lunes, 18 de junio de 2012

El destino del hombre es el amor

"... porque el destino del hombre es el amor,
y cada uno tiene su propia lucha y su propio camino".

Francisco Brines

La debilidad es la fuerza de la semilla

El cristianismo es paradójico, o mejor, Dios es paradójico. Es decir, nos sorprende siempre, supera nuestra lógica con la suya, que parece imposible. Nos lo ha recordado de nuevo Benedicto XVI este domingo al comentar así la parábola de la pequeña semilla de mostaza que da origen a la mayor de las plantas: 

"Al partirse [la semilla] nace un brote capaz de romper el suelo, de salir a la luz solar y de crecer hasta convertirse en 'la más grande de todas las plantas del jardín': la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su fuerza. Así es el Reino de Dios: una realidad humana pequeña, compuesta por quien es pobre de corazón, por quien no confía solo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quien no es importante a los ojos del mundo; no obstante, a través de ellos irrumpe el poder de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante".

Benedicto XVI, Angelus, domingo 17 de junio de 2012.

viernes, 15 de junio de 2012

Una infinita curiosidad

Última cita de El sentido del asombro, de Rachel Carson. La curiosidad y el asombro no se dirigen sólo al mundo que nos rodea, sino también, y de manera especial, al mundo que esperamos. La autora recoge el testimonio de Otto Pettersson, oceanógrafo sueco, quien a punto de morir -a los 93 años- dijo a su hijo: 

"Lo que me sostendrá en mis últimos momentos es una infinita curiosidad por lo que sigue".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro, Madrid 2012, p. 45.

Un renovado entusiasmo por vivir

La creación, obra de Dios, nos enseña a esperar la Vida tras la muerte, sosteniendo nuestra esperanza:

"¿Cuál es el valor de conservar y fortalecer este sentido de sobrecogimiento y de asombro, este reconocer algo más allá de las fronteras de la existencia humana?

Yo estoy segura de que hay algo más profundo, algo que perdura y tiene significado. Aquellos que moran, tanto científicos como profanos, entre las bellezas y misterios de la tierra nunca están solos o hastiados de la vida. Cualquiera que sean las contrariedades o preocupaciones de sus vidas, sus pensamientos pueden encontrar el camino que lleve a la alegría interior y a un renovado entusiasmo por vivir. Aquellos que contemplan las bellezas de la tierra encuentran reservas de fuerza que durarán hasta que la vida termine.

Hay una belleza tan simbólica como real en la migración de las aves, en el flujo y reflujo de la marea, en los repliegues de la yema preparada para la primavera. Hay algo infinitamente reparador en los reiterados estribillos de la naturaleza, la garantía de que el amanecer viene tras la noche, y la primavera tras el invierno".

R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro, Madrid 2012, pp. 44-45.

jueves, 14 de junio de 2012

Un mundo de cosas pequeñas

El asombro no se dirige sólo a lo infinitamente grande -el cielo estrellado-, o a la naturaleza que nos rodea a nuestra propia escala -el mar, los bosques, las aves-, sino que:

"Hay un mundo de cosas pequeñas que pocas veces se ve. Muchos niños, quizás porque ellos mismos son pequeños y están más cerca del suelo que nosotros, se dan cuenta y disfrutan con lo pequeño y que pasa desapercibido. Quizás por esto es fácil compartir con ellos la belleza que solemos perdernos porque miramos demasiado deprisa, viendo el todo y no las partes.

Algunas de las más exquisitas obras de la naturaleza están a una escala de miniatura, como sabe quien haya mirado un copo de nieve a través de una lupa".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro, Madrid 2012, p. 34.

La belleza sobre sus cabezas

Sigo leyendo El sentido del asombro, librito de Rachel Carson que acaba de publicar Encuentro. La autora nos invita a no dar nada por supuesto, a apreciar la belleza de este mundo salido de las manos de Dios como si lo viéramos por primera o por última vez:

"Para la mayoría de nosotros el conocimiento de nuestro mundo viene en gran medida a través de la vista, pero miramos alrededor con ojos tales que no vemos que somos parcialmente ciegos. Una manera de abrir los ojos a la belleza inapreciada es preguntarte a ti mismo: ¿Qué pasaría si nunca lo hubiera visto? ¿Qué pasaría si supiera que no lo veré nunca otra vez?

Recuerdo una noche de verano cuando este pensamiento me vino con fuerza. Era una noche clara sin luna. Con un amigo fuimos a un cabo que era casi una isla pequeña, estando todo rodeado por el agua de la bahía. Allí el horizonte está remoto y lejana la frontera del borde del espacio. Nos tendimos y miramos al cielo y al millón de estrellas que brillaban en la oscuridad. La noche estaba tan en calma que podíamos oír el ruido de las boyas sobre el acantilado más allá de la boca de la bahía. Una o dos veces una palabra dicha por alguien en la lejana orilla de la playa era traída por el aire despejado. Unas pocas luces ardían en las cabañas. Aparte de eso no había nada que nos recordara una presencia humana; mi acompañante y yo estábamos solos con las estrellas. Nunca las había visto tan hermosas: el río brumoso de la Vía Láctea fluyendo a través del cielo, los dibujos de las constelaciones, brillantes y nítidas, un planeta centelleante más abajo en el horizonte. Una o dos veces un meteorito se consumió en su camino hacia la atmósfera de la tierra.

Se me ocurrió que si esto pudiera verse sólo una vez en un siglo o incluso una vez en una generación este cabo estaría atestado de espectadores. Pero como lo podemos ver muchas decenas de noches en cualquier año, las luces arden en las cabañas y los habitantes probablemente no otorgan ningún pensamiento a la belleza sobre sus cabezas; y porque pueden verlo casi cualquier noche, quizás no lo verán nunca".

R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro, Madrid 2012,  pp. 31-32.


sábado, 9 de junio de 2012

Tiempo para preparar la tierra

A los padres, que con frecuencia se agobian ante las preguntas de los niños -que habitualmente no saben responder- y que quieren evitarles precisamente aquellas aventuras que más les entusiasman, por miedo a que se ensucien o se mojen, Rachel Carson les dice:

"Los padres a menudo tienen un sentimiento de incompetencia cuando se enfrentan por un lado con la impaciente y sensitiva mente de un niño, y por el otro con un mundo físico de naturaleza compleja, una vida tan diversa y nada familiar, que parece imposible reducirlo para ordenarlo y conocerlo (...)

Yo sinceramente creo que para el niño, y para los padres que buscan guiarle, no es ni siquiera la mitad de importante conocer como sentir. Si los hechos son la semilla que más tarde produce el conocimiento y la sabiduría, entonces las emociones y las impresiones de los sentidos son la tierra fértil en la cual la semilla debe crecer. Los años de la infancia son el tiempo para preparar la tierra. Una vez que han surgido las emociones, el sentido de la belleza, el entusiasmo por lo nuevo y lo desconocido, la sensación de simpatía, compasión, admiración o amor, entonces deseamos el conocimiento acerca del objeto de nuestra conmoción. Una vez que lo encuentras, tiene un significado duradero. Es más importante preparar el camino del niño que quiere conocer que darle un montón de datos que no está preparado para asimilar".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro 2012, pp. 28-29.

La compañía de un adulto

"Para mantener vivo en un niño su innato sentido del asombro, sin contar con ningún don concedido por las hadas, se necesita la compañía de al menos un adulto con quien poder compartirlo, redescubriendo con él la alegría, la expectación y el misterio del mundo en que vivimos".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro 2012, p. 28.

El antídoto contra el desencanto

Sigo leyendo en el librito de Rachel Carson:

"Si yo tuviera influencia sobre el hada madrina, aquella que se supone preside el nacimiento de todos los niños, le pediría que le concediera a cada niño de este mundo el don del sentido del asombro tan indestructible que le durara toda la vida, como un inagotable antídoto contra el aburrimiento y el desencanto de años posteriores, la estéril preocupación de problemas artificiales, el distanciamiento de la fuente de nuestra fuerza".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro 2012, p. 28.

El sentido del asombro

En 1965, un año después de la muerte de su autora, fue publicado The Sense of Wonder, un breve librito que recoge un artículo de 1956 de Rachel Carson, en el que la escritora narra algunas experiencias vividas junto a su sobrino Roger en los bosques y en el mar, junto a la costa de Maine. Aparece ahora la traducción española, publicada por Ediciones Encuentro. Recojo un párrafo:

"El mundo de los niños es fresco y nuevo y precioso, lleno de asombro y emoción. Es una lástima que para la mayoría de nosotros esa mirada clara, que es un verdadero instinto para lo que es bello y que inspira admiración, se debilite e incluso se pierda antes de hacernos adultos".


R. Carson, El sentido del asombro, Encuentro 2012, p. 28.