lunes, 22 de noviembre de 2010

La auténtica mayoría en la Iglesia

En el mismo artículo de 1995 que citaba en la entrada anterior Ratzinger explica por qué Pablo VI hizo bien en escribir -contra el parecer de algunos miembros de la comisión que le aconsejaba- la encíclica Humanae Vitae, en 1968. Los argumentos del actual Papa son realmente interesantes:

"Una comisión, que da un parecer sobre la doctrina de la Iglesia, no debe en ningún caso representar la mayoría de los pareceres dominantes, sino la exigencia interior de la fe. La verdad no se decide por mayorías; el principio democrático termina frente a la cuestión de la verdad.

En la Iglesia, además, no cuenta sólo la sociedad actualmente presente. En ella los muertos no están muertos, porque en cuanto comunión de los santos va más allá de los confines del tiempo presente. El pasado no es pasado y el futuro, justamente por esto, es ya presente. Dicho con otras palabras: en la Iglesia no puede darse ninguna mayoría contra los santos, contra los grandes testigos de la fe que caracterizan toda la historia. Ellos pertenecen siempre al presente, y su voz no puede ser considerada minoritaria.

La responsabilidad ante la continuidad de la doctrina eclesial tenía, por eso, para Pablo VI una importancia mayor que una comisión de sesenta miembros, cuyo voto debía ciertamente tenerse en consideración, pero que no podía constituir la última instancia frente al peso de la tradición".

Joseph Ratzinger, 1995

La fe y el verdadero progreso

Interesante consideración del teólogo Ratzinger acerca de la fe como motor de verdadero progreso:

"La fe no es nunca una fórmula congelada del pasado, sino que representa siempre el verdadero progreso. Pues la fe va al encuentro de Cristo, que no es sólo el Alfa, sino también la Omega de la historia. Las obras de Cristo no van hacia atrás, sino hacia delante, dijo una vez San Buenaventura. La fe es siempre la auténtica novedad y tiene algo que decir en cada momento histórico; en cada época sabe hablar en su lengua. El milagro de Pentecostés no implica sólo la posibilidad sincrónica de las diversas lenguas y culturas de un periodo, sino también el milagro diacrónico, la fuerza de hablar en las lenguas de cualquier presente y futuro. Pero en tal desarrollo viviente permanece siempre la única fe en el único Señor".


Joseph Ratzinger, 1995

El trabajo a gusto

Gaudí era un genio, en todos los sentidos:

"Mal asunto cuando una ocupación se arrastra como trabajo forzado; compadezco a aquel que lo cumple por obligación... Una de las cosas más bellas de la vida es el trabajo a gusto".

Antonio Gaudí

martes, 16 de noviembre de 2010

De la idea a la obra

Escribe el autor de la Sagrada Familia:

"Un impulso, una fuerza debe acompañar toda idea para convertirla en obra".

Antonio Gaudí


La fuerza de Gaudí no era sólo su creatividad, sino la fe.

Espíritu y materia

Esta frase de Gaudí parecería banal, pero no lo es. Y sintetiza la obra de la Sagrada Familia:

"El espíritu domina la materia".

Antonio Gaudí

lunes, 15 de noviembre de 2010

Los tres grandes libros de Gaudí

La cita anterior me recuerda lo que dijo el Papa de Gaudí en la misa celebrada en la Sagrada Familia de Barcelona:

"En este recinto Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia".

Homilía en la Sagrada Familia, 7 noviembre 2010.

Un canto a varias voces

La expresión "Palabra de Dios" ha de ser entendida en sentido analógico, dice Verbum Domini, ya que Dios se comunica de muchos modos, el único Verbo se expresa con varias voces:

"Se ha hablado justamente de una sinfonía de la Palabra, de una única Palabra que se expresa de diversos modos: un canto a varias voces.

...Si bien es cierto que en el centro de la revelación divina está el evento de Cristo, hay que reconocer también que la misma creación, el liber naturae, forma parte esencialmente de esta sinfonía a varias voces en que se expresa el único Verbo.

