domingo, 18 de enero de 2009

Le miraban hablar

Sigue la evocación del primer encuentro de Juan y Andrés con Jesús, encuentro que se dilata hasta Simón Pedro:

"Uno de los dos que habían oído las palabras de Juan el Bautista y habían seguido a Jesús se llamaba Andrés y era hermano de Simón Pedro. Se encontró, en primer lugar, con su hermano Simón... Dejan a Jesús y el primero con el que Andrés se encuentra es con su hermano Simón que volvía de la playa, de pescar o de repasar las redes para pescar, y le dice: "Hemos encontrado al Mesías". No narra nada, no cita nada, no documenta nada: es cosa ya sabida, está claro, ¡son apuntes de cosas que todo el mundo sabe! Pocas páginas se pueden leer con tanto realismo y veracidad, tan sencillamente verídicas, donde ni una sola palabra se añade al puro recuerdo.

¿Cómo pudo decir: "Hemos encontrado al Mesías"? Jesús, al hablar con ellos, les diría esta palabra propia de su vocabulario. Porque decir espontáneamente que aquél era el Mesías, tan seguros como de que "dos y dos son cuatro", hubiera sido de otro modo imposible. Pero se ve que estando allí durante horas escuchando a aquel hombre, viéndole, mirándole hablar -¿Había alguien que hablase así? ¿Quién había hablado así hasta entonces? ¿Había alguien que hubiese dicho esas cosas? ¡Nunca se habían oído! ¡Nunca se había visto a nadie como Él!-, lentamente se iba abriendo paso en su ánimo la expresión: "Si no creo en este hombre no puedo creer en nadie, ni siquiera en mis propios ojos". No es que lo dijeran, ni que lo pensaran; lo sintieron, no lo pensaron. Aquel hombre diría, pues, entre otras cosas, que Él era el que tenía que venir, el Mesías que tenía que venir. Y fue tan obvio el carácter excepcional de su anuncio (de su afirmación), que ellos lo asumieron como si fuese algo sencillo -¡de hecho era algo sencillo!-, como si fuese algo fácil de entender.

"Y Andrés le llevó a donde estaba Jesús. Jesús, con la mirada fija en él, le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan. Tú te llamarás Cefas, que quiere decir 'piedra' "". Los judíos solían cambiar el nombre de una persona para indicar su carácter o algún hecho que le había sucedido. Imaginaos, pues, a Simón yendo con su hermano, lleno de curiosidad y un poco de temor. El hombre a cuyo encuentro le conduce su hermano le mira fijamente. Aquel hombre le estaba mirando ya desde lejos. ¡De qué modo le miraría que comprendió su carácter hasta la médula!: "Tú te llamarás Piedra". Pensad en uno que se sienta mirado así, que se sienta alcanzado en lo más profundo de sí mismo por alguien que acaba de conocer, absolutamente extraño. "Al día siguiente, Jesús quiso partir hacia Galilea...".

Luigi Giussani, diciembre 1994.

Y Andrés abrazó a su mujer

El encuentro con Jesús cambia a la persona. Uno no deja de ser él mismo, pero es otro. Lo experimentó, seguramente, la mujer de Andrés, que nunca -como aquella noche- se había sentido abrazada así por su marido:

"Pero imaginad a aquellos dos escuchándole durante varias horas y que luego deben volver a casa. Él les despide y ellos se marchan callados, en silencio, porque les invade la impresión que han tenido de presentir el misterio, de sentirlo. Y después se separan. Cada uno se va a su casa. No se despiden. No es propiamente que no lo hagan sino que lo hacen de otro modo: se despiden sin hablar porque están llenos de lo mismo, los dos son una sola cosa de tan llenos como están de lo mismo.

Andrés entra en su casa, pone el mantel y su mujer le dice: "Pero, Andrés, ¿qué pasa? Estás diferente, ¿qué te ha sucedido?". Imaginemos que él, abrazándola, rompiese a llorar y que ella, turbada, siguiese preguntándole: "Pero, ¿qué tienes?". Él seguía abrazando a su mujer, que no se había sentido abrazada así en toda su vida: ¡Era otro! Era él pero era otro. Si le hubiesen preguntado "¿Quién eres?", habría dicho: "Me doy cuenta de que soy otro... Después de haber oído a ese individuo, a ese hombre, soy otro". Amigos, esto, sin muchas sutilezas, es lo que sucedió".

Luigi Giussani, diciembre 1994.

Juan y Andrés: el método cristiano

En el Evangelio de hoy hemos escuchado el relato del encuentro de los primeros discípulos con Jesús. ¡Qué espléndido pasaje! Y espléndida también la evocación de estos hechos tantas veces realizada por don Giussani. Esta es una de ellas:

"Aquel día estaba Juan allí de nuevo con dos de sus discípulos. Fijando su mirada en Jesús que pasaba dijo...". Imaginad la escena. Tras 150 años de espera, por fin, el pueblo hebreo, que siempre a lo largo de toda su historia, durante dos milenios, había tenido algún profeta, alguno reconocido por todos, tras 150 años, por fin, tenía un nuevo profeta: se llamaba Juan el Bautista... Toda la gente -ricos y pobres, publicanos y fariseos, amigos y adversarios- iban a oírle y a ver cómo vivía, al otro lado del Jordán, en una tierra desierta, comiendo langostas y hierbas silvestres. Tenía siempre un corro de personas a su alrededor.

Entre estas personas se contaban también aquel día dos que habían ido por primera vez y que venían, por así decirlo, del campo: del lago, que estaba bastante lejos y se encontraba fuera de la influencia de las ciudades importantes. Estaban allí como dos pueblerinos que van por primera vez a la ciudad, turbados, mirando con ojos asombrados todo lo que sucedía a su alrededor y, sobre todo, mirándole a él. Estaban allí con la boca abierta y con los ojos abiertos de par en par para mirarle, para oírle, atentísimos.

De repente, uno del grupo, un hombre joven, se marcha tomando el sendero que bordea el río para ir hacia el Norte. Y Juan el Bautista, de improviso, con la mirada fija en él, grita: "¡He ahí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo!". La gente no se movió, porque estaba acostumbrada a oír de vez en cuando al profeta expresarse con frases extrañas, incomprensibles, sin nexo aparente entre ellas, sin contexto; por eso la mayor parte de los presentes no hizo caso de ello. Pero los dos que venían por primera vez, que estaban allí pendientes de todas las palabras que decía Juan, que miraban sus ojos y los seguían hacia donde él dirigía su mirada, vieron que se fijaba en aquel individuo que se iba y se marcharon detrás. Le seguían manteniéndose a distancia, por temor, por vergüenza, pero extraña, profunda, oscura y sugestivamente movidos por la curiosidad.

"Aquellos dos discípulos, cuando le oyeron hablar así, siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que le seguían dijo: '¿Qué buscáis?'. Le respondieron: 'Rabí, ¿dónde vives?' Les dijo: 'Venid y lo veréis'". Ésta es la fórmula, la fórmula cristiana. El método cristiano es éste: "Venid y lo veréis". "Y fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con Él aquel día. Eran alrededor de las cuatro de la tarde". No especifica cuándo se fueron o cuándo empezaron a seguirle. Como decía antes, todo el párrafo, y también el siguiente, está compuesto de apuntes: las frases terminan en un punto que da por descontado que ya se saben muchas cosas. Por ejemplo: "Eran alrededor de las cuatro de la tarde"; pero, ¿quién sabe cuándo se fueron, cuándo se marcharon de allí? Sea como fuere, eran las cuatro de la tarde".

Luigi Giussani, diciembre 1994.