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sábado, 19 de enero de 2013

El vino más bello

El Evangelio de este domingo es el de las bodas de Caná. Jesús, a petición de María, su Madre, acude en ayuda de los novios, convirtiendo una gran cantidad de agua en vino. Benedicto XVI pronunció estas palabras en respuesta a unos novios que le planteaban la dificultad que para ellos suponía la promesa del "para siempre":

"El primer vino que se sirve es estupendo: es el enamoramiento. Pero no dura hasta el final: debe venir un segundo vino, es decir, debe fermentar y crecer, madurar.

Un amor definitivo que llega a ser el segundo vino que es más bello, mejor, mejor que el primero. Y esto es lo que debemos buscar".

Benedicto XVI, Encuentro Mundial de las Familias, Milán 2012.

Tu tierra tendrá marido

Recojo la primera lectura de este domingo, segundo del tiempo ordinario. Es de una gran belleza, y muy consolador, el modo en que el profeta habla a Israel, que somos tú y yo:

"Por amor de Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que rompa la aurora de su justicia,
y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia,
y los reyes tu gloria; 
te pondrán un nombre nuevo,
pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada»,
ni a tu tierra «Devastada»;
a ti te llamarán «Mi favorita»,
y a tu tierra «Desposada»,
porque el Señor te prefiere a ti,
y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con su novia,
así te desposa el que te construyó;
la alegría que encuentra el marido con su esposa,
la encontrará tu Dios contigo".

Isaías 62, 1-5

lunes, 14 de enero de 2013

El "yo" brota del "tú"

Decía Nietzsche que "el tú es anterior al yo". Y es verdad en muchos sentidos. Tanto en el creatural como en el psicológico. El teólogo suizo von Balthasar lo explica maravillosamente en algunos de sus escritos. La primera experiencia es la del ser, ser amado, nutrido y protegido, sin distinción de 'tú' y 'yo'. El niño experimenta la bondad de ser, de existir, dependiente del seno materno. Y sólo comenzará a tener conciencia de sí, de su 'yo', frente a la sonrisa de su madre, que será -junto con el padre- el primer "rostro" de Dios. ¡Qué gran don y qué responsabilidad para los padres!

"Su yo [el del niño] brota de la experiencia del tú: con la sonrisa de la madre, gracias a la cual él experimenta que se encuentra insertado, afirmado, amado en algo que incomprensiblemente lo rodea, algo real, y que lo guarda y lo alimenta.

El cuerpo contra el que se estrecha, como una almohada suave, caliente, nutricia, es una almohada amorosa en la que se puede refugiar porque ya antes había sido su refugio. El despertar de su conocimiento es algo tardío en comparación con este misterio abisal que lo precede en una perspectiva incalculable. La conciencia ve limitadamente lo que estaba allí desde hacía tiempo y, por tanto, sólo lo puede confirmar. Un buen día se despierta una luz soñolienta como luz vigilante que se reconoce a sí misma. Pero se despierta al amor del tú, igual que en el seno del tú había antes dormido. La experiencia de la entrada consciente en una realidad que te protege y te abraza, deja algo que no podrá superar la conciencia posterior que crece y madura.

Es natural, pues, que el niño vea lo absoluto, perciba a 'Dios' en su madre y en sus procreadores, y que sólo en un segundo y tercer estadio tenga que aprender a distinguir el amor a Dios del amor experimentado".

Hans Urs von Balthasar, Gloria. Una estética teológica. Vol. 5. Metafísica. Edad Moderna, Encuentro, Madrid, pp. 565-566.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Unidad en la diversidad

¿Cuál es la propuesta de Thibon frente a la metafísica de la separación? Volver a la unidad de la creación salida de las manos de Dios, que no es uniformidad muerta sino amor que mantiene unido lo diverso:

"No queda otro medio de salvación sino retornar a la unidad en la diversidad".

Gustave Thibon, Sobre el amor humano, El Buey Mudo 2010, pp. 9-10.

La metafísica de la separación

Es impresionante cómo Gustave Thibon describe la diferencia entre la unidad de algo vivo y el simulacro de unidad, la uniformidad muerta del mundo moderno:

"La metafísica de la separación es la metafísica del pecado. Pero como el hombre no puede vivir sin un simulacro de unidad, las partes de sí mismo que el pecado disgrega y mata se reúnen después de muertas, no como los órganos de un mismo cuerpo, sino como los granos de arena de un mismo desierto. La separación trae confusión, la ruptura uniformidad. Ya no hay artesanos libres y originales, sino una «masa» de proletarios; ya no hay jefes vivos y responsables, sino trust, oficinas y estados totalitarios; ya no hay parejas de enamorados que se amen con un amor único, sino una belleza estándar y una sexualidad mecanizada".

Gustave Thibon, Sobre el amor humano, El Buey Mudo 2010, p. 10.

