lunes, 26 de diciembre de 2011

La salida del laberinto

El Papa utiliza una imagen sugerente: estamos en un laberinto, creado por nosotros mismos, y somos incapaces de salir de él. Pero hay una vía de salida, hacia arriba:

"Reconocerlo es el primer paso hacia la salvación, hacia la salida del laberinto en el que nosotros mismos nos encerramos con nuestro orgullo. Levantar los ojos al cielo, extender las manos e invocar ayuda, es la vía de salida, siempre y cuando haya Alguien que escucha, y que pueda venir en nuestro auxilio".

Lo más sorprendente es que existe Alguien que escucha, y no sólo eso. Dios no se limita a escuchar: ha entrado en nuestro laberinto, para acompañarnos hacia la salida. No nos ha dado un folleto de instrucciones, sino que ha venido en persona:

"Jesucristo es la prueba de que Dios ha escuchado nuestro clamor. Y, no sólo. Dios tiene un amor tan fuerte por nosotros, que no puede permanecer en sí mismo, que sale de sí mismo y viene entre nosotros, compartiendo nuestra condición hasta el final (cf. Ex 3,7-12). La respuesta que Dios ha dado en Jesús al clamor del hombre supera infinitamente nuestras expectativas, llegando a una solidaridad tal, que no puede ser sólo humana, sino divina. Sólo el Dios que es amor y el amor que es Dios podía optar por salvarnos por esta vía, que es sin duda la más larga, pero es la que respeta su verdad y la nuestra: la vía de la reconciliación, el diálogo y la colaboración".

Benedicto XVI, 25 diciembre 2011

El gran mal: querer ocupar el puesto de Dios

Sigue diciendo el Papa:

"Él fue enviado por Dios Padre para salvarnos sobre todo del mal profundo arraigado en el hombre y en la historia: ese mal de la separación de Dios, del orgullo presuntuoso de actuar por sí solo, del ponerse en concurrencia con Dios y ocupar su puesto, del decidir lo que es bueno y es malo, del ser el dueño de la vida y de la muerte (cf. Gn 3,1-7).

Este es el gran mal, el gran pecado, del cual nosotros los hombres no podemos salvarnos si no es encomendándonos a la ayuda de Dios, si no es implorándole: «Veni ad salvandum nos - Ven a salvarnos».

Benedicto XVI, 25 diciembre 2011

La mano que Dios tiende a la humanidad

En su mensaje de Navidad el Papa nos recuerda que hay una mano más grande a la que podemos aferrarnos en nuestras dificultades:

"Veni ad salvandum nos. Este es el clamor del hombre de todos los tiempos, que siente no saber superar por sí solo las dificultades y peligros. Que necesita poner su mano en otra más grande y fuerte, una mano tendida hacia él desde lo alto.

Queridos hermanos y hermanas, esta mano es Cristo, nacido en Belén de la Virgen María. Él es la mano que Dios ha tendido a la humanidad, para hacerla salir de las arenas movedizas del pecado y ponerla en pie sobre la roca, la roca firme de su verdad y de su amor (cf. Sal 40,3)".


Benedicto XVI, 25 diciembre 2011

domingo, 25 de diciembre de 2011

Inclinarse para entrar en Belén

Última referencia a las palabras de Benedicto XVI en la Misa del Gallo:

"Quien quiere entrar hoy en la iglesia de la Natividad de Jesús, en Belén, descubre que el portal, que un tiempo tenía cinco metros y medio de altura, y por el que los emperadores y los califas entraban al edificio, ha sido en gran parte tapiado. Ha quedado solamente una pequeña abertura de un metro y medio. La intención fue probablemente proteger mejor la iglesia contra eventuales asaltos pero, sobre todo, evitar que se entrara a caballo en la casa de Dios.

Quien desea entrar en el lugar del nacimiento de Jesús, tiene que inclinarse. Si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón «ilustrada». Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios. Hemos de seguir el camino interior de san Francisco: el camino hacia esa extrema sencillez exterior e interior que hace al corazón capaz de ver. Debemos bajarnos, ir espiritualmente a pie, por decirlo así, para poder entrar por el portal de la fe y encontrar a Dios, que es diferente de nuestros prejuicios y nuestras opiniones: el Dios que se oculta en la humildad de un niño recién nacido.

