martes, 20 de octubre de 2009

Apartarse para abarcar mejor el mundo

Estoy leyendo un libro que reúne artículos breves de Gilbert Cesbron, escritor católico francés (1913-1979). Lo compré hace unos días en la feria del Libro de Alcalá de Henares. He encontrado estas páginas sobre la oración contemplativa, escritas en 1954, que os ofrezco:

"En un siglo que confunde Caridad y Bondad, tenemos que seguir afirmando este escándalo: que el Desprendimiento es poco sin la Plegaria y que, si hay que establecer entre ellos un orden de precedencia, lo primero es la Plegaria.

Pero, ¿no se está también muy tranquilo tras los muros de un monasterio? Una vida regulada con exactitud y rosas en el jardín del claustro; se come todos los días (poco, pero con seguridad); y todas las noches se duerme (poco, pero apaciblemente). ¿Qué importa que el mundo se hunda con tal de que sigan sólidos los muros que rodean al convento? ¿A quién podremos hacerle creer que esa vida sea más meritoria, más eficaz, más heroica que la del misionero o de la hermanita de los pobres? ¿A quién se lo haríamos creer?

Pues a nosotros, a los cristianos. A nosotros que, por vocación, aceptamos lo imposible. En un mundo donde los ricos son desgraciados y felices los que lloran, en un mundo en que lo que permanece oculto para los sabios se les revela a los pobres de espíritu, no podemos sorprendernos de que los más silenciosos e inmóviles puedan ser los más eficaces, y los más recluidos y aislados del peligro, resulten los más heroicos (...)

En cualquier cosa se puede creer a medias -lo cual viene a ser incluso una cierta definición de la inteligencia- pero en Cristo, en cambio, no se puede creer a medias (...) Ya veis que es imposible escapar. El cristianismo no es una religión de viejas sino de hombres hechos. Sería tan cómodo creer sólo a medias... Pero eso no vale. Hay que enfrentarse decididamente con un cierto número de verdades escandalosas. Y ésta es una de ellas precisamente: que la plegaria es más operante que la acción y que los conventos son tan útiles como los dispensarios por la sencilla razón de que el alma es más importante que el cuerpo.

Es muy conveniente para todos nosotros, muertos y vivos, cristianos o no, es muy bueno para todos -pues todos somos hijos de Dios- que los monjes y las monjas, mientras nosotros dormimos aún, recen en el frío y en la soledad. Nos beneficia mucho a todos, cardenales o ateos, que esos hombres y mujeres vayan llenando gota a gota, en su aislamiento, esa doble cisterna de agua viva de la que también depende lo que llamamos nuestra salvación y que nos permitirá la alegría de contemplar juntos a Cristo en toda su gloria, su justicia y su verdad. Es muy bueno para todos nosotros que mientras nos afanamos y hacemos nuestras cuentas, mientras que caemos en esa sutil trampa del «deber cumplido», unos hombres y unas mujeres restablezcan con sus oraciones el equilibrio de un mundo del que sólo se han apartado para abarcarlo mejor, de un modo total y sin distinguir ya entre círculos, clases ni naciones, sin esos límites tan frágiles que los hombres han impuesto a la Creación. Es muy saludable para nuestra alma que ellos estén en silencio mientras que nosotros discurseamos, que obedezcan mientras que nosotros creemos mandar y que la grave campana de los monasterios suene más fuerte, sin saberlo nosotros, que el timbre de nuestro teléfono.

¿Con qué derecho vamos a establecer un orden jerárquico entre el sacerdote y el monje si Dios se ha tomado el trabajo de llamarlos claramente por uno u otro camino? Asimismo, ¿cómo nos atreveríamos a juzgar inútil o parásito a uno de esos caminos sólo porque es más secreto, más exigente, más desnudo? ¿Qué sería el día sin la noche que lo separa del siguiente y nos permite reparar nuestras fuerzas? ¿O la primavera sin el invierno silencioso, en que la tierra descansa? ¿O la fruta sin el hueso que la perpetúa? ¿Y qué sería el hombre sin la mujer? Así, la Iglesia es doble; militante y de clausura, Iglesia de acción y de plegaria en donde el sacerdote de la misión obrera y la carmelita, hermanos que nos parecen tan distanciados, viven unidos bajo la mirada de Dios.

Es muy beneficioso para todo el mundo que el hijo del multimillonario y del general en jefe y el del gran político, le anuncien solemnemente a su padre que han elegido el Silencio, la Obediencia y la Pobreza y no ya que «renuncien» al mundo sino que se entreguen verdaderamente a él detrás de los muros infranqueables de un monasterio...

Gilbert Cesbron, ¡Soltad a Barrabás!, Ediciones Destino, 1976, pp. 40-43