Del átomo al ángel

He comenzado a leer un libro de Gustave Thibon (1903-2001), Sobre el amor humano, cuyo título original es Ce que Dieu a uni (1962), que expresa mucho mejor el contenido de las reflexiones del pensador francés. En el prólogo escribe:

"La creación, en su infinita diversidad, forma un conjunto armonioso, y las partes de este conjunto están ligadas entre sí y viven unas por otras. Del átomo al ángel, de la cohesión de las moléculas a la comunión de los santos, nada hay que exista aislado e independiente.

Dios, al crear, une. El hombre –éste es su drama– separa. Rompe con Dios por la irreligión, con sus hermanos por la indiferencia, el odio y la guerra, y con su alma misma por la persecución de bienes aparentes y caducos. Y este ser, separado de todo, proyecta sobre el Universo el reflejo de su división interior; todo lo separa en su contorno. Pone su mano sacrílega sobre los más humildes vestigios de la unidad divina y desmigaja las entrañas de la materia. El hombre atomizado y la bomba atómica se corresponden".

Gustave Thibon, Sobre el amor humano, El Buey Mudo 2010, pp. 9-10.

domingo, 3 de julio de 2011

Un corazón manso y humilde

Domingo XIV del Tiempo Ordinario. Escuchamos en el Evangelio estas palabras de Jesús: "Cargad con mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis vuestro descanso." Recuerdo la conocida oración a la Virgen del padre Grandmaison:

"Santa María, Madre de Dios, consérvame un corazón de niño, puro y cristalino como una fuente. Dame un corazón sencillo que no saboree las tristezas; un corazón grande para entregarse, tierno en la compasión; un corazón fiel y generoso que no olvide ningún bien ni guarde rencor por ningún mal. Fórmame un corazón manso y humilde, amante sin pedir retorno, gozoso al desaparecer en otro corazón ante tu divino Hijo; un corazón grande e indomable que con ninguna ingratitud se cierre, que con ninguna indiferencia se canse; un corazón atormentado por la gloria de Jesucristo, herido de su amor, con herida que sólo se cure en el cielo".

L. de Grandmaison

lunes, 11 de octubre de 2010

El poeta canta por todos

El poeta presta su voz a la multitud, canta el sentir común de la humanidad. Esa es su vocación: decir al hombre.

"Un único corazón te recorre, un único latido sube a tus ojos,
poderosamente invade tu cuerpo, levanta tu pecho,
te hace agitar las manos cuando ahora avanzas.
Y si te yergues un instante, si un instante levantas la voz,
yo sé bien lo que cantas.

Eso que desde todos los oscuros cuerpos casi infinitos
se ha unido y relampagueado,
que a través de cuerpos y almas se liberta de pronto en tu grito,
es la voz de los que te llevan, la voz verdadera y alzada
donde tú puedes escucharte, donde tú, con asombro, te reconoces.
La voz que por tu garganta, desde todos los corazones esparcidos,
se alza limpiamente en el aire.

Y para todos los oídos. Sí. Mírales cómo te oyen.
Se están escuchando a sí mismos.
Están escuchando una única voz que los canta. (...)

Y en la cumbre, con su grandeza, están todos ya cantando.
Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y alzada.
Y un cielo de poderío, completamente existente,
hace ahora con majestad el eco entero del hombre".

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 65-67.

Búscate en los otros

"No es bueno que el hombre esté solo", dice en sus primeras páginas el libro de los orígenes, el Génesis. También lo señala el poeta.

"No es bueno quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere
calcáreamente imitar a la roca. (...)

Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate en los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos. (...)

Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!"

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 55-58.

domingo, 10 de octubre de 2010

El último amor

Largo poema de Vicente Aleixandre. El ser humano necesita amor. Si es rechazado desearía morir, desaparecer. ¿El último amor? Gracias a Dios hay Alguien que no nos rechaza, que nos amará siempre.

"Amor mío, amor mío.
Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo.
Y acaba de irse aquella que nos quería. Acaba de salir.
Acabamos de oír cerrarse la puerta.
Todavía nuestros brazos están tendidos. Y la voz
se queja en la garganta.
Amor mío...

Cállate, vuelve sobre tus pasos. Cierra despacio
la puerta, si es que no quedó bien cerrada.
Regrésate.
Siéntate ahí, y descansa.
No, no oigas el ruido de la calle. No vuelve.
No puede volver.
Se ha marchado, y estás solo.
No levantes los ojos para mirarlo todo,
como si en todo aún estuviera.
Se está haciendo de noche.
Apóyate. Descansa.
Te envuelve dulcemente la oscuridad,
y lentamente te borra.
Todavía respiras. Duerme.
Duerme si puedes. Duerme poquito a poco,
deshaciéndote, desliéndote en la noche
que poco a poco te anega.