Dejemos que nos haga sencillos ese Dios que se manifiesta al corazón que se ha hecho sencillo".

Benedicto XVI, 24 diciembre 2011

Tocar y acariciar a Dios

Evocando el "primer belén", recreado por San Francisco de Asís en la aldea italiana de Greccio, el Papa señala la importancia de redescubrir en estos días "la humanidad de Jesús", gracias a la cual podemos "tocar y acariciar a Dios":

"Nacido en un establo en Belén, no en los palacios de los reyes. Cuando Francisco de Asís celebró la Navidad en Greccio, en 1223, con un buey y una mula y un pesebre con paja, se hizo visible una nueva dimensión del misterio de la Navidad. Francisco de Asís llamó a la Navidad «la fiesta de las fiestas» –más que todas las demás solemnidades– y la celebró con «inefable fervor». Besaba con gran devoción las imágenes del Niño Jesús y balbuceaba palabras de dulzura como hacen los niños, nos dice Tomás de Celano.

Para la Iglesia antigua, la fiesta de las fiestas era la Pascua: en la resurrección, Cristo había abatido las puertas de la muerte y, de este modo, había cambiado radicalmente el mundo: había creado para el hombre un lugar en Dios mismo. Pues bien, Francisco no ha cambiado, no ha querido cambiar esta jerarquía objetiva de las fiestas, la estructura interna de la fe con su centro en el misterio pascual. Sin embargo, por él y por su manera de creer, ha sucedido algo nuevo: Francisco ha descubierto la humanidad de Jesús con una profundidad completamente nueva. Este ser hombre por parte de Dios se le hizo del todo evidente en el momento en que el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre. La resurrección presupone la encarnación. El Hijo de Dios como niño, como un verdadero hijo de hombre, es lo que conmovió profundamente el corazón del Santo de Asís, transformando la fe en amor.

En el niño en el establo de Belén, se puede, por decirlo así, tocar a Dios y acariciarlo. De este modo, el año litúrgico ha recibido un segundo centro en una fiesta que es, ante todo, una fiesta del corazón".

Benedicto XVI, 24 diciembre 2011

¿Es el mal tan potente y originario como el bien y lo bello?

En la homilía de la Misa del Gallo el Papa evocaba la "nueva y consoladora certidumbre" que anuncia la Navidad: Dios no es arbitrario y cruel, ni hay dos principios eternamente en lucha e igualmente poderosos (Bien y Mal), sino que "Dios -único principio- es pura bondad":

"Para los hombres de la época precristiana, que ante los horrores y las contradicciones del mundo temían que Dios no fuera bueno del todo, sino que podría ser sin duda también cruel y arbitrario, esto era una verdadera «epifanía», la gran luz que se nos ha aparecido: Dios es pura bondad. Y también hoy, quienes ya no son capaces de reconocer a Dios en la fe se preguntan si el último poder que funda y sostiene el mundo es verdaderamente bueno, o si acaso el mal es tan potente y originario como el bien y lo bello, que en algunos momentos luminosos encontramos en nuestro cosmos. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: ésta es una nueva y consoladora certidumbre que se nos da en Navidad.

Benedicto XVI, 24 diciembre 2011

lunes, 19 de diciembre de 2011

Dios os ama con un amor infinito

El domingo 18 de diciembre, IV domingo de Adviento, el Papa ha visitado la cárcel romana de Rebibbia. Recojo algunos párrafos de sus palabras a los detenidos:

"Quisiera poder ponerme a la escucha de la peripecia personal de cada uno, pero, lamentablemente, no es posible; sin embargo, he venido a deciros sencillamente que Dios os ama con un amor infinito, y sois siempre hijos de Dios. Y el mismo Unigénito Hijo de Dios, el Señor Jesús, experimentó la cárcel, fue sometido a un juicio ante un tribunal y sufrió la más feroz condena a la pena capital.