De modo semejante, confesamos que Dios ha comunicado su Palabra en la historia de la salvación, ha dejado oír su voz; con la potencia de su Espíritu, habló por los profetas.

La Palabra divina, por tanto, se expresa a lo largo de toda la historia de la salvación, y llega a su plenitud en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios.

Además, la palabra predicada por los apóstoles, obedeciendo al mandato de Jesús resucitado: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación (Mc 16,15), es Palabra de Dios.

Por tanto, la Palabra de Dios se transmite en la Tradición viva de la Iglesia".

Exhortación postsinodal Verbum Domini, 7

Dios habla y responde a nuestras cuestiones

Nos recuerda el Papa que hay algo esencial en la vida: hemos de...

"... redescubrir algo que corremos el peligro de dar por descontado en la vida cotidiana: el hecho de que Dios hable y responda a nuestras cuestiones".

Exhortación postsinodal Verbum Domini, 4

La prioridad más grande

Hace unos días se publicó la Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. Era un documento esperado desde hace dos años, cuando se celebró en Roma el Sínodo sobre la Palabra de Dios (2008). Ha merecido la pena la espera, pues el documento -amplio y profundo- contiene una preciosa síntesis sobre la Revelación y la Encarnación del Verbo. Recojo algunas afirmaciones:

"No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10)".

Exhortación postsinodal Verbum Domini, 2.

lunes, 11 de octubre de 2010

El poeta canta por todos

El poeta presta su voz a la multitud, canta el sentir común de la humanidad. Esa es su vocación: decir al hombre.

"Un único corazón te recorre, un único latido sube a tus ojos,
poderosamente invade tu cuerpo, levanta tu pecho,
te hace agitar las manos cuando ahora avanzas.
Y si te yergues un instante, si un instante levantas la voz,
yo sé bien lo que cantas.

Eso que desde todos los oscuros cuerpos casi infinitos
se ha unido y relampagueado,
que a través de cuerpos y almas se liberta de pronto en tu grito,
es la voz de los que te llevan, la voz verdadera y alzada
donde tú puedes escucharte, donde tú, con asombro, te reconoces.
La voz que por tu garganta, desde todos los corazones esparcidos,
se alza limpiamente en el aire.

Y para todos los oídos. Sí. Mírales cómo te oyen.
Se están escuchando a sí mismos.
Están escuchando una única voz que los canta. (...)

Y en la cumbre, con su grandeza, están todos ya cantando.
Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y alzada.
Y un cielo de poderío, completamente existente,
hace ahora con majestad el eco entero del hombre".

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 65-67.

Búscate en los otros

"No es bueno que el hombre esté solo", dice en sus primeras páginas el libro de los orígenes, el Génesis. También lo señala el poeta.

"No es bueno quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere
calcáreamente imitar a la roca. (...)

Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate en los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos. (...)

Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!"

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 55-58.

domingo, 10 de octubre de 2010

El último amor

Largo poema de Vicente Aleixandre. El ser humano necesita amor. Si es rechazado desearía morir, desaparecer. ¿El último amor? Gracias a Dios hay Alguien que no nos rechaza, que nos amará siempre.

"Amor mío, amor mío.
Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo.
Y acaba de irse aquella que nos quería. Acaba de salir.
Acabamos de oír cerrarse la puerta.
Todavía nuestros brazos están tendidos. Y la voz
se queja en la garganta.
Amor mío...

Cállate, vuelve sobre tus pasos. Cierra despacio
la puerta, si es que no quedó bien cerrada.
Regrésate.
Siéntate ahí, y descansa.
No, no oigas el ruido de la calle. No vuelve.
No puede volver.
Se ha marchado, y estás solo.
No levantes los ojos para mirarlo todo,
como si en todo aún estuviera.
Se está haciendo de noche.
Apóyate. Descansa.
Te envuelve dulcemente la oscuridad,
y lentamente te borra.
Todavía respiras. Duerme.
Duerme si puedes. Duerme poquito a poco,
deshaciéndote, desliéndote en la noche
que poco a poco te anega.