¿No oyes? No, ya no oyes. El puro
silencio eres tú, oh dormido, oh abandonado,
oh solitario.

¡Oh si yo pudiera hacer
que nunca más despertases!

Las palabras del abandono. Las de la amargura.

Yo mismo, sí, yo y no otro.
Yo las oí. Sonaban como las demás.
Daban el mismo sonido.
Las decían los mismos labios, que hacían el mismo movimiento.
Pero no se las podía oír igual. Porque significan:
las palabras significan.
Ay, si las palabras fuesen sólo un suave sonido,
y cerrando los ojos se las pudiese escuchar en el sueño...

Yo las oí. Y su sonido final fue
como el de una llave que se cierra.
Como un portazo.
Las oí, y quedé mudo.
Y oí los pasos que se alejaron.
Volví, y me senté.
Silenciosamente cerré la puerta yo mismo.
Sin ruido. Y me senté. Sin sollozo.
Sereno, mientras la noche empezaba.
La noche larga. Y apoyé mi cabeza en mi mano.
Y dije...

Pero no dije nada. Moví mis labios.
Suavemente, suavísimamente.
Y dibujé todavía
el último gesto, ese
que yo ya nunca repetiría.

Porque era el último amor. ¿No lo sabes?
Era el último. Duérmete. Calla.
Era el último amor...
Y es de noche".

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 39-43.

Delicada frontera

No sólo el hueso, también la delicada piel separa al amante del amado, como una preciosa pero terrible frontera inviolable.

"Cuán delicadamente beso despacio, despacísimo,
secretamente en tu piel
la delicada frontera que de mí te separa.

Piel preciosa, tibia, presentemente dulce,
invisiblemente cerrada...
... te siendo del otro lado, inasible, imposible, rehusada,
detrás de tu frontera preciosa, de tu mágica piel inviolable,
separada de mí por tu superficie delicada..."

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 17-18.

El triste hueso que rehusa el amor

Seguimos con Aleixandre. La carne parece comunicar las almas, trasmitiendo el amor, pero el duro hueso lo rehusa, como si sirviera a recordar el inevitable límite, la "zona triste del ser" que no alcanzamos, que sólo está patente a los ojos de Dios.

"Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso. (...)

Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehusa
mi amor -el nunca incandescente hueso del hombre-.

Y que una zona triste de tu ser se rehusa,
mientras tu carne entera llega un instante lúcido
en que total flamea..."

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 13-15.

Historia del corazón

Tras unos meses de silencio vuelvo a retomar el blog. No han faltado las lecturas, pero sí la calma para compartirlas. Ayer compré en la feria del libro de Alcalá "Historia del corazón" de Vicente Aleixandre, que recoge algunos de sus más bellos poemas sobre el amor. Permitidme que escoja algunos versos y os los vaya ofreciendo. Comencemos por la experiencia de la fugacidad, de la fragilidad del amor humano, que necesita ser salvado, redimido.

"Hermoso es el reino del amor,
pero triste es también. (...)

Nació el amante para la dicha,
para la eterna propagación del amor,
que de su corazón se expande
para verterse sin término
en el puro corazón de la amada entregada.

Pero la realidad de la vida,
la solicitación de las diarias horas,
la misma nube lejana, los sueños, el corto vuelo
inspirado del juvenil corazón que él ama,
todo conspira contra la perduración sin descanso
de la llama imposible. (...)

El amante sabe que pasa,
que el amor mismo pasa... (...)

Por eso el amante sabe
que su amada le ama
una hora, mientras otra hora sus ojos
leves discurren
en la nube falaz que pasa y se aleja. (...)

Y el amante la mira
con el infinito amor de lo que se sabe instantáneo.
Dulce es, acaso más dulce, más tristísimamente dulce,
verla en los brazos
en su efímera entrega.

Tuyo soy -dice el cuerpo armonioso-,
pero sólo un instante.
Mañana,
ahora mismo,
despierto de este beso y contemplo
el país, este río, esa rama, aquel pájaro...

Y el amante la mira
infinitamente pesaroso... (...)

Siempre leve, siempre aquí, siempre allí; siempre.
Como el vilano".

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 9-12.

sábado, 21 de febrero de 2009

Lo que ha ardido ya nada tiene que temer del tiempo

Al final de la vida seremos juzgados sobre el amor. Y lo que se haya entregado amorosamente, lo que haya ardido en el amor es lo único que no perderemos, lo único que permanecerá para siempre, pues "fortis est ut mors dilectio" (el amor es fuerte como la muerte, es más fuerte que la muerte, cf. Cantar de los Cantares 8, 6). Lo dice también el poeta:

"Todo lo consumado en el amor
no será nunca gesta de gusanos...

... Abandona cuidados:
lo que ha ardido
ya nada tiene que temer del tiempo".

Ángel González, Antología poética, Alianza Editorial, Madrid 1996, 2ª ed., p. 137.