Queridos hermanos y hermanas, la justicia humana y la divina son muy diferentes. Cierto, los hombres no pueden aplicar la justicia divina, pero deben al menos apuntar a ella, tratar de captar el espíritu profundo que la anima, para que ilumine también la justicia humana... Dios, en efecto, es Aquél que proclama la justicia con fuerza, pero que, al mismo tiempo, cura las heridas con el bálsamo de la misericordia.

Justicia y misericordia, justicia y caridad, bisagras de la doctrina social de la Iglesia, son dos realidades diferentes sólo para nosotros los hombres, que distinguimos atentamente un acto justo de un acto de amor... Pero para Dios no es así: en Él, justicia y caridad coinciden; no hay acción justa que no sea también acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo, no hay una acción misericordiosa que no sea perfectamente justa.

El nacimiento del Señor Jesús, del que haremos memoria dentro de pocos días, nos recuerda su misión de llevar la salvación a todos los hombres, sin excluir a nadie. Su salvación no se impone, sino que nos reúne a través de actos de amor, de misericordia y de perdón que nosotros mismos sabemos realizar. El Niño de Belén será feliz cuando todos los hombres vuelvan a Dios con corazón renovado. Pidámosle en el silencio y en la oración ser todos liberados de la cárcel del pecado, de la soberbia y del orgullo: cada uno de hecho necesita salir de esta cárcel interior para ser verdaderamente libre del mal, de las angustias de la muerte. ¡Sólo aquél Niño en el pesebre es capaz de dar a todos esta liberación plena!

Tened la seguridad de que yo estoy cercano a cada uno de vosotros, a vuestras familias, a vuestros hijos, a vuestros jóvenes, a vuestros ancianos y os llevo a todos en el corazón delante de Dios. ¡El Señor os bendiga a vosotros y a vuestro futuro!"

Benedicto XVI, 18 diciembre 2011

sábado, 17 de diciembre de 2011

A la zaga de Dios

Leyendo la anterior entrada podríamos pensar que el poeta exagera, que ha dejado de lado algunos aspectos cantados por la poesía que no tienen nada que ver con Dios. Pero sigamos escuchándole:

"No nos engañemos, no creamos que hay desvíos. No hay que pensar en fray Luis, ni en San Juan de la Cruz, ni en Hopkins, ni en Péguy, ni en Rilke. A través de la belleza de la mujer va a Dios -triste y grande, como un día de verano- el luminoso Renacimiento. Y a Dios busca en la complicación, en la maravilla o en la perfección nunca saciada el complicado barroquismo. Y el romántico, sombrío o exótico, entre imprecaciones o entre risas, con el alma torturada, a la zaga de Dios va también. Pero, ¿a quién, sino a Él, buscaba, tan ciego, tan turbio, el superrealismo contemporáneo, al bucear otra vez en los subterráneos de nuestra personalidad".

Dámaso Alonso, En busca de Dios, 1945.

Toda poesía es religiosa

La afirmación que da título a esta entrada del blog no es mía, sino de uno de los grandes de la poesía española, Dámaso Alonso:

"Toda poesía es religiosa. Buscará unas veces a Dios en la Belleza. Llegará a lo mínimo, a las delicias más sutiles, hasta el juego, acaso. Se volverá otras veces, con íntimo desgarrón, hacia el centro humeante del misterio, llegará quizá a la blasfemia. No importa. Si trata de reflejar el mundo, imita la creadora actividad. Cuando lo canta con humilde asombro, bendice la mano del Padre. Si se revuelve, iracunda, reconoce la opresión de la poderosa presencia. Si se vierte hacia las grandes incógnitas que fustigan el corazón del hombre, a la gran puerta llama. Así va la poesía de todos los tiempos a la busca de Dios".

