domingo, 14 de junio de 2009

De nosotros depende...

Corpus Christi. Eucaristía e Iglesia. Nosotros, que nos alimentamos del Cuerpo y Sangre de Cristo, somos su Cuerpo en la historia, su Presencia. Es un milagro, como escribía Péguy:

«Milagro de milagros, hija mía, misterio de misterios.
Porque Jesucristo se hizo nuestro hermano carnal
Porque pronunció temporal y carnalmente las palabras eternas
In monte, en la montaña,
Se nos ha dado a nosotros débiles,
Depende de nosotros, débiles y carnales,
El hacer vivir y alimentar y conservar vivas en el tiempo
Esas palabras pronunciadas vivas en el tiempo.
Misterio de misterios, se nos ha otorgado ese privilegio,
Ese privilegio increíble, exorbitante,
De conservar vivas las palabras de vida,
De alimentar con nuestra sangre, con nuestra carne, con nuestro corazón
Estas palabras que sin nosotros caerían descarnadas.
[...]
Oh miseria, oh dicha, de nosotros depende,
Temblor de gozo,
Nosotros que no somos nada, que pasamos en la tierra unos años de nada,
Unos pobres años miserables,
(Nosotros almas inmortales),
Oh riesgo, peligro de muerte, estamos encargados,
Nosotros que no podemos nada, que no somos nada,
que no estamos seguros del mañana,
Ni del hoy mismo, que nacemos y morimos como criaturas de un día,
Que pasamos como mercenarios,
Precisamente nosotros estamos encargados,
Nosotros que en la mañana no estamos seguros de la tarde,
Ni aún del mediodía,
Y que en la tarde no estamos seguro de la mañana,
De mañana en la mañana,
Es insensato, precisamente nosotros estamos encargados, sólo de nosotros depende
El asegurar a las Palabras una segunda eternidad
Eterna.
Una perpetuidad singular.
Nos corresponde, de nosotros depende asegurar las palabras
Una perpetuidad eterna, una perpetuidad carnal,
Una perpetuidad alimentada de carne, de grasa y de sangre.
Nosotros que no somos nada, que no duramos,
Que no duramos por así decir nada
(Sobre la tierra)
Es insensato, precisamente nosotros estamos encargados
de conservar y de alimentar eternas
En la tierra
Las palabras dichas, la palabra de Dios».

Charles Péguy, El pórtico del misterio de la segunda virtud, Encuentro, Madrid 1989, pp. 78-80.