¿No oyes? No, ya no oyes. El puro
silencio eres tú, oh dormido, oh abandonado,
oh solitario.

¡Oh si yo pudiera hacer
que nunca más despertases!

Las palabras del abandono. Las de la amargura.

Yo mismo, sí, yo y no otro.
Yo las oí. Sonaban como las demás.
Daban el mismo sonido.
Las decían los mismos labios, que hacían el mismo movimiento.
Pero no se las podía oír igual. Porque significan:
las palabras significan.
Ay, si las palabras fuesen sólo un suave sonido,
y cerrando los ojos se las pudiese escuchar en el sueño...

Yo las oí. Y su sonido final fue
como el de una llave que se cierra.
Como un portazo.
Las oí, y quedé mudo.
Y oí los pasos que se alejaron.
Volví, y me senté.
Silenciosamente cerré la puerta yo mismo.
Sin ruido. Y me senté. Sin sollozo.
Sereno, mientras la noche empezaba.
La noche larga. Y apoyé mi cabeza en mi mano.
Y dije...

Pero no dije nada. Moví mis labios.
Suavemente, suavísimamente.
Y dibujé todavía
el último gesto, ese
que yo ya nunca repetiría.

Porque era el último amor. ¿No lo sabes?
Era el último. Duérmete. Calla.
Era el último amor...
Y es de noche".

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 39-43.

Delicada frontera

No sólo el hueso, también la delicada piel separa al amante del amado, como una preciosa pero terrible frontera inviolable.

"Cuán delicadamente beso despacio, despacísimo,
secretamente en tu piel
la delicada frontera que de mí te separa.

Piel preciosa, tibia, presentemente dulce,
invisiblemente cerrada...
... te siendo del otro lado, inasible, imposible, rehusada,
detrás de tu frontera preciosa, de tu mágica piel inviolable,
separada de mí por tu superficie delicada..."

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 17-18.

El triste hueso que rehusa el amor

Seguimos con Aleixandre. La carne parece comunicar las almas, trasmitiendo el amor, pero el duro hueso lo rehusa, como si sirviera a recordar el inevitable límite, la "zona triste del ser" que no alcanzamos, que sólo está patente a los ojos de Dios.

"Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso. (...)

Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehusa
mi amor -el nunca incandescente hueso del hombre-.

Y que una zona triste de tu ser se rehusa,
mientras tu carne entera llega un instante lúcido
en que total flamea..."

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 13-15.

Historia del corazón

Tras unos meses de silencio vuelvo a retomar el blog. No han faltado las lecturas, pero sí la calma para compartirlas. Ayer compré en la feria del libro de Alcalá "Historia del corazón" de Vicente Aleixandre, que recoge algunos de sus más bellos poemas sobre el amor. Permitidme que escoja algunos versos y os los vaya ofreciendo. Comencemos por la experiencia de la fugacidad, de la fragilidad del amor humano, que necesita ser salvado, redimido.

"Hermoso es el reino del amor,
pero triste es también. (...)

Nació el amante para la dicha,
para la eterna propagación del amor,
que de su corazón se expande
para verterse sin término
en el puro corazón de la amada entregada.

Pero la realidad de la vida,
la solicitación de las diarias horas,
la misma nube lejana, los sueños, el corto vuelo
inspirado del juvenil corazón que él ama,
todo conspira contra la perduración sin descanso
de la llama imposible. (...)

El amante sabe que pasa,
que el amor mismo pasa... (...)

Por eso el amante sabe
que su amada le ama
una hora, mientras otra hora sus ojos
leves discurren
en la nube falaz que pasa y se aleja. (...)