Dámaso Alonso, En busca de Dios, 1945.

domingo, 11 de diciembre de 2011

La forma más pura de la alegría

El padre Cantalamessa, sacerdote franciscano y predicador del Papa, comenta también la liturgia del III Domingo de Adviento con estas sabias palabras:

"El tercer domingo de Adviento se llama domingo 'de la alegría' y marca el paso de la primera parte -prevalentemente austera y penitencial- del Adviento a la segunda parte dominada por la espera de la salvación cercana. El título le viene de las palabras 'Estad siempre alegres' (gaudete) que se escuchan al inicio de la Misa: 'Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca' (Filipenses, 4,4-5). Pero el tema de la alegría invade también el resto de la liturgia de la Palabra. En la primera lectura oímos el grito del profeta: 'Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios'. El Salmo responsorial es el Magnificat de María, intercalado del estribillo: 'Me alegro con mi Dios'. La segunda lectura, finalmente, comienza con las palabras de Pablo: 'Hermanos: Estad siempre alegres'.

Ser felices es tal vez el deseo humano más universal. Todos quieren ser felices. El poeta alemán Schiller cantó este anhelo universal al gozo en una poesía que después Beethoven inmortalizó, haciendo el famoso Himno a la Alegría que concluye la Novena Sinfonía. También el Evangelio es, a su modo, un largo himno a la alegría. El nombre mismo 'evangelio' significa, como sabemos, feliz noticia, anuncio de alegría.

Pero el discurso de la Biblia sobre la alegría es un discurso realista, no idealista ni veleidoso. Con la comparación de la mujer que da a luz (Juan 16,20-22) Jesús nos ha dicho muchas cosas. El embarazo no es en general un período fácil para la mujer. Es más bien un tiempo de molestias, de limitaciones de todo tipo: no se puede hacer, comer ni llevar puesto lo que se desea, ni ir adonde se quiera. Sin embargo, cuando se trata de un embarazo deseado, vivido en un clima sereno, no es un tiempo de tristeza, sino de alegría. El porqué es sencillo: se mira adelante, se pregusta el momento en que se podrá tener en brazos a la propia criatura. He oído a varias madres decir que ninguna otra experiencia humana se puede comparar a la felicidad que se experimenta al convertirse en madre.

Todo esto nos dice algo muy preciso: las alegrías verdaderas y duraderas maduran siempre desde el sacrificio. ¡No hay rosa sin espinas! En el mundo, placer y dolor (lo hemos observado ya en una ocasión) se siguen el uno al otro con la misma regularidad con la que al elevarse una ola que impulsa al nadador hacia la playa le sigue un hundimiento y un vacío que le succiona hacia atrás. El hombre busca desesperadamente separar a estos dos 'hermanos siameses', de aislar el placer del dolor. Pero no se consigue, porque es el propio placer desordenado el que se transforma en amargura. O de improviso y trágicamente, como nos dicen las crónicas diarias, o un poco a la vez, a causa de su incapacidad de durar y del tedio que genera. Basta pensar, por poner un ejemplo más evidente, qué queda de la excitación de la droga un minuto después de que haya cesado su efecto, o a dónde lleva, también desde el punto de vista de la salud, el abuso desenfrenado del sexo. El poeta pagano Lucrecio tiene dos poderosos versos al respecto: «Un no sé qué de amargo surge de lo íntimo de cada placer nuestro y nos angustia incluso en medio de nuestras delicias».

Al no poder, por lo tanto, separar placer y dolor, se trata de elegir: o un placer pasajero que lleva a un dolor duradero, o un dolor pasajero que lleva a un placer duradero. Esto no vale sólo para el placer espiritual, sino para toda alegría humana honesta: la de un nacimiento, una familia unida, una fiesta, el trabajo llevado felizmente a término, el gozo de un amor bendecido, la amistad, una buena cosecha para el agricultor, la creación artística para el artista, una victoria para el atleta.

Alguno podría objetar: ¿pero entonces para el creyente la alegría, en esta vida, será siempre y sólo objeto de espera, sólo un gozo 'de lo que está por venir'? No; existe una alegría secreta y profunda que consiste precisamente en la espera. Es más, es tal vez ésta, en el mundo, la forma más pura de la alegría; la alegría que se tiene en esperar. El poeta Leopardi lo dijo maravillosamente en la poesía Il sabato del villaggio. La alegría más intensa no es la del domingo, sino la del sábado; no es la de la fiesta, sino la de su espera. La diferencia es que la fiesta que el creyente espera no durará sólo algunas horas, para después ceder de nuevo el puesto a 'tristeza y tedio', sino que durará para siempre".

