lunes, 25 de mayo de 2009

No dejéis de rezar

Transcribo un poema largo de Andrés Trapiello -poeta leonés nacido en 1952- uno de los grandes de nuestra poesía actual. En él se refleja la experiencia de muchas personas, educadas en una fe cristiana que han ido perdiendo por el camino, una fe reducida con frecuencia a su etapa infantil, pero que en momentos de zozobra hace subir de nuevo a los labios las palabras del Ave María. Las oraciones aprendidas de pequeños, los gestos enseñados por nuestros abuelos o nuestros padres, las catequesis de los primeros años, el amor a la Virgen... son todavía para algunos hoy el terreno hondo desde el que retomar la fe, una fe que necesita hacerse adulta, para no quedarnos en la nostalgia de la infancia perdida, de la inocencia de nuestros primeros años. Es necesario vencer la vergüenza de rezar:

VIRGEN DEL CAMINO

Estas noches de invierno hace frío en la casa,
los techos son muy altos y las paredes viejas,
cierran mal los balcones y la ventisca entra
hasta la misma cama donde espero
a que me venza el sueño y a que el sueño
me arrebate de golpe el libro de las manos,
y así, sobresaltado, me despierto
en medio de las sombras.
Y es entonces cuando comienzo un rito,
un viejo rito íntimo, igual todas las noches:
rezo un avemaría mentalmente.

Durante muchos años esto me avergonzaba.
«Qué buscas», me decía, «en oración tan simple.
Eres un hombre ya, no crees hace mucho
que el destino del hombre obedezca a unas leyes
divinas ni que el orbe, engastado de estrellas
en las ruedas del sol y de la luna,
sea la maquinaria de un reloj,
al que un ser bondadoso
da cuerda cada noche en su vasto castillo,
esa vieja mansión que Nietzsche llamó Nada
y Bergson llamó Tiempo.

Es tarde para ti, me digo. Déjales
esa oración a otros, a tus hijos tal vez,
ignorantes aún de lo que sean
las palabras antiguas del arcángel
que anunciaron el Verbo y su silencio
en misterioso griego, según cuenta san Lucas.
No pienses otra cosa. Estás cansado.
Ya es bastante de un día
conocer su final y conocerlo en paz.
Deja, pues, de rezar. Ese viático
no puedes usurparlo, porque, di,
¿de qué te serviría? De qué sirve una llave
de la que no sabemos a dónde pertenece».

Son razones que habré dicho mil veces,
pero al llegar la noche,
me acuerdo de otras noches
y el frío de mis pies entre las sábanas
es un frío de infancia, de internado,
cuando oía a mi lado el dulce respirar
en otras camas, y en el cristal la escarcha.
Y al recordar aquellas ya lejanas
noches de la meseta, tan largas,
oscuras y sin fondo,
recuerdo las palabras de los frailes:
«La Virgen del Camino guiará vuestros pasos
dondequiera que estéis.
No dejéis de rezarle y el camino
no será tan difícil. Será para vosotros
linterna en alta mar o una noche de luna».

Y recuerdo que yo, para dormirme,
imaginaba, acurrucado,
debajo de las mantas que pesaban
pero que calentaban poco,
sin moverme siquiera de la parte más tibia
que había caldeado con esfuerzo,
incluso con mi aliento, imaginaba, digo,
qué sería de mí y qué lejanos mares
habría de cruzar, qué extrañas tierras.
Otras veces pensaba si la muerte
habría de llegarme
como a aquel que labrando
un buen día su viña, ni siquiera
de recoger su manto tuvo tiempo,
o en medio de una fiesta, o en el sueño...

AI llegar a este punto
recuerdo que temblaba y pensaba en mi Virgen,
de modo que mis labios desgranaban
aquel Ave, Maria, gratia plena,
con el que yo me hacía
m lecho de hojas secas,
y luego me dormía... para llegar,
muchos años después,
a noches como ésta,
noches frías de invierno
donde a solas conmigo voy pensando
y dejando en mi boca, una a una,
las palabras antiguas
de la Salutación, como si fueran
el óbolo que habrá de franquearme
los portales del manto hospitalario
que unos llamaron Tiempo
y otros llamaron Nada”.

Andrés Trapiello.

Péguy y el Ave María

Recojo una confesión del escritor francés Charles Péguy (1873-1914). En 1909 escribió:

"La Virgen me ha salvado de la desesperación... Durante 18 meses fui incapaz de recitar el Padrenuestro. No podía decir: 'Hágase tu voluntad'. No podía, no podía rezarlo, porque no podía aceptar de verdad su voluntad sobre mí a causa de mi enfermedad. Fue terrible. Yo no podía decir de verdad y con sinceridad: 'Hágase tu voluntad...' Entonces, recé a María. El Avemaría es el último recurso, porque no hay nadie que no pueda rezarla".

Charles Péguy.