuestras notas desafinadas o niegue su existencia, sino en que Él encuentra para ellas un sitio adecuado en la sinfonía musical que las redime".

Timothy Radclife.

Vivir musicalmente

La estética y la moral son inseparables. La vida no es verdaderamente bella si no es también amiga de la virtud, como recuerda este teólogo dominico citando al gran Agustín:

"San Agustín consideraba que vivir en la virtud era vivir musicalmente, estar en armonía. Amar al prójimo era, según decía, 'guardar el orden musical'. La gracia es gratuidad, y la vida que se vive en la gracia es bella".

Timothy Radclife.

Una frase de Nietzsche

"Sin música la vida sería un error".

Nietzsche
.

El lenguaje universal de la belleza

Esta noche he asistido a un precioso concierto de arpa y guitarra. Hago mías las palabras del Papa:

“Estoy convencido de que la música es verdaderamente el lenguaje universal de la belleza (…). Es capaz de unir entre sí a los hombres de buena voluntad en toda la Tierra y de llevarles a alzar la mirada hacia lo Alto para abrirse al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen su manantial último en el mismo Dios. (…) Al echar un vistazo retrospectivo a mi vida, doy gracias a Dios por haberme puesto junto a la música, como una compañera de viaje, que siempre me ha ofrecido consuelo y alegría".

Benedicto XVI.

martes, 27 de enero de 2009

Guardini, maestro de vida

Romano Guardini (1885-1968) es uno de los autores que siempre me ha interesado. Teólogo católico alemán de ascendencia italiana, educador de jóvenes, amante de la liturgia y del arte, pensador, filósofo. Alfonso López Quintás le dedicó una biografía que merece la pena leer. Así describe el biógrafo el momento de la adhesión incondicional de Guardini a la fe y a la Iglesia católica:

"Lo que le impulsó a volver a la fe fue, sin duda, se adivinación de que en ella alienta una energía y una riqueza insospechadas. La verdadera llave de acceso a la fe fue para él en este momento la frase de Mateo 10,39: Quien quiera salvar su vida la perderá, quien la dé la salvará. Pero, dársela ¿a quién?"

Es ahora el propio Guardini el que habla, narrando el instante de su decisión, su respuesta a la pregunta ¿dar la vida, a quién?:


"No a 'Dios', simplemente, pues cuando el hombre pretende arreglárselas él solo con Dios dice 'Dios' pero en realidad está pensando en sí mismo. Tiene que haber una instancia objetiva que pueda sacar mi respuesta de los recovecos de mi autoafirmación. Pero sólo existe una instancia así: la Iglesia católica con su autoridad y precisión. Entonces sentí como si todo -realmente 'todo' mi ser- estuviese en mis manos, como en una balanza en equilibrio: puedo hacerla inclinarse hacia la derecha o hacia la izquierda. Puedo dar mi alma o conservarla... Y la hice inclinarse hacia la derecha. El momento fue completamente silencioso; no consistió ni en una sacudida ni en una iluminación, ni en ningún tipo de existencia extraordinaria. Fue simplemente que llegué a una convicción: 'es así', y después el movimiento imperceptiblemente dócil: ¡Así debe ser!".

Alfonso López Quintás, Romano Guardini. Maestro de vida, Palabra 1998, pp. 20-21.

El psicoanálisis y la gracia

El padre Cantalamessa, franciscano, predicador de la Casa Pontificia -es decir, del Papa-, denuncia el principal error del mundo moderno, en el que todos incurrimos cada día: creer que no necesitamos de la gracia. Pero todos los esfuerzos de nuestra voluntad, nuestros más profundos y elaborados análisis y proyectos, son inútiles sin el don que viene de lo alto. "Te basta mi gracia": hay que verificarlo.

"Los fundadores de religiones se han limitado a dar ejemplo, en cambio Cristo no sólo ha dado ejemplo sino que ha dado la gracia. [...]

La mayor herejía y estupidez del hombre moderno no creyente es pensar que puede prescindir de la gracia. [...] Es el pelagianismo radical de la mentalidad moderna.

Un caso típico lo constituye el psicoanálisis. Se cree que basta con ayudar al paciente a conocer y sacar a la luz de la razón las propias neurosis y complejos de culpa para curarlos, sin necesidad alguna de la gracia de lo alto que cure y renueve. El psicoanálisis es la confesión sin la gracia".

R. Cantalamessa, María, espejo de la Iglesia, Edicep, p. 27.

lunes, 26 de enero de 2009

Lo que hace santo al hombre

A vueltas con la conversión y la santidad. ¡Qué consuelo lo que nos recuerda el teólogo Ratzinger!:

"No es un salto mortal en el heroísmo lo que hace santo al hombre, sino el humilde y paciente camino con Jesús, paso a paso. La santidad no consiste en aventurados actos de virtud, sino en amar junto a Él. Por eso los santos verdaderos son hombres completamente humanos y naturales, seres en quienes lo humano, mediante la transformación y purificación pascual, llega a la luz en toda su original belleza".

J. Ratzinger, Mirar a Cristo, Edicep 2005, p. 108.

domingo, 25 de enero de 2009

La gran conversión: la fe

Conversión de San Pablo. Mi conversión. Dice Ratzinger:

"La vida del bautizado es un proceso de redención en el que nos dejamos acompañar, llevar y guiar o que nos negamos a aceptar. Es importante no perder de vista la meta, reorientarse hacia ella cuando hemos sufrido un patinazo o nos hemos descarriado. Es importante aceptar de continuo el perdón, al tiempo que aprendemos la responsabilidad del perdón.

La gran conversión, es decir, la fe, se compone de muchas conversiones pequeñas. En ese contexto debemos conservar siempre en el corazón el dicho de San Benito, que expresa en católico la experiencia de la Reforma: Et de Dei misericordia nunquam desperare (no desesperar nunca de la misericordia de Dios) (Regula IV, 74)."

J. Ratzinger, ¿Hasta dónde llega el consenso sobre la doctrina de la justificación?, Communio nº 1, 2001.

Saulo de Tarso

Hoy, domingo 25 de enero, hemos celebrado la Conversión del Apóstol San Pablo. El Año Jubilar Paulino conmemora los 2000 años de su nacimiento. Pero Saulo de Tarso nació en el camino de Damasco, cuando fue alcanzado, invadido por la presencia de Jesús resucitado. Después vendrían otros encuentros, consecuencia y desarrollo de éste: Ananías, Bernabé, Santiago, Pedro... La carne de Cristo. "¿Por qué me persigues?". Dice el Papa:

"Quisiera recordar, en segundo lugar, las palabras que Cristo resucitado le dirigió en el camino de Damasco. Primero el Señor le dice: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Ante la pregunta: ¿Quién eres, Señor?, recibe como respuesta: Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hch 9, 4 s). Persiguiendo a la Iglesia, Pablo perseguía a Jesús mismo. me persigues. Jesús se identifica con la Iglesia en un solo sujeto.

En el fondo, en esta exclamación del Resucitado, que transformó la vida de Saulo, se halla contenida toda la doctrina sobre la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Cristo no se retiró al cielo, dejando en la tierra una multitud de seguidores que llevan adelante "su causa". La Iglesia no es una asociación que quiere promover cierta causa. En ella no se trata de una causa. En ella se trata de la persona de Jesucristo, que también como Resucitado sigue siendo "carne". Tiene carne y huesos (Lc 24, 39), como afirma en el evangelio de san Lucas el Resucitado ante los discípulos que creían que era un espíritu. Tiene un cuerpo".

Benedicto XVI, Homilía en las Primeras Vísperas de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, 28 junio 2008.

Palabras que ayudan a vivir

Recupero hoy una frase de Charles du Bos (1882-1939), escritor y crítico literario francés, de madre inglesa, convertido al catolicismo en 1927. Hago mías sus palabras. De hecho son la razón de este blog:

"Considero como algo propio de mi oficio difundir todo lo posible las bellas palabras y los pensamientos sutiles que he encontrado y que me han ayudado a vivir".

Charles du Bos.

La Iglesia no decepciona

Olivier Clément recibió el bautismo a los 30 años de edad. Así describía la gracia recibida en ese día, el día de su nuevo nacimiento:

"Era el 1 de noviembre. Llovía. Anduve mucho tiempo bajo la lluvia. Quise ir a pie en esa decisiva peregrinación. La lluvia es signo de fecundidad y yo iba hacia mi propio nacimiento. Yo estaba sereno, sin exaltación. Todo empezaba. Desde ese momento, la luz estaba dentro. Han pasado años desde mi entrada en la iglesia. La iglesia no decepciona cuando se ha comprendido lo que es: es la tierra que nos alimenta, esa gran fuerza de vida que nos es ofrecida y que nos corresponde llevar libremente a la obra”.

O. Clément.

sábado, 24 de enero de 2009

La muerte ya no está delante

Nueva cita de Clément, que expresa su fe en el triunfo del Resucitado. La muerte ya no es mi futuro, sino mi pasado, vencido por Cristo:

"Si Cristo ha vencido a la muerte,
yo ya no necesito escapatoria.
En Cristo mi muerte ya está detrás de mí
y no delante".

O. Clément, Sobre el hombre, Encuentro 1983, p. 89.

Que nadie tema a la muerte

Cita de San Juan Crisóstomo recogida por Olivier Clément en su libro Sobre el hombre. Hoy se la dedico a él, que ya ha traspasado el umbral:

"Entrad todos en la alegría de vuestro Maestro.
El banquete está listo,
que todos participen de él.
El ternero está servido,
que nadie se vaya con hambre.
Que todos se deleiten en el banquete de la fe.
Que nadie llore aún sus faltas
porque el perdón ha resplandecido en la tumba.
Que nadie tema a la muerte
porque la muerte del Señor nos ha liberado.
El infierno ha tomado un cuerpo
y se ha presentado ante Dios;
ha tomado la tierra
y ha encontrado el cielo.
Muerte, ¿dónde está tu aguijón?
Infierno, ¿dónde esta tu victoria?
Cristo ha resucitado
y reina la vida".

San Juan Crisóstomo.

In memoriam: Olivier Clément

Acabo de conocer la noticia de la muerte de Olivier Clément, producida el 15 de enero de 2009. Mis amigos habéis podido leer algunas citas suyas en este blog. Y otras las seguirán, no lo dudéis. Para quienes no le conocierais:

"Olivier Clement era uno de los testigos más estimados y fecundos de la Ortodoxia en occidente. Nacido en París en el año 1921, ateo hasta los 27 años, se convirtió al cristianismo tras una larga búsqueda espiritual, como narra en su libro autobiográfico El otro sol (Narcea, 1983). Fue discípulo de Alphonse Dupront y de Vladimir Lossky. Enseñó historia en un Liceo de París y actualmente era profesor en el Instituto de Teología Ortodoxa (Instituto de Saint-Serge). Miembro del Instituto Ecuménico de París, figuraba entre los fundadores de la Fraternidad Ortodoxa en Europa occidental. Autor de unos treinta libros sobre el pensamiento y la vida de la Iglesia ortodoxa y sobre el cristianismo occidental. Fue el autor del "Via Crucis" que presidió Juan Pablo II en el Coliseo en 1998. Sus funerales se han celebrado en la Semana de oración por la unidad de los cristianos".

viernes, 23 de enero de 2009

Amigos y enemigos

Que sean uno... Imposible para los hombres, salvo en Dios y por Dios. Dice el gran Agustín:

"Dichoso el que ama siempre a Dios,
y a sus amigos en Dios,
y a sus enemigos por Dios".

San Agustín, Confesiones, 50, 4, 9.

Nuestra obligación más bella

Unidad y desunión. Las palabras de Cipriano, obispo de Cartago en el siglo III:

"Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos. Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz.

La obligación más bella para con Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel".

San Cipriano.

Sobre la unidad

Estamos en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Recojo un consejo, una invitación de un autor de la tradición ortodoxa:

"Contemplando la Trinidad indivisible venceréis la odiosa división del mundo".

San Sergio de Radonez.

jueves, 22 de enero de 2009

Dios, el espacio de mi libertad

Cita Clément a Cabasilas, escritor bizantino del siglo XIV:

"Y por eso, El no se contenta con llamar a sí al esclavo que ha amado, sino que desciende en su busca; él, el rico, se inclina hacia nuestra indigencia, se presenta en persona, declara su amor y pide que se le pague; despreciado, espera en la puerta y hace todo para mostrarse verdadero amante; soporta los contratiempos y muere..." (Nicolás Cabasilas, La vida en Cristo, VI).

Y comenta Clément:

"El amor de Dios es, así, el espacio de mi libertad. Si Dios no existe, yo no soy más que una parcela de la sociedad y del universo, sometida a sus determinismos y, en definitiva, a la muerte. Pero si Dios es el Amor crucificado, se me ofrece una libertad sin límites, una participación en la libertad misma de Dios".

Olivier Clément, Sobre el hombre, Encuentro 1983, p. 54-55.

Dios lo puede todo, salvo...

Harto de ya de idas y venidas de autobuses ateos o cristianos leo esta noche unas páginas que me hacen respirar. Dios no sólo no impide la felicidad humana, sino que nos respeta tanto como para permitir que lo neguemos, hasta en la forma más radical. Si el hombre fuera dios no permitiría la existencia de ateos -con autobús o sin él-, pero Dios asume hasta sus últimas consecuencias -el Amor crucificado- nuestra existencia en libertad:

"El hombre, ser personal, constituye el apogeo de la creación. Con él, la omnipotencia de Dios suscita una novedad radical. No es un reflejo muerto o una marioneta, sino una libertad que puede decidirse contra Dios, excluirle de su propia creación, comprometer su terminación.

En el colmo de la omnipotencia creadora -pues sólo el Amor vivificante puede crear un viviente libre- se inscribe el riesgo. La omnipotencia se consuma limitándose. En el propio acto creador Dios se limita de alguna manera, se retira, para dar al hombre el espacio de la libertad.

El summum de la omnipotencia encubre, así, una paradójica impotencia. Porque ese summum es el amor, y Dios lo puede todo salvo obligar al hombre a amarle".

Olivier Clément, Sobre el hombre, Encuentro 1983, p. 53-54.

martes, 20 de enero de 2009

Pálidos hombrezuelos

Evocando la figura de su madre -y haciendo su elogio- van der Meer critica la vida mediocre, enana, de esos "pálidos hombrezuelos" que viven una existencia aburguesada. Duras palabras, pero ciertas:

"Mi madre está con nosotros desde hace unos días. Su presencia me causa profunda alegría. Conozco pocas personas de edad de quienes emane una tan ardiente juventud de corazón, que sean tan capaces de entusiasmo como ella, y que den menos de esos consejos deprimentes y seudosabios con que los viejos quieren volver razonables a los jóvenes.

Mi madre ha sido el centro de mi infancia y de mi adolescencia. Siempre recordaré que ella amplió el horizonte de nuestra vida, al liberarse ella misma, gracias a una lucha tenaz, de la estrecha existencia aburguesada que sofoca todas las aspiraciones elevadas y extensas. ¡Cuál no sería su desprecio ante esos pálidos hombrezuelos cuyo ideal consiste en vivir tranquilamente, sin emociones, sin sacudidas, sin trastornos, en un opaco crepúsculo sin relieve; en quienes el pensamiento, el amor, la ambición, la fe, la virtud, el vicio, en una palabra, todo lo que agita el alma, es pequeño! ¡Sólo su honestidad es inmensa!

¡Y tales individuos realizan el más sublime de sus sueños cuando sus hijos se vuelven miembros útiles de la sociedad, al lograr una posición sólida y bien remunerada que hará de ellos, a la brevedad posible, animales domésticos!

De ella -y también de mi padre- recibí ésta mi absoluta indiferencia por la consideración social. Ella me infundió el desprecio a todo lo mediocre y bajo, a la existencia cautiva y rastrera a lo largo de los años, que va matando toda grandeza: ¡me inculcó el sano anhelo de las cumbres, del aire vivificante de las altas montañas donde reina la soledad! Mi madre buscó infatigablemente la verdad en los hombres y en los libros, pero nada ni nadie ha podido saciar la sed de su espíritu. Su alma pronto se evadió del árido protestantismo. Más tarde se dedicó al espiritismo... estuve a su lado durante sus exploraciones entre los teósofos, ¡esos chinos de la religión! Pero no se detenía en ninguno de esos extraños grupos; comprendía en seguida que la verdad no estaba allí. Hoy día espera y cree. Cree en un Espíritu incomprensible e incircunscripto, que gobierna el universo. Y cuando, como de costumbre, hablamos con ella de temas profundos y serios, suele decirnos con una convicción grave y alegre: Tengo la seguridad de que todo lo recóndito, todos los misterios me serán revelados algún día".

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 28-29.

El cielo, cúpula de mi corazón

Vuelvo al diario Nostalgia de Dios. Es un espléndido testimonio del sentido religioso humano, del anhelo del alma:

"Primer día realmente primaveral del año. En el jardín, detrás de nuestra casita, los azafranes amarillos, malvas y blancos están en flor... Me siento animoso, alegre, gracias a la hermosura del día. Miro con emocionado asombro las primeras flores abiertas. Una leve brisa roza mi cara, mis manos. Deslumbrado contemplo las profundidades azules y rutilantes del cielo que es la cúpula de mi corazón. Todo se transforma para mí en una maravilla inexplicable y misteriosa...

¿Qué somos nosotros, los hombres, que nunca saciados, ni siquiera por la magnificencia de lo visible, llevamos siempre más allá nuestro deseo y nuestro ensueño, hacia mundos enteramente inaccesibles? ¿Es que buscamos algo que hemos perdido? ¡Ah, lejos de mí esos pensamientos! Podrían estropear nuevamente mi alegría primaveral.

Ahora estoy sentado a la mesa, frente a la ventana abierta. Cae la tarde. Ya una estrella titila sobre la cima de un olmo suplicante, en el jardín de enfrente. Y la noche cae pesadamente sobre mi corazón. ¡Oh, mis sueños y mi nostalgia!"

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 26-27.

Entrar en el concierto celeste

Concluye el Papa tras escuchar la Misa en do menor de Mozart:

"Rezamos al buen Dios para que te dé, querido Georg, aún años buenos en que puedas seguir viviendo la alegría de Dios y la alegría de la música, y en los que puedas servir aún a los hombres como sacerdote. Y le pedimos que nos permita a todos, un día, entrar en el concierto celeste, para experimentar definitivamente la alegría de Dios.

Espero que la espléndida música que hemos escuchado, en el contexto único de la Capilla Sixtina, contribuya a profundizar nuestra relación con Dios, sirva para reavivar en nuestro corazón la alegría que brota de la fe, para que cada uno llegue a ser testigo convencido en su propio ambiente cotidiano".

Benedicto XVI, sábado 17 enero 2009.

lunes, 19 de enero de 2009

La voz de la Esposa: la Misa en do menor de Mozart

El pasado sábado 17 de enero se celebró en la Capilla Sixtina un concierto con motivo del 85 cumpleaños del hermano del Papa, monseñor Georg Ratzinger. El Coro de la Catedral de Ratisbona interpretó la Misa en do menor de Mozart. algunos de sus comentarios: Al finalizar el concierto el Papa pronunció una breve alocución en la que rememoró sus recuerdos y experiencias asociados a esta genial obra de Mozart. Recojo algunos de sus comentarios:

"Querido Georg, queridos amigos, han pasado ya casi 70 años desde que tomaste la iniciativa de ir juntos a Salzburgo, y en la espléndida iglesia de la abadía de San Pedro, escuchamos juntos la Misa en do menor de Mozart. Aunque yo entonces era un simple muchacho, me dí cuenta contigo de que habíamos vivido algo distinto a un simple concierto: había sido música en oración, oficio divino, en el que habíamos podido captar algo de la magnificencia y de la belleza del mismo Dios, y nos había impresionado. Después de la guerra volvimos otras veces a Salzburgo para escuchar la Misa en do menor, y es por esto que está inscrita profundamente en nuestra biografía interior.

La tradición pretende que Mozart compuso esta Misa para cumplir un voto: en agradecimiento por sus bodas con Constanze Weber. Así se explican también los importantes solos de la soprano, en los que Constance era llamada a poner voz a la gratitud y a la alegría -gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam-, gratitud por la bondad de Dios que le había impactado. Desde un punto de vista estrictamente litúrgico se podría objetar que estos grandes solos se alejan un poco de la sobriedad de la liturgia romana, pero por contra se puede uno preguntar: ¿No sentimos acaso la voz de la esposa, de la Iglesia, de la que nos ha hablado hace un momento monseñor Gerhard Ludwig? ¿No es quizás precisamente la voz de la esposa, que hace resonar en ellos su propia alegría de ser amada por Cristo y su propio amor, y así nos lleva como Iglesia viva ante Dios, en su gratitud y su alegría? Mozart expresó con la grandeza de esta música y de esta Misa, que supera toda individualidad, su personalísimo agradecimiento.

En esta hora, junto a ti, querido Georg, hemos agradecido a Dios, en la armonía de esta Misa, por los 85 años de vida que Él te ha dado. El profesor Hommes, en la publicación preparada para este concierto, ha subrayado con vigor que la gratitud expresada en esta Misa no es una gratitud superficial, expresada con ligereza por un hombre del Rococó, sino que en esta Misa encuentra expresión también toda la intensidad de su lucha interior, de su búsqueda del perdón, de la misericordia de Dios y después, de estas profundidades, se eleva radiante más que nunca la alegría en Dios".

Benedicto XVI, sábado 17 enero 2009.

domingo, 18 de enero de 2009

Le miraban hablar

Sigue la evocación del primer encuentro de Juan y Andrés con Jesús, encuentro que se dilata hasta Simón Pedro:

"Uno de los dos que habían oído las palabras de Juan el Bautista y habían seguido a Jesús se llamaba Andrés y era hermano de Simón Pedro. Se encontró, en primer lugar, con su hermano Simón... Dejan a Jesús y el primero con el que Andrés se encuentra es con su hermano Simón que volvía de la playa, de pescar o de repasar las redes para pescar, y le dice: "Hemos encontrado al Mesías". No narra nada, no cita nada, no documenta nada: es cosa ya sabida, está claro, ¡son apuntes de cosas que todo el mundo sabe! Pocas páginas se pueden leer con tanto realismo y veracidad, tan sencillamente verídicas, donde ni una sola palabra se añade al puro recuerdo.

¿Cómo pudo decir: "Hemos encontrado al Mesías"? Jesús, al hablar con ellos, les diría esta palabra propia de su vocabulario. Porque decir espontáneamente que aquél era el Mesías, tan seguros como de que "dos y dos son cuatro", hubiera sido de otro modo imposible. Pero se ve que estando allí durante horas escuchando a aquel hombre, viéndole, mirándole hablar -¿Había alguien que hablase así? ¿Quién había hablado así hasta entonces? ¿Había alguien que hubiese dicho esas cosas? ¡Nunca se habían oído! ¡Nunca se había visto a nadie como Él!-, lentamente se iba abriendo paso en su ánimo la expresión: "Si no creo en este hombre no puedo creer en nadie, ni siquiera en mis propios ojos". No es que lo dijeran, ni que lo pensaran; lo sintieron, no lo pensaron. Aquel hombre diría, pues, entre otras cosas, que Él era el que tenía que venir, el Mesías que tenía que venir. Y fue tan obvio el carácter excepcional de su anuncio (de su afirmación), que ellos lo asumieron como si fuese algo sencillo -¡de hecho era algo sencillo!-, como si fuese algo fácil de entender.

"Y Andrés le llevó a donde estaba Jesús. Jesús, con la mirada fija en él, le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan. Tú te llamarás Cefas, que quiere decir 'piedra' "". Los judíos solían cambiar el nombre de una persona para indicar su carácter o algún hecho que le había sucedido. Imaginaos, pues, a Simón yendo con su hermano, lleno de curiosidad y un poco de temor. El hombre a cuyo encuentro le conduce su hermano le mira fijamente. Aquel hombre le estaba mirando ya desde lejos. ¡De qué modo le miraría que comprendió su carácter hasta la médula!: "Tú te llamarás Piedra". Pensad en uno que se sienta mirado así, que se sienta alcanzado en lo más profundo de sí mismo por alguien que acaba de conocer, absolutamente extraño. "Al día siguiente, Jesús quiso partir hacia Galilea...".

Luigi Giussani, diciembre 1994.

Y Andrés abrazó a su mujer

El encuentro con Jesús cambia a la persona. Uno no deja de ser él mismo, pero es otro. Lo experimentó, seguramente, la mujer de Andrés, que nunca -como aquella noche- se había sentido abrazada así por su marido:

"Pero imaginad a aquellos dos escuchándole durante varias horas y que luego deben volver a casa. Él les despide y ellos se marchan callados, en silencio, porque les invade la impresión que han tenido de presentir el misterio, de sentirlo. Y después se separan. Cada uno se va a su casa. No se despiden. No es propiamente que no lo hagan sino que lo hacen de otro modo: se despiden sin hablar porque están llenos de lo mismo, los dos son una sola cosa de tan llenos como están de lo mismo.

Andrés entra en su casa, pone el mantel y su mujer le dice: "Pero, Andrés, ¿qué pasa? Estás diferente, ¿qué te ha sucedido?". Imaginemos que él, abrazándola, rompiese a llorar y que ella, turbada, siguiese preguntándole: "Pero, ¿qué tienes?". Él seguía abrazando a su mujer, que no se había sentido abrazada así en toda su vida: ¡Era otro! Era él pero era otro. Si le hubiesen preguntado "¿Quién eres?", habría dicho: "Me doy cuenta de que soy otro... Después de haber oído a ese individuo, a ese hombre, soy otro". Amigos, esto, sin muchas sutilezas, es lo que sucedió".

Luigi Giussani, diciembre 1994.

Juan y Andrés: el método cristiano

En el Evangelio de hoy hemos escuchado el relato del encuentro de los primeros discípulos con Jesús. ¡Qué espléndido pasaje! Y espléndida también la evocación de estos hechos tantas veces realizada por don Giussani. Esta es una de ellas:

"Aquel día estaba Juan allí de nuevo con dos de sus discípulos. Fijando su mirada en Jesús que pasaba dijo...". Imaginad la escena. Tras 150 años de espera, por fin, el pueblo hebreo, que siempre a lo largo de toda su historia, durante dos milenios, había tenido algún profeta, alguno reconocido por todos, tras 150 años, por fin, tenía un nuevo profeta: se llamaba Juan el Bautista... Toda la gente -ricos y pobres, publicanos y fariseos, amigos y adversarios- iban a oírle y a ver cómo vivía, al otro lado del Jordán, en una tierra desierta, comiendo langostas y hierbas silvestres. Tenía siempre un corro de personas a su alrededor.

Entre estas personas se contaban también aquel día dos que habían ido por primera vez y que venían, por así decirlo, del campo: del lago, que estaba bastante lejos y se encontraba fuera de la influencia de las ciudades importantes. Estaban allí como dos pueblerinos que van por primera vez a la ciudad, turbados, mirando con ojos asombrados todo lo que sucedía a su alrededor y, sobre todo, mirándole a él. Estaban allí con la boca abierta y con los ojos abiertos de par en par para mirarle, para oírle, atentísimos.

De repente, uno del grupo, un hombre joven, se marcha tomando el sendero que bordea el río para ir hacia el Norte. Y Juan el Bautista, de improviso, con la mirada fija en él, grita: "¡He ahí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo!". La gente no se movió, porque estaba acostumbrada a oír de vez en cuando al profeta expresarse con frases extrañas, incomprensibles, sin nexo aparente entre ellas, sin contexto; por eso la mayor parte de los presentes no hizo caso de ello. Pero los dos que venían por primera vez, que estaban allí pendientes de todas las palabras que decía Juan, que miraban sus ojos y los seguían hacia donde él dirigía su mirada, vieron que se fijaba en aquel individuo que se iba y se marcharon detrás. Le seguían manteniéndose a distancia, por temor, por vergüenza, pero extraña, profunda, oscura y sugestivamente movidos por la curiosidad.

"Aquellos dos discípulos, cuando le oyeron hablar así, siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que le seguían dijo: '¿Qué buscáis?'. Le respondieron: 'Rabí, ¿dónde vives?' Les dijo: 'Venid y lo veréis'". Ésta es la fórmula, la fórmula cristiana. El método cristiano es éste: "Venid y lo veréis". "Y fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con Él aquel día. Eran alrededor de las cuatro de la tarde". No especifica cuándo se fueron o cuándo empezaron a seguirle. Como decía antes, todo el párrafo, y también el siguiente, está compuesto de apuntes: las frases terminan en un punto que da por descontado que ya se saben muchas cosas. Por ejemplo: "Eran alrededor de las cuatro de la tarde"; pero, ¿quién sabe cuándo se fueron, cuándo se marcharon de allí? Sea como fuere, eran las cuatro de la tarde".

Luigi Giussani, diciembre 1994.

sábado, 17 de enero de 2009

Esperando un gran acontecimiento

No pretendo transcribir íntegro el libro Nostalgia de Dios, pero no me resisto a ofrecer fragmentos de indudable belleza y verdad, para bien de todos:

"No ocurre nada. Por lo menos, nada que me interese, que haga exultar mi corazón. Espero. ¡Espero! Mi vida, desde siempre, es la espera de un gran acontecimiento, de una catástrofe, de una sublime alegría, de algo inmenso y muy bello.

Alguien me reprocha: Usted es demasiado retraído. Es cierto, jamás me he sentido a gusto en sociedad; el deseo, la ambición de ocupar un lugar destacado en lo que se llama sociedad, me son absolutamente desconocidos. Vivo para otra cosa, no sé bien para qué, no podría decirlo; pero vivo a la espera de algo de belleza inefable, algo que quizá me suceda algún día. Ese sentimiento maravilloso y extraño lo he heredado de mi madre. Y ese mismo sentimiento arde también en Cristina".

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 25.

viernes, 16 de enero de 2009

La pregunta que me tortura sin tregua

Cada uno de nosotros reconoce en su propia vida cosas hermosas, experiencias satisfactorias, alegrías concretas... entonces, ¿por qué no nos basta?:

"Yo mismo ni siquiera sé ya lo que he venido a hacer en este mundo. Es verdad que trabajo, que doy algunas lecciones, que escribo... Algunos opinan que lo que hago está muy bien; otros, que es absurdo. Un tercero admira sinceramente mi actitud, mientras que el cuarto me considera loco. Y la tierra sigue girando en los espacios, los años van pasando, el cielo se curva sobre nuestras cabezas, implacablemente hermoso. A veces la vida me parece una comedia inmunda.

Pero, ¿y nuestro amor, Cristina mía? ¿Nuestra felicidad y el hijo que va creciendo? Tengo que reconocer que estas son cosas bellas, inmensas, y que dan una gran fuerza. ¿Por qué no logran colmarme de alegría y de felicidad hasta el punto de no dejar lugar a la incertidumbre cruel, a la pregunta que me tortura sin tregua?: ¿por qué existimos?"

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 23-24.

El misterio del alma humana

En un mundo sin certezas la compañía cierta de la persona amada y los objetos familiares son signos amistosos, pero insuficientes. Sigue intacto el misterio del alma humana:

"Las horas mejores, las más hermosas del día son las que pasamos juntos, Cristina y yo, a la noche, en nuestro cuarto, bajo la luz dorada de la lámpara. Los objetos nos rodean como amigos fieles que nos miran benévolos y en silencio. El viejo reloj golpea ese silencio con su tic-tac acompasado. Esta noche hemos continuado la lectura de Los hermanos Karamazov. Ya conocía yo ese hermoso libro, y Dostoievski vuelve a transportarme. ¡Con cuánto vigor sentimos en este escritor el misterio del alma humana, la desolación de la vida, la desesperante búsqueda de una liberación!"

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 23.

¿Vivir como un animal satisfecho?

Vuelvo al diario de van der Meer, Nostalgia de Dios. El autor, aún lejos de la fe, busca un modo -equivocado- de escapar al tormento de una existencia sin sentido. Cuando las preguntas nos desbordan la solución más fácil es intentar censurarlas, pero no funciona:

"Ando errante en mi alma, como un réprobo.

Es mejor no seguir buscando, no reflexionar más, vivir a lo bruto, sin la constante tortura de las vanas preguntas sin respuesta, vivir como un animal satisfecho.

La incertidumbre destroza mi alma. Lo mismo puedo afirmar esto que aquello. Puedo hacer burla de las cosas más sagradas, mancillarlas con palabras o con pensamientos; nada me lo impide. Pero al mismo tiempo que me complazco en estas turbias cavilaciones, aspiro a la pura sencillez de un niño. ¡Oh, el tormento de no saber dónde buscar, dónde encontrar la curación de mi inteligencia y de mi corazón! ¡Bah!, ¡hay que jugar sonriendo con la vida! Es el único medio de escapar a la desesperanza".

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 21.

jueves, 15 de enero de 2009

Cristo, nuevo sol

Última:

"Los escritores cristianos antiguos comparan a Jesús con un nuevo sol. Según los conocimientos astrofísicos actuales, lo deberíamos comparar con una estrella aún más central, no sólo para el sistema solar, sino incluso para todo el universo conocido.

En este misterioso designio, al mismo tiempo físico y metafísico, que llevó a la aparición del ser humano como coronación de los elementos de la creación, vino al mundo Jesús, "nacido de mujer" (Ga 4, 4), como escribe san Pablo. El Hijo del hombre resume en sí la tierra y el cielo, la creación y el Creador, la carne y el Espíritu. Es el centro del cosmos y de la historia, porque en él se unen sin confundirse el Autor y su obra. En el Jesús terreno se encuentra el culmen de la creación y de la historia, pero en el Cristo resucitado se va más allá: el paso, a través de la muerte, a la vida eterna anticipa el punto de la "recapitulación" de todo en Cristo (cf. Ef 1, 10). En efecto, "todo fue creado por él y para él", escribe el Apóstol (Col 1, 16).

Y, precisamente con la resurrección de entre los muertos, él obtuvo "el primado sobre todas las cosas" (Col 1, 18). Lo afirma Jesús mismo al aparecerse a los discípulos después de la resurrección: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28, 18). Esta conciencia sostiene el camino de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, a lo largo de las sendas de la historia. No hay sombra, por más densa que sea, que pueda oscurecer la luz de Cristo".

Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, 6 enero 2009.

La sinfonía de la creación

Nueva referencia a las palabras del Papa en Epifanía:

"Si es así, entonces los hombres, como escribe san Pablo a los Colosenses, no son esclavos de los "elementos del cosmos" (cf. Col 2, 8), sino que son libres, es decir, capaces de relacionarse con la libertad creadora de Dios. Dios está en el origen de todo y lo gobierna todo, no a la manera de un motor frío y anónimo, sino como Padre, Esposo, Amigo, Hermano, como Logos, "Palabra-Razón", que se unió a nuestra carne mortal una vez para siempre y compartió plenamente nuestra condición, manifestando el sobreabundante poder de su gracia.

Así pues, en el cristianismo hay una concepción cosmológica peculiar, que encontró elevadísimas expresiones en la filosofía y en la teología medievales. También en nuestra época da signos interesantes de un nuevo florecimiento, gracias a la pasión y a la fe de numerosos científicos, los cuales, siguiendo las huellas de Galileo, no renuncian ni a la razón ni a la fe, más aún, valoran ambas a fondo, en su recíproca fecundidad.

El pensamiento cristiano compara el cosmos con un "libro" -así decía también Galileo- considerándolo como la obra de un Autor que se expresa mediante la "sinfonía" de la creación. Dentro de esta sinfonía se encuentra, en cierto momento, lo que en lenguaje musical se llamaría un "solo", un tema encomendado a un solo instrumento o a una sola voz, y es tan importante que de él depende el significado de toda la ópera. Este "solo" es Jesús, al que precisamente corresponde un signo regio: la aparición de una nueva estrella en el firmamento".

Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, 6 enero 2009.

El amor que mueve el sol y las demás estrellas

Sigue su reflexión el Papa:

"El amor divino, encarnado en Cristo, es la ley fundamental y universal de la creación. Esto, en cambio, no se entiende en sentido poético, sino real. Por lo demás, así lo entendía Dante, cuando, en el verso sublime que concluye el Paraíso y toda la Divina Comedia, define a Dios "el amor que mueve el sol y las demás estrellas" (Paraíso, XXIII, 145). Esto significa que las estrellas, los planetas y todo el universo no están gobernados por una fuerza ciega, no obedecen únicamente a las dinámicas de la materia. Por consiguiente, no son los elementos cósmicos los que se han de divinizar, sino, al contrario, en todo y por encima de todo hay una voluntad personal, el Espíritu de Dios, que en Cristo se reveló como Amor (cf. Spe salvi, 5)".

Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, 6 enero 2009.

miércoles, 14 de enero de 2009

Una revolución cosmológica

En este Año de la Astronomía el Papa habla del cosmos y de Cristo, centro del cosmos y de la historia. Así lo ha hecho en la homilía de la Solemnidad de la Epifanía del Señor, el pasado 6 de enero:

"En este año 2009, que -en el IV centenario de las primeras observaciones de Galileo Galilei con el telescopio- está dedicado de modo especial a la astronomía, no podemos menos de prestar atención particular al símbolo de la estrella, tan importante en el relato evangélico de los Magos (cf. Mt 2, 1-12). Muy probablemente eran astrónomos. Desde su punto de observación, situado al oriente con respecto a Palestina, tal vez en Mesopotamia, habían notado la aparición de un nuevo astro y habían interpretado este fenómeno celestial como anuncio del nacimiento de un rey, precisamente, según las Sagradas Escrituras, del rey de los judíos (cf. Nm 24, 17).

En este singular episodio, narrado por san Mateo, los Padres de la Iglesia vieron también una especie de "revolución" cosmológica, causada por el ingreso del Hijo de Dios en el mundo. Por ejemplo, san Juan Crisóstomo escribe: "Cuando la estrella se situó sobre el Niño, se detuvo; y sólo una potencia que los astros no tienen podía hacer esto, es decir, primero ocultarse, luego aparecer de nuevo y, por último, detenerse" (Homilías sobre el evangelio de san Mateo, 7, 3). San Gregorio Nacianceno afirma que el nacimiento de Cristo imprimió nuevas órbitas a los astros (cf. Poemas dogmáticos, v, 53-64: PG 37, 428-429). Eso claramente se ha de entender en sentido simbólico y teológico. En efecto, mientras la teología pagana divinizaba los elementos y las fuerzas del cosmos, la fe cristiana, llevando a cumplimiento la revelación bíblica, contempla a un único Dios, Creador y Señor de todo el universo".

Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, 6 enero 2009.

martes, 13 de enero de 2009

Desterrados sublimes

Describe el autor de Nostalgia de Dios la contradicción de su ánimo; no cree en nada, pero no puede dejar de anhelar, de desear un sentido, una patria:

"Todo está permitido. No hay límite, no hay leyes. No existen ni el bien ni el mal. Todo está permitido.

Pero, ¿por qué sollozas, alma mía? ¿Es que anhelas la pureza, la nobleza, las cosas bellas y elevadas? [...]

Y, sin embargo, en lo más profundo de mi alma vibra el sentimiento muy vago, impreciso, de que nada de lo que estoy diciendo es verdad, de que algo existe aparte de nosotros, en este universo que nos aplasta con su pesado silencio -pero, ¿qué?- y que no somos animales, sino desterrados sublimes que han olvidado demasiado su patria".

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 20-21.

Nostalgia de Dios

Como prometía hace un momento, comienzo las citas de amplios pasajes de un libro excepcional. Se trata de Nostalgia de Dios, diario espiritual de Pieter van der Meer, holandés convertido al catolicismo gracias a la amistad con León Bloy -su padrino de bautismo- y el matrimonio Maritain, entre otros. Así describe el autor su intención al publicar el diario:

"Cuando desde años atrás anotaba, casi día a día, mis alegrías y dolores, todas las aspiraciones de mi espíritu lleno de angustia y de esperanza o torturado de atroz desesperación; cuando detallaba mis impresiones, trastornado por el trágico espectáculo de la humanidad que ha perdido el rumbo del Paraíso y por el espectáculo de mi propia alma, sin darme cuenta iba escribiendo la historia de mi infatigable búsqueda de la Verdad. Escuchaba apasionadamente todas las voces de la vida, las del exterior y las que percibía en las ocultas profundidades de mi alma. Contemplaba con avidez la vida, deseaba abarcarla por completo, con todos sus contrastes; imaginaba poder elevarme por encima de ella y dominarla como un rey; quería forjarme, con mi propia voluntad, un sistema de irónica resignación que, sin negar los insondables misterios, les señalara, como al pasar, un lugar inferior y poco importante en mi vida. Pero me era imposible sofocar el doloroso anhelo de Verdad con la dorada niebla de la apariencia. Mi espíritu no conocía ni la paz ni la libertad; estaba engrillado como un condenado a muerte; la nostalgia de los claros collados eternos hacíalo sufrir amargamente.

Este diario mío, escrito día a día y sin el propósito de publicarlo, decidí transformarlo en un libro, y por lo tanto me he visto obligado a retocar el texto, rellenando lagunas, suprimiendo cosas superfluas, cambiando algunas fechas, para dar una visión más clara de la peregrinación de mi vida. Se ha vuelto así el relato de mis aventuras espirituales, que, de no haberme dirigido un poder sobrenatural, me habrían llevado muy lejos de la salvación; pero, gracias a ellas, he llegado á las puertas de la Iglesia, en donde alguien que me esperaba me tomó de la mano, me hizo entrar y me señaló la lamparilla encendida junto al Altar. Y desde entonces estoy arrodillado en tierra, a la sombra de la Cruz, llorando de amor, el corazón henchido de inefables alegrías [...]

¿Quiénes habrán orado y sufrido por mi liberación? Los hay desconocidos. Pero creo saber de uno de ellos, hombre de cabellos blancos y grandes ojos donde habita su alma, hombre que ama a Dios sobre todas las cosas, y al que la Iglesia me ha vinculado por siempre con el indisoluble lazo del Sacramento del Bautismo: es León Bloy, mi padrino.

Al publicar este libro, sólo busco dar testimonio y anunciar a los cuatro vientos que todo es vacío, que todo es vano, frente a la Gloria de Dios y fuera de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Y a algunos que vagan, y que buscan, y que mueren de sed, estas páginas quizá les indiquen la fuente de agua viva que brota ahí mismo, ante sus pies heridos y fatigados del camino.

In festo Annuntiationis, 1913".

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 17-18.

El Año de la Astronomía y el Vaticano

"El año 2009 ha sido declarado por la UNESCO como “Año Internacional de la Astronomía”, en conmemoración del 400 aniversario de las primeras observaciones de Galileo Galilei.

El Observatorio Astronómico Vaticano, más conocido como Specola Vaticana, participará también en estas celebraciones. Por el momento, está previsto un Congreso Internacional de relectura histórico-filosófica y teológica sobre el “Caso Galilei”, una “Study Week on Astrobiology” organizada por la Academia Pontificia de las Ciencias, así como una exposición sobre el patrimonio astronómico italiano y vaticano, organizada en colaboración con el Instituto italiano de Astrofísica.

La Specola Vaticana, uno de los observatorios astronómicos más antiguos del mundo, fue fundado por el papa Gregorio XIII en 1578 y desde el principio trabajaron en él astrónomos y matemáticos jesuitas, aunque posteriormente han participado otras órdenes religiosas. Actualmente, la sede está en la residencia papal de Castel Gandolfo.

En 1981, la Specola fundó un segundo centro de investigación, el “Vatican Observatory Research Group” (VORG), en Tucson (Arizona, EE.UU.), en colaboración con la universidad local. En los programas divulgativos de la “Specola” participan astrónomos de todo el mundo.

En 1993 ambas instituciones construyeron el Telescopio Vaticano de Tecnología Avanzada (VATT), en el Monte Graham (Arizona), y en los próximos años el proyecto se completará con la construcción de los telescopios más grandes y sofisticados del mundo, que permitirán llevar adelante una serie de investigaciones astronómicas punteras".

Noticia de la agencia Zenit

De estrellas y agujeros negros

El nuevo año en que nos encontramos ha sido declarado "Año Internacional de la Astronomía". Me interesan las estrellas y el origen del universo. Me pierdo en los miles de millones de años, en los millones y millones de galaxias, estrellas y planetas, en los agujeros negros y la teoría de cuerdas... pero me encuentro en Dios, Creador admirable por vías que superan nuestra capacidad intelectual y sobre todo nuestra imaginación.

Esta tarde, en el encuentro semanal de trabajo sobre fe y ciencia en la Universidad de Alcalá, hemos visto varios videos sobre el origen del universo y las diversas teorías científicas hoy comúnmente aceptadas. Los datos causan estupor, las dimensiones sobrecogen, la razón siente vértigo y la fe abraza agradecida el don de la revelación, el conocimiento y el amor de Dios.

No es posible privarse del Misterio

Ser hombre es vivir a las puertas del Misterio, asomado a él o suspendido en él, como queráis. No es posible privarse de él. Todo es Misterio y sólo la vibración que éste produce en el alma atenta hace amable el vivir. Lo dice genialmente el escritor francés León Bloy en el prólogo de un estupendo y muy poco conocido libro. Prometo hacer referencia a esta obra próximamente:

"No es posible privarse del Misterio cuando se está hecho a imagen y semejanza de Dios. Se puede vivir sin pan, sin vino, sin techo, sin amor, sin felicidad; pero no se puede vivir sin el Misterio. La naturaleza humana lo exige.

Ah, bien sé yo que hay muchos animales llamados racionales que parecen haber vivido sesenta u ochenta años, y a los que un día se les lleva al cementerio sin que jamás hayan logrado salir de la nada. Muchos de ellos hasta han sido famosos en su viaje 'del útero al sepulcro'. Es considerable el contingente que ofrece la Sorbona, la Academia, el Parlamento. Distinguida multitud que ignora el tormento del Misterio. Hombres que se contentan con las realidades aparentes y para quienes no existe todo lo demás.

Pero los verdaderos hombres, los verdaderos vivos, los que no han recibido sus almas en vano, sufren y lloran como seres abandonados mientras no encuentran a la Iglesia, que guarda la llave de todos los misterios".

León Bloy, del prólogo a P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 7-8.

viernes, 9 de enero de 2009

La belleza y el pan

Este mundo nuestro tiene tanta necesidad de belleza como de pan. El teólogo Ratzinger nos recuerda que la ofrenda de los magos de oriente al Niño Dios es sólo el comienzo de una ofrenda permanente a Dios, por parte de la Iglesia y de la humanidad, de todo cuanto de hermoso, humano, y aun doloroso, hay en nuestro mundo:

"¿Del corazón de Israel no proviene, en realidad, una luz que resplandece a través de los siglos? Los magos del evangelio son sólo el inicio de una infinita peregrinación en la que la belleza de esta tierra es puesta a los pies de Cristo: el oro de los antiguos mosaicos cristianos, la luz polícroma que se filtra por las vidrieras de nuestras grandes catedrales, la exaltación que emana de las piedras, el canto navideño de alabanza de los árboles del bosque, son para él, y la voz humana así como los instrumentos musicales han hallado sus modalidades expresivas más hermosas cuando se han puesto a sus pies. Hasta el dolor del mundo, su fatiga, llega hasta él para encontrar, por un instante, junto al Dios hecho pobre, protección y comprensión.

Cierto, hoy nos hemos vuelto todos un tanto puritanos: todos estos tesoros, ¿no deberían haberse dado más bien a los pobres? Al hacernos esta pregunta olvidamos que la belleza que ha sido entregada al Señor es la única auténtica propiedad común del mundo. [...]

La belleza que ha sido dada al Niño de Belén es regalada a todos y todos tenemos necesidad de ella tanto como del pan. Quien sustrae la belleza al Niño para transformarla en algo útil no ayuda, sino que destruye. Sustrae la luz, sin la cual todos nuestros cálculos se vuelven fríos y carentes de sentido.

Ahora bien, uniéndonos a la peregrinación de los siglos en la prodigalidad de cuanto hay de más hermoso en este mundo para el recién nacido rey, no deberíamos olvidar que él vive siempre, sin embargo, en un establo, en la prisión, en las favelas, y que no lo alabamos si no somos capaces de encontrarlo allí".

J. Ratzinger, Gottes Angesicht suchen. Betrachtungen im Kirchenjahr (Theologie und Leben 46), KyV, Meitingen/Freising 1979, 2ª ed., p.11-12.

miércoles, 7 de enero de 2009

No hay nada insignificante

"Es bueno aprender a hacer la más insignificante de las cosas de la manera más grande".

Goethe, citado por J. Guitton, El trabajo intelectual, Rialp 1999, p. 13.

La verdadera mística

Más sobre lo ordinario:

"La verdadera mística es lo extraordinario de lo ordinario".

O. Clément, El otro sol, Narcea 1983, p. 56

Gustar lo cotidiano

Pasadas las fiestas navideñas volvemos al "tiempo ordinario". Es decir, al tiempo cotidiano, al tiempo-tiempo de nuestros días y nuestras noches. Una advertencia:

"Lo ordinario es lo que más se nos escapa: hace falta mucha experiencia para poder gustar lo cotidiano".

Jean Guitton, Justificación del tiempo, Fax 1966, p. 14.

martes, 6 de enero de 2009

C + M + B

Hace años me sorprendió ver en Alemania una inscripción -hecha habitualmente con tiza- sobre las puertas de muchas casas: C + M + B y el año en curso. Preguntando el sentido de dichas letras me respondieron mis amigos alemanes que se trataba de una antigua tradición navideña: con tiza bendecida se escribían sobre la puerta de la casa las tres letras de las iniciales -en alemán- de los nombres de los tres Reyes Magos: Caspar (Gaspar), Melchior (Melchor) y Balthasar (Baltasar). Pero -añadieron- la inscripción también responde a la frase latina "Christus Mansionem Benedicat", es decir, "Cristo bendiga esta casa". Dicha inscripción suele mantenerse hasta Pentecostés.

La forma de escribir la bendición de este año sería:

20 C + M + B 09

Oro, incienso y mirra

¡Qué inolvidables palabras, las de Juan Pablo II, convocando a los jóvenes a la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, que él no llegaría a presidir! Hablaba el Papa del significado de los dones de los sabios de oriente:

"Abrieron sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra" (Mt 2,11). Los dones que los Reyes Magos ofrecen al Mesías simbolizan la verdadera adoración. Por medio del oro subrayan la divinidad real; con el incienso lo reconocen como sacerdote de la nueva Alianza; al ofrecerle la mirra celebran al profeta que derramará la propia sangre para reconciliar la humanidad con el Padre".

Pero también animaba a los jóvenes -y sus palabras siguen siendo válidas hoy para todos los creyentes- a ofrecerse a sí mismos al Señor:

"Queridos jóvenes, ofreced también vosotros al Señor el oro de vuestra existencia, o sea la libertad de seguirlo por amor respondiendo fielmente a su llamada; elevad hacia Él el incienso de vuestra oración ardiente, para alabanza de su gloria; ofrecedle la mirra, es decir el afecto lleno de gratitud hacia Él, verdadero Hombre, que nos ha amado hasta morir como un malhechor en el Gólgota".

Juan Pablo II, Mensaje para la XX Jornada Mundial de la Juventud, Colonia 2005.

La Epifanía de la Iglesia

"Si María, José y los pastores de Belén representan al pueblo de Israel que ha acogido al Señor, los Reyes Magos son la primicia de las gentes, nuevo pueblo de Dios, basado ya no en la homogeneidad étnica, lingüística o cultural, sino sólo en la fe común en Jesús, Hijo de Dios [...] La Epifanía de Cristo es, por tanto, al mismo tiempo epifanía de la Iglesia, es decir, manifestación de su vocación y misión universal”.

Benedicto XVI, 6 enero 2007.

La estrella de los Reyes Magos

Día de Reyes, solemnidad de la Epifanía. Dijo el Papa en Colonia, en cuya Catedral se conservan las reliquias de los Reyes Magos, en el que es quizá el mayor relicario de la cristiandad:

"¿Por qué los Magos fueron a Belén desde países lejanos? La respuesta está en relación con el misterio de la «estrella» que vieron «salir» y que identificaron como la estrella del «Rey de los Judíos», es decir, como la señal del nacimiento del Mesías (cf. Mt 2,2). Por tanto, su viaje fue motivado por una fuerte esperanza, que luego tuvo en la estrella su confirmación y guía hacia el "Rey de los Judíos", hacia la realeza de Dios mismo. Los Magos marcharon porque tenían un deseo grande que los indujo a dejarlo todo y a ponerse en camino. Era como si hubieran esperado siempre aquella estrella. Como si aquel viaje hubiera estado siempre inscrito en su destino, que ahora finalmente se cumple".

Benedicto XVI, Colonia 2005.

domingo, 4 de enero de 2009

Un pecado de omisión

Existe una responsabilidad de los católicos -al menos de algunas generaciones- en esta crisis de la inteligencia, de la que hablaba Daniélou:

"Los creyentes han llegado a creer que les basta presentar una faz más complaciente para probar la existencia de Dios y desprecian de buena gana toda reflexión filosófica. Los cristianos han menospreciado demasiado la inteligencia. Con demasiada frecuencia han dejado la cultura en manos de los incrédulos. Indudablemente es éste uno de los grandes errores del cristianismo contemporáneo. El resultado es que espíritus más exigentes no encuentran respuestas a sus interrogantes".

J. Duquesne, citado por Jean Daniélou, El dedo en la llaga, Mensajero 1970, p. 83.

La crisis de la inteligencia

Sigue Daniélou poniendo el dedo en la llaga del origen de ésta y de todas las crisis modernas:

"Hay un drama, que para mí es el único, en el mundo actual. El drama no está en el mundo en sí mismo, que yo considero válido y bueno. Está en una crisis radical, profunda, dramática, de la inteligencia [...] Éste es el drama, el único drama. La crisis del mundo actual es una crisis de la inteligencia, una crisis de la verdad, una crisis del pensamiento".

Jean Daniélou, El dedo en la llaga, Mensajero 1970.

Aceptar el desafío

Crisis, crisis... Es la palabra de moda, tristemente. Crisis financiera, económica, laboral... pero sobre todo crisis de un sistema que ha perdido el contacto con la realidad social, que sólo sabe de progresiones geométricas de ganancias, que no es capaz de mirar el bien común. Lo señala el Papa en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz. Volveré sobre esto, pero hoy quiero citar un texto del cardenal Daniélou que me parece una bocanada de aire fresco en la enrarecida "casa común" del pensamiento actual. La crisis puede ser vivida como un desafío. Pero, ¿seremos capaces de responder a él?:

"Hoy se habla mucho de crisis de civilización. Pero hablar de crisis no es necesariamente hablar de decadencia o de derrumbamiento. Hablar de crisis quiere decir que este mundo en el que vivimos, este mundo en el que nos encontramos fundamentalmente a gusto -me gusta mi tiempo y no me lamento gran cosa de vivir en él-, nos plantea cierto número de interrogantes y nos lanza cierto número de desafíos, lo cual me parece absolutamente saludable [...] El hecho de estar, en este sentido, dentro de una situación de desafío, es perfectamente normal.

Ante un desafío, no se trata de impugnar la legitimidad de las cuestiones que se plantean. Se trata de responder a ellas. Lo propio del desafío es que exige ser aceptado. El drama actual pudiera consistir en que el desafío -perfectamente normal- que se nos lanza, nos encuentre incapaces de responder a él [...]"

Jean Daniélou, El dedo en la llaga, Mensajero 1970, p. 19 ss.

viernes, 2 de enero de 2009

De poetas y padres

El poeta trascurre su existencia intentando balbucear el verso que le exprese, el verbo que consiga revelar algo de lo que le quema por dentro, la palabra que logre redimir el tiempo de su caducidad. En la experiencia de la paternidad sorprende Jorgue Guillén la victoria sobre el límite personal. Y a través de los ojos del hijo renueva el asombro ante la realidad. "En el gran fuego inextinguible quemémonos": ¿vitalismo pagano o conciencia cristiana? ¡Quemémonos en el gran fuego inextinguible del amor de Dios, la zarza ardiente que arde sin consumirse!

Para saborear despacio:

"Hijo, resplandor
de mi júbilo
como el verso posible
que busco...

La mirada mía verá
con tus ojos
el mejor universo:
el de tu asombro. [...]

¿Quién eres, quién serás?
Existes. Eres. En tu mundo quedo. [...]

Hijo, vislumbre
de gloria:
cielos redondos ceñirán
tus obras. [...]

No soy mi fin, no soy final
de vida.
Pase la corriente. No es tuya
ni mía.

Hijo, centella
de un fuego:
en el gran fuego inextinguible
quemémonos".

Jorge Guillén, Viviendo y otros poemas, Seix Barral 1958, pp. 43-48

Hacia el infinito nos precipitamos

¿Vivimos encerrados en la cárcel cíclica del tiempo? ¿Somos también parte del ritmo anual de la naturaleza? No se puede negar que respiramos con ella y su renacer nos arrastra, pero... el ser humano está orientado más allá, siempre más allá, al infinito, como dice bellamente Rilke:

"Volvamos a empezar, dice la tierra,
volvamos a empezar,
es mi única probabilidad.
Y de repente la primavera exclama:
¡volvemos a empezar!
Y la actividad por todas partes y la acción,
qué obediencia.
Y el corazón que quisiéramos retener,
de un salto se relanza.
Solamente la tierra que obedece,
sabe bien que gira en redondo,
mientras que nosotros hacia el infinito
nos precipitamos".

Rainer Maria Rilke.

jueves, 1 de enero de 2009

No una vida programada...

Al comenzar un año hacemos propósitos, hemos de programar muchas cosas, pero no olvidemos las palabras del teólogo y obispo italiano Carlo Cafarra:

"El cristianismo no es una vida programada, sino una vida enamorada".

C. Cafarra

La única alegría del mundo es comenzar...

Año nuevo, posibilidad de un nuevo inicio, pero no desde cero -como si no hubiéramos vivido nada hasta ahora, como si el año que acaba de concluir no fuera parte incancelable de nuestro bagaje humano, con sus aciertos y errores-, sino desde la misericordia de Dios, que nos regenera continuamente. Recojo una frase del escritor italiano Cesare Pavese:

"La única alegría del mundo es comenzar. Es bello vivir porque es comenzar siempre, a cada instante. Cuando falta este sentido -prisión, enfermedad, rutina, estupidez- se querría uno morir".

C. Pavese, El oficio de vivir, Seix Barral 2005, p. 67.


Pavese se suicidó 13 años después de escribir esa frase, en 1950. Le faltó el sentido.