Y el amante la mira
con el infinito amor de lo que se sabe instantáneo.
Dulce es, acaso más dulce, más tristísimamente dulce,
verla en los brazos
en su efímera entrega.

Tuyo soy -dice el cuerpo armonioso-,
pero sólo un instante.
Mañana,
ahora mismo,
despierto de este beso y contemplo
el país, este río, esa rama, aquel pájaro...

Y el amante la mira
infinitamente pesaroso... (...)

Siempre leve, siempre aquí, siempre allí; siempre.
Como el vilano".

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 9-12.

domingo, 1 de agosto de 2010

Un Misterio que nos aferra en lo más hondo

Otra de un músico y director de orquesta, en este caso el italiano Riccardo Muti. En carta dirigida a don Giussani escribe:

"Querido monseñor Giussani, quisiera participar en la celebración de su 80 cumpleaños con mis felicitaciones. Y lo hago diciéndole sencillamente 'gracias' por lo que usted ha dado a la música, mostrándola a tantos jóvenes como la experiencia que en mayor medida nos comunica el Misterio, como camino para la búsqueda de la felicidad.

Es un Misterio que no tiene necesidad de palabras, que nos aferra en lo más hondo. ¿De dónde viene? En mí queda esta pregunta, y se la confío a usted, al tiempo que comparto con usted estos versos de Dante, tomados del canto XIV del Paraíso, que han marcado mi vida:

Y cual arpa y laúd, con tantas cuerdas
afinadas, resuenan dulcemente
aun para quien las notas no distingue,

tal de las luces que allí aparecieron
a aquella cruz un canto se adhería,
que arrebatome, aun no entendiendo el himno.

Suyo, con afecto".

Riccardo Muti

Los síntomas y las causas

Juicio muy acertado del músico y director de orquesta Daniel Barenboim, que se aplica a muchos fenómenos de nuestro tiempo:

"Una de las enfermedades de nuestra civilización es que vemos los síntomas sin ver las causas".

D. Barenboim

sábado, 17 de julio de 2010

Un centro en el que convergen todas las líneas

El final de mi último comentario me ha recordado esta cita de Máximo el Confesor, que reconoce en Cristo el centro, el foco al que todo tiende, en el que todo se reconcilia y se salva en su verdad:

"Así pues, Cristo es todo en todos, él que asume todo según su fuerza infinita y comunica a todos su bondad. Es como un centro en el que convergen todas las líneas. Y sucede que las criaturas del Dios único ya no sean más extrañas y enemigas unas de otras, por falta de un lugar común en el que puedan manifestar su amistad y su paz".

Máximo el Confesor, Mystagogia, I.

viernes, 16 de julio de 2010

Lo uno y lo otro (sobre la preferencia)

Es increíble cómo la mirada del filósofo, del pensador, toma pie en la realidad -en este caso las torres de la catedral de Sigüenza- para ahondar en la vida, en el corazón humano, en la aspiración que todos llevamos dentro:

"Esta indecisión a que me invita el par de torres bárbaras que ahora veo coronar el municipio seguntino es muy de mi sabor. Vivimos entre antítesis: la religión se opone a la ciencia, la virtud al placer, la sensibilidad fina y estudiada al buen vivir espontáneo, la idea a la mujer, el arte al pensamiento... Alguien, al ponernos sobre el planeta, ha tenido el propósito de que sea nuestro corazón una máquina de preferir. Nos pasamos la vida eligiendo entre lo uno o lo otro. ¡Un penoso destino! ¡Prolongada, insistente tragedia! Sí, tragedia: porque preferir supone reconocer ambos términos sometidos a elección como bienes, como valores positivos. Y aunque elijamos lo que nos parece mejor, siempre dejamos en nuestra apetencia un hueco que debió llenarse con aquel otro bien pospuesto.

Ahora bien, las gentes suelen mostrarse demasiado presurosas en decidirse por lo mejor; olvidan que cada acto de preferencia abre, a la vez, una oquedad en nuestra alma. No no prefiramos; mejor dicho, prefiramos no preferir. No renunciemos de buen ánimo a gozar de lo uno y de lo otro: Religión y ciencia, virtud y placer, cielo y tierra... Cierto que hasta ahora no se han resuelto las antítesis; pero cada hombre debe pensar que es él el llamado a resolverlas.

La catedral de Sigüenza, toda oliveña y rosa a la hora de amanecer, parece sobre la tierra quebrada, tormentosa, un bajel secular que llega bogando hacia mí, trayéndome esta sugestión castiza en el viril de su tabernáculo...

La vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración a no renunciar a nada".

José Ortega y Gasset, Paisajes, Cegal 1983, p. 12-13.

* * *

Sí, el espíritu humano lo quiere todo, no desea renunciar a nada, a nada que sea hermoso, bueno, verdadero. Porque llevamos en nosotros la huella del Eterno, el sello de la Plenitud divina. En eso Ortega tiene razón, en eso ve bien. Yo quiero lo uno y lo otro. El cielo y la tierra. Esto es profundamente católico. Pero para ello -y en esto discrepo de Ortega- es necesario aprender a preferir, es decir, a reconocer lo más bello, lo más verdadero, lo mejor, y a anteponerlo, dándole espacio, dedicándole tiempo. Porque preferir no es renunciar (aunque a veces sea necesario aceptar la apariencia de renuncia, el sacrificio de una cierta distancia), sino amar, eligiendo -somos libres, siempre libres- lo que más corresponde, lo que más nos hace crecer. Quererlo todo sin aceptar un orden, una jerarquía, es condenarse al capricho, a la glotonería indiscriminada, a la saturación que a la postre hace perder el apetito. La preferencia es lo que nos hace poder amarlo todo, cada cosa en su orden, en su significado verdadero y en su relación con nuestro destino.

Amar el silencio es renunciar, en este momento, a la conversación, o al negocio humano. Amar a la mujer es renunciar, para siempre, al donjuanismo, al narcisismo. Amar la verdad es preferirla incluso más que a uno mismo, pues sólo así se alcanza sin engaños. Pero tiene razón Ortega en que las antítesis están llamadas a resolverse: la razón y la fe, la libertad y la gracia, lo humano y lo divino, el cuerpo y el alma. El cristianismo no es antitético, es -en todo caso- paradójico, pues afirma que para salvar la razón hace falta la fe, que para salvar la libertad hace falta la gracia, que para salvar lo humano hace falta lo divino, que para salvar -y gozar- el cuerpo hace falta el alma... y que para salvar el alma hace falta Dios.

Madurar es aprender a preferir, y comprobar que desde lo Preferido todo se ordena, todo se salva, nada se pierde. Pero esto sólo lo saben verdaderamente quienes han conocido a Cristo, en quien todas las líneas convergen, por Quien y para Quien todo fue hecho. Ojalá Ortega lo hubiera comprendido. Hubiera sido infinitamente más grande.

Ganar el cielo sin perder la tierra

Visita Ortega y Gasset la ciudad de Sigüenza y la contemplación de su Catedral y sus torres le inspira una interesantísima reflexión. Disfruten con el estilo y la hondura del pensamiento:

"Al volver atrás la mirada por ver el trecho que llevamos andado, Sigüenza, la viejísima ciudad episcopal, aparece rampando por una ancha ladera, a poca distancia del talud que cierra por el lado frontero el valle. En lo más alto el castillo lleno de heridas, con sus paredones blancos y unas torrecillas cuadradas, cubiertas de un airoso casquete. En el centro del caserío se incorpora la catedral, del siglo XII.

Las catedrales románicas fueron construidas en España al compás que hacían las espadas cayendo sobre los cuerpos de los moros.

Sigüenza fue bastante tiempo lugar fronterizo, avanzada en tierra de musulmanes. Por eso, como en Ávila, tuvo la catedral que ser a la vez castillo; sus dos torres cuadradas, anchas, recias, brunas, avanzan hacia el firmamento, pero sin huir de la tierra, como acontece en las góticas. No sé sabe qué preocupaba más a los constructores: si ganar el cielo o no perder la tierra".

José Ortega y Gasset, Paisajes, Cegal 1983, p. 12.

jueves, 15 de julio de 2010

La alameda del pasado y el mercado del día

Sigo con Ortega, cuya lectura es siempre interesante. Dice hablando del amor al pasado:

"... Es conveniente volver de cuando en cuando una larga mirada hacia la profunda alameda del pasado: en ella aprendemos los verdaderos valores -no en el mercado del día".

José Ortega y Gasset, Paisajes, Cegal 1983, p. 10.

viernes, 9 de julio de 2010

Tradición y tradicionalismo

Leo una consideración interesante en Ortega:

"No se crea por esto que soy de temperamento conservador y tradicionalista. Soy un hombre que ama verdaderamente el pasado. Los tradicionalistas, en cambio, no le aman; quieren que no sea pasado, sino presente. Amar el pasado es congratularse de que efectivamente haya pasado, y de que las cosas, perdiendo esa rudeza con que al hallarse presente arañan nuestros ojos, nuestros oídos y nuestras manos, asciendan a la vida más pura y esencial que llevan en la reminiscencia".

José Ortega y Gasset,
Paisajes, Cegal 1983, p. 9.

domingo, 4 de julio de 2010

El cristiano y la memoria

El Papa ha hablado de la relación entre pasado, presente y futuro, de la memoria histórica. Ha sido en un encuentro con jóvenes en la Catedral de Sulmona, en Italia:

"Sí, la memoria histórica es verdaderamente un “talento más” en la vida, porque sin memoria no hay futuro. ¡Una vez se decía que la historia es maestra de vida! La cultura consumista actual tiende en cambio a aplanar al hombre en el presente, a hacerle perder el sentido del pasado, de la historia; pero haciendo así le priva también de la capacidad de comprenderse a sí mismo, de percibir los problemas, y de construir el mañana. Por tanto, queridos y queridas jóvenes, quiero deciros: el cristiano es uno que tiene buena memoria, que ama la historia e intenta conocerla".

Benedicto XVI, 4 de julio de 2010.

domingo, 30 de mayo de 2010

La huella de la Trinidad

Hoy celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Dijo el Papa hace un año:

“Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.

Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo —nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias— como el micro-universo —las células, los átomos, las partículas elementales—. En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el "nombre" de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y libertad.

La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad es esta: sólo el amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y vivimos para amar y ser amados. Utilizando una analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en su "genoma" la huella profunda de la Trinidad, de Dios-Amor.

La Virgen María, con su dócil humildad, se convirtió en esclava del Amor divino: aceptó la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. En ella el Omnipotente se construyó un templo digno de él, e hizo de ella el modelo y la imagen de la Iglesia, misterio y casa de comunión para todos los hombres. Que María, espejo de la Santísima Trinidad, nos ayude a crecer en la fe en el misterio trinitario".


Benedicto XVI

viernes, 23 de abril de 2010

Como Pastor bueno

Comentario al Evangelio de este cuarto domingo de Pascua, 25 de abril (Juan 10,27-30):

"El Buen Pastor era una imagen cercana para aquellos oyentes de Jesús, tan acostumbrados al pastoreo tanto en su vida nómada como en la asentada. Pero aquella parábola era casi una crónica autobiográfica de Jesús en relación con aquellas gentes: no ser extraño ni extrañarse, dar vida y darse en la vida, hasta dejarse la piel antes que nadie pueda arrebatarlas. Aquí se dibujaba el estupor ante Jesús que experimentaban cuantos oían su voz y ya no dejarían de reconocerla permaneciendo junto a Él.

En esa convivencia con Jesús, rápidamente se entendía su "secreto". Y consistía en que este Maestro no estaba huérfano: tenía un Padre, en cuyas manos Jesús cuidaba sus ovejas, y de allí nadie podrá arrebatarlas. Jesús, el Padre, nosotros. El Pastor, el Redil, las ovejas. Como en la metáfora del evangelio y como en la vida de cada día. En nuestro mundo, hay tantas voces de gente que se ofrece a "cuidarnos" y a velar por nuestras mil "seguridades". Pero uno sospecha de tanto favor "desinteresado" cuando en el fondo te ves a la intemperie, cargado de avisos, de normas, de recortes, de intereses y controles, de amenazas... y con demasiado poco corazón, buscando tal vez tan sólo que compremos su marca, o votemos sus siglas, o coreemos su afición. El Buen Pastor no tenía ninguno de esos precios, sino que el dar la vida se hacía gratis, por amor.

No obstante, aquel Buen Pastor no se quedó allí, hace dos mil años. Él ha prometido su presencia y cercanía hasta el final de los tiempos. Seremos "ovejas" de tan Buen Pastor si también nosotros oímos su voz, palpamos su vida entregada, y las manos del Padre de las que nadie nos podrá arrebatar. En la medida en que permanecemos en ese Pastor Bueno, crece nuestro corazón y se ve rodeado de una paz que no engaña, y de una esperanza sin traición. Tenemos necesidad de pastores que nos recuerden las actitudes del Buen Pastor, y debemos pedir al Señor que nos bendiga con muchos y santos sacerdotes según el corazón de Dios. Pero cada uno, desde la vocación que haya recibido, debe testimoniar lo que supone la compañía de tal Buen Pastor: dejarse pastorear es dejarse conducir hacia el destino feliz para el que fuimos creados, para que aquello que Él nos prometió se siga cumpliendo, y esto llene de alegría a nuestro corazón, de esa alegría de la pascua, que como las ovejas de Jesús de las manos del Padre, nadie nos podrá arrebatar".

Mons. Jesús Sanz Montes, Arzobispo de Oviedo

viernes, 16 de abril de 2010

La última pesca

Por su interés y belleza comparto este comentario de mi buen amigo el obispo Jesús Sanz al evangelio del próximo domingo:

"El relato de la última aparición de Jesús resucitado a sus discípulos, tiene una escena entrañable. De nuevo entre redes, como al principio; de nuevo ante un faenar cansino e ineficaz, como tantas veces; de nuevo la dureza de cada día, en un cotidiano sin Jesús, como antes de que todo hubiera sucedido.

Alguien extraño a una hora temprana, desde la orilla, se atreve a provocar haciendo una pregunta allí donde más dolía: sobre lo que había... donde no existía más que cansancio y vacío. Habían aprendido que la verdad de las cosas no siempre coincide con lo que nuestros ojos logran ver y nuestras manos acariciar, y se fiaron de aquel desconocido. El resultado fue el inesperado, ese que sorprende porque ya no se espera, porque se nos da cuando vamos de retirada y estamos de vuelta... de todas nuestras nadas e inutilidades. Para unos sería buena vista o acaso magia para otros, pero para el discípulo amado sólo podía ser el Señor.

Hay unas brasas que recuerdan aquella fogata en torno a la cual días antes el viejo pescador juró no conocer a Jesús, negándole tres veces. Ahora, junto al fuego hermano, Jesús lavará con misericordia la debilidad de Pedro, transformando para siempre su barro frágil en piedra fiel.

El verdadero milagro no es una red que se llena, como vacío que se torna en plenitud inmerecida. El milagro más grande es que la traición cobarde se transforma en confesión de amor. Hasta tres veces lo confesará. La traición, deshumanizó a Pedro, le hizo ser como en el fondo no era, y le obligó a decir con los labios lo que su corazón no quería. El amor de Jesús, su gracia siempre pronta, le humanizará de nuevo, hasta reestrenar su verdadera vida. Sin ironía, sin indirectas, sin pