jueves, 14 de junio de 2012

Un mundo de cosas pequeñas

El asombro no se dirige sólo a lo infinitamente grande -el cielo estrellado-, o a la naturaleza que nos rodea a nuestra propia escala -el mar, los bosques, las aves-, sino que:

"Hay un mundo de cosas pequeñas que pocas veces se ve. Muchos niños, quizás porque ellos mismos son pequeños y están más cerca del suelo que nosotros, se dan cuenta y disfrutan con lo pequeño y que pasa desapercibido. Quizás por esto es fácil compartir con ellos la belleza que solemos perdernos porque miramos demasiado deprisa, viendo el todo y no las partes.

Algunas de las más exquisitas obras de la naturaleza están a una escala de miniatura, como sabe quien haya mirado un copo de nieve a través de una lupa".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro, Madrid 2012, p. 34.

La belleza sobre sus cabezas

Sigo leyendo El sentido del asombro, librito de Rachel Carson que acaba de publicar Encuentro. La autora nos invita a no dar nada por supuesto, a apreciar la belleza de este mundo salido de las manos de Dios como si lo viéramos por primera o por última vez:

"Para la mayoría de nosotros el conocimiento de nuestro mundo viene en gran medida a través de la vista, pero miramos alrededor con ojos tales que no vemos que somos parcialmente ciegos. Una manera de abrir los ojos a la belleza inapreciada es preguntarte a ti mismo: ¿Qué pasaría si nunca lo hubiera visto? ¿Qué pasaría si supiera que no lo veré nunca otra vez?

Recuerdo una noche de verano cuando este pensamiento me vino con fuerza. Era una noche clara sin luna. Con un amigo fuimos a un cabo que era casi una isla pequeña, estando todo rodeado por el agua de la bahía. Allí el horizonte está remoto y lejana la frontera del borde del espacio. Nos tendimos y miramos al cielo y al millón de estrellas que brillaban en la oscuridad. La noche estaba tan en calma que podíamos oír el ruido de las boyas sobre el acantilado más allá de la boca de la bahía. Una o dos veces una palabra dicha por alguien en la lejana orilla de la playa era traída por el aire despejado. Unas pocas luces ardían en las cabañas. Aparte de eso no había nada que nos recordara una presencia humana; mi acompañante y yo estábamos solos con las estrellas. Nunca las había visto tan hermosas: el río brumoso de la Vía Láctea fluyendo a través del cielo, los dibujos de las constelaciones, brillantes y nítidas, un planeta centelleante más abajo en el horizonte. Una o dos veces un meteorito se consumió en su camino hacia la atmósfera de la tierra.

Se me ocurrió que si esto pudiera verse sólo una vez en un siglo o incluso una vez en una generación este cabo estaría atestado de espectadores. Pero como lo podemos ver muchas decenas de noches en cualquier año, las luces arden en las cabañas y los habitantes probablemente no otorgan ningún pensamiento a la belleza sobre sus cabezas; y porque pueden verlo casi cualquier noche, quizás no lo verán nunca".

R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro, Madrid 2012,  pp. 31-32.