viernes, 3 de febrero de 2012

No un desapego, sino una pasión conmovida

¿Cómo vivir la experiencia del dolor, de un gran dolor? ¡Qué diferentes son las propuestas del budismo y del cristianismo!:

«En uno de los escritos sagrados del Beato oriental [Buda] se cuenta este diálogo entre el Maestro y Visakha:

"El Beato le dijo: ¿Por qué sigues aquí, Visakha, con las ropas y los cabellos todavía húmedos? [por el rito fúnebre].
- Mi querida sobrina ha muerto, por eso estoy aquí...
- Visakha, a quien le importan cien cosas tiene cien dolores. A quien le interesan noventa tiene noventa dolores. Quien ama ochenta, treinta, veinte, diez cosas tiene ochenta, treinta, veinte, diez dolores. Quien ama una sola cosa tiene un solo dolor. Y quien no ama nada, éste no sufre dolor alguno. Y es un hombre sereno quien no sufre dolor ni pasión. Los dolores, las lamentaciones y los sufrimientos en este mundo son innumerables por culpa de las cosas que amamos: pero si no existe nada que nos sea amable, no existe el dolor. Por eso, los que no aman a nada ni a nadie en el mundo son felices y están libres de sufrimiento".

Qué distinto de esta postura que congela la afectividad y censura la naturaleza apasionante del vivir es el arrojo con el que Cristo se detiene ante la viuda de Naín y, como refiere Lucas, «movido a compasión hacia ella», le dice: ¡No llores! Y ¡qué diferente es ese hombre-Dios que llora ante la noticia de la muerte de su amigo Lázaro o que, incontables veces, se para delante del dolor del ciego, del lisiado o del dolor loco del endemoniado!

No un desapego de la condición humana sino una pasión conmovida delante de su pena: es ésta la gran novedad que introdujo el cristianismo».


Davide Rondoni, en la introducción a E. Mounier, Cartas desde el dolor, Encuentro, Madrid 1998, pp. 8-9.