Raniero Cantalamessa, 11 de diciembre de 2011

La alegría de amar

Sí, la alegría cristiana no desvía su mirada del dolor, del sufrimiento de los hombre. Porque nace del amor:

"Una característica inconfundible de la alegría cristiana es que puede convivir con el sufrimiento, pues se basa totalmente en el amor. De hecho, el Señor que 'está cerca' de nosotros, hasta el punto de hacerse hombre, viene a infundirnos su alegría, la alegría de amar. Sólo así se comprende la serena dicha de los mártires incluso en medio de las pruebas, o la sonrisa de los santos de la caridad ante quien está en el dolor: una sonrisa que no ofende, sino que consuela.

'Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo' (Lucas 1, 28). El anuncio del Ángel a María es una invitación a la alegría. Pidamos a la Virgen Santa el don de la alegría cristiana".

Juan Pablo II, 14 de diciembre de 2003

¿Es posible la alegría en tiempos de crisis?

A la pregunta de si es posible vivir la alegría cristiana en nuestros días -tiempos de crisis- el papa Benedicto XVI respondía hace unos años:

"La respuesta la dan con su vida, hombres y mujeres de toda edad y condición social, felices de consagrar su vida a los otros”.

Y añadía, recordando la sonrisa de Madre Teresa:

“La alegría cristiana se sostiene en esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, en la alegría y el dolor, en la salud y la enfermedad, como amigo y esposo fiel. [...] Dios está cerca porque se ha ‘casado’, por así decirlo, con nuestra humanidad. [...] Y esta alegría permanece en la prueba, en el mismo sufrimiento, y no se queda solo en la superficie, sino que está en el fondo de la persona que a Dios se confía y en Él confía... La Beata Teresa de Calcuta vivía cotidianamente en contacto con la miseria, la degradación humana, la muerte. Su alma ha conocido la prueba de la noche oscura de la fe, y a pesar de ello siempre tuvo para todos la sonrisa de Dios”.

Benedicto XVI, Angelus del 16 de diciembre de 2007

La alegría es el Amor disfrutado

A vueltas con la alegría. Dice Santo Tomás:

“La alegría es el amor disfrutado; es su primer fruto. Cuanto más grande es el amor, mayor es la alegría".

Santo Tomás, Suma Teológica.

El triste siempre obra el mal

Hoy celebramos el III Domingo de Adviento, llamado en la tradición litúrgica "Gaudete" (Alegraos), por la invitación a alegrarnos antes la cercanía del nacimiento de Cristo en Navidad. Leo una espléndida frase de un texto cristiano de los primeros siglos:

"Una persona alegre obra el bien, gusta de las cosas buenas y agrada a Dios. En cambio, el triste siempre obra el mal".

Pastor de Hermas, Mand. 10, 1.

lunes, 5 de diciembre de 2011

La maravilla cierta del vivir

Concluyo este ciclo con algunos versos del poema Porque nada termina, dedicado a Ramón Gaya, pintor y escritor también murciano. En el elogio al artista de cuya amistad gozó, Eloy Sánchez Rosillo expresa su anhelo de un más allá de la muerte que confirme «sin temores ni asechanzas» «la maravilla cierta del vivir»:

"Es preciso que todo en apariencia acabe
para que al fin comience.
Sólo entonces los hechos
de nuestro acontecer desordenado
adquieren poco a poco
la rara consistencia indestructible
del sueño o la leyenda; sólo entonces podemos
comprender lo vivido, completarlo,
y soñar sin temores ni asechanzas,
interminablemente,
la maravilla cierta del vivir".

Pero, ¿quién puede garantizarnos este más allá anhelado en que se salve lo vivido? Sólo Cristo resucitado, en su misericordia, hace verdaderas las palabras proféticas del poeta:

"Nada de cuanto digo
se extingue con tu muerte.
Tras esa puerta estrecha, oscura y necesaria
que un día atravesaste,
continúa el camino, ya sin riesgo ninguno
de que discurra por lugar baldío
ni de que, como pudo suceder,
nos resultara ajeno su trazado.

Es preciso que todo transcurra y se remanse,
que al parecer concluya para que al fin empiece.
Porque todo está siempre comenzando.
Porque nada termina".

Eloy Sánchez Rosillo, Oír la luz, Tusquets Editores, 2008, pp. 57-61

Qué extraña es la belleza

Pero la belleza del mundo es paradójica, alegra y aflige al mismo tiempo. Porque no puede dar lo que promete. Es signo. De ahí que en el corazón del verdadero poeta haya siempre un tono de elegía. Poema Condición de lo bello:

"Qué extraña la belleza. Cuántas veces
a un tiempo nos alegra y nos aflige;
su luz te da en los ojos y te salva,
pero en el pecho canta la elegía".

Eloy Sánchez Rosillo, Oír la luz, Tusquets Editores, 2008, p. 35

Cuánto misterio surge

«Cuánto misterio» hay en todo, como leemos en el poema Invierno:

"... Oigo también mi respirar; y casi,
con extrañeza grande de estar vivo,
mi propio corazón. Cuánto misterio
surge si suspendemos totalmente
cualquier actividad y nos abrimos
al ser que somos y a la realidad
que nuestro alrededor nos da con creces.

Cuánto misterio en esta casa sola,
en esta tarde, en mí que la contemplo,
en las horas que han ido oscureciéndose
y en la noche que llega".

Eloy Sánchez Rosillo, Oír la luz, Tusquets Editores, 2008, pp. 41-42

Aquí acontece amor

La escritura poética puede captar el ser de las cosas, puede cantar su misterio. Recojo los últimos versos del poema Lectura de Emily Dickinson, de Eloy Sánchez Rosillo. Tras narrar la experiencia de su encuentro con la poesía de la escritora norteamericana nuestro autor concluye:

"... Pero antes de alejarme,
renovado y dichoso, con gratitud, me dije:
aquí sucede el ser
y junto a su latir late lo vivo,
canta el misterio;
aquí acontece amor, ocurre el mundo,
verdad del existir, luz que también es mía".

Eloy Sánchez Rosillo, Oír la luz, Tusquets Editores, 2008, p. 132

Palabras encendidas

El mismo sol –El sol de la mañana– que iluminaba los días de la infancia en la casa paterna, enciende ahora el corazón y las palabras del poeta:

"El comedor de casa de mis padres,
de mi casa de niño (que es la más verdadera).
Tenía dos balcones que daban a una plaza.
El sol de la mañana entraba allí a raudales
y todo lo encendía.
Ahora, en mi corazón lo noto entrar.
Y enciende estas palabras".

Eloy Sánchez Rosillo, Oír la luz, Tusquets Editores, 2008, p. 63

Cuánta alegría siempre

La realidad, de manera imprevista y gratuita, nos regala alegrías que afirman la positividad de la vida. Es lo que dice el poema Maravillas:

"Cuánta alegría siempre
en ciertos hechos que a destiempo ocurren,
porque sí, cuando nadie los espera o los sueña:
este día de mayo en mitad de febrero,
y, abriéndose camino en su luz prodigiosa,
la muchacha que pasa y me mira y sonríe,
dulce complicidad de un solo instante,
regalo que no dura, afirmación
rotunda y delicada de la vida".

Eloy Sánchez Rosillo, Oír la luz, Tusquets Editores, 2008, p. 145

Mirar no es sólo asunto de los ojos

En el poema La ceguera Sánchez Rosillo vuelve sobre el tema de la mirada, que «no es sólo asunto de los ojos». Si miramos bien no podemos no ver la belleza del mundo, hermosura que salva:

"Mirar no es sólo asunto de los ojos.
Primero, ciérralos unos instantes
y dentro de ti busca –en tu sosiego–
la facultad de ver.
Y ahora ábrelos, y mira.
Es enero ahí afuera, pero está
muy hermosa la vida esta mañana.
Cuánto sol en los álamos
que en trémulas hileras van creciendo
en esta vieja plaza
de tu ciudad. Un día y otro día,
durante muchos años,
a su lado pasaste y no los viste,
ciego que dabas pena y que hoy, por fin,
de milagro has sanado y puedes ver
y en tu mirar te salvas".

Eloy Sánchez Rosillo, Oír la luz, Tusquets Editores, 2008, p. 99

Todo es tuyo si miras

La mirada verdadera nos hace “poseer” la realidad, nos hace ricos, pues todo es nuestro:

"Mirar es poseer:
todo es tuyo si miras,
aunque el ciego te vea
con las manos vacías".

Eloy Sánchez Rosillo, Oír la luz, Tusquets Editores, 2008, p. 81

Abril no es sólo abril

La vocación del poeta no es inventar mundos, aunque algunos así lo crean, sino mirar con ojos maravillados, no acostumbrados, el mundo que nos rodea, el mundo que somos también nosotros mismos. En otro poema –Abril– Sánchez Rosillo señala la importancia de aprender a ver bien la realidad, reconociendo lo que la sobrepasa, ese «algo más» del que es signo, y se lamenta de los que miran sin ver:

"No se puede hacer nada.
Algunos, aunque miren, nunca ven
que abril no es sólo abril,
sino algo más, inmenso, incalculable.
Es muy fácil de ver, pero hay que verlo.
¿Cómo no se dan cuenta?
¿Dónde tienen los ojos?
Están ciegos del todo. No hay remedio".

Eloy Sánchez Rosillo, Oír la luz, Tusquets Editores, 2008, p. 55

Testigo de tanta maravilla

Una de mis mayores satisfacciones, en momentos “robados” a jornadas cargadas de trabajo y actividad, es leer poesía. Es un trabajo –y un ocio, que no negocio– que requiere paciencia y disciplina. No todo me convence, ni ciertamente me cautiva. Hay que leer muchas páginas para encontrar una que conmueva por la verdad que atesora y el acierto en el decirla. Pero a veces sucede. Y en ciertos autores, sucede más.

Este es el caso de un poeta que acabo de descubrir –confieso mi precedente ignorancia– gracias a la visita a una librería “de viejo” en mi hermosa ciudad de Alcalá de Henares. El libro lleva por título Oír la luz y reúne sesenta y siete creaciones poéticas de Eloy Sánchez Rosillo (1948), escritor murciano que lleva más de treinta años de ejercicio poético.

Recojo varios poemas de Sánchez Rosillo. El primero, De la naturaleza de las cosas, describe la belleza y singularidad de cada cosa y cada instante, su carácter irrepetible –«todo es distinto siempre»–, y reconoce, como «testigo fascinado», el misterio que lo gobierna todo «con poderosa y amorosa ley»:


"De qué manera tan irrepetible
ha ido hilvanando la naturaleza
todas las cosas que mis ojos ven
precisamente ahora, en este día
hermosísimo y único del mundo.

En principio parece la mañana
una mañana igual que cualquier otra,
pero ninguna ha habido como ésta,
ni tampoco ha de haberla en el futuro.
Todo es distinto siempre, y prodigiosa
tanta diversidad casi impensable.
El mar, el cielo, el aire, aquellos montes
que la distancia desdibuja, el álamo
encendido de sol, la golondrina
que vuela en el jardín de un lado a otro
y que con entusiasmo inagotable
traza sus garabatos en la luz.

Toda cosa en sí misma, y el conjunto
de cuanto miro, se me muestran hoy
como ya nunca más han de mostrarse,
y también los contemplo yo de un modo
que el instante genera y va extinguiendo.
Hay en esto un misterio muy profundo
(que aunque nos da sosiego, nos aboca
a la inquietud de una insondable sima),
algo que no es azar y que gobierna
el todo y cada parte y cada una
de sus combinaciones infinitas
con poderosa y amorosa ley.

El ser testigo fascinado, absorto,
de tanta maravilla esta mañana,
me conmueve y me llena el corazón
de alegría y consuelo".

Eloy Sánchez Rosillo, Oír la luz, Tusquets Editores, 2008, pp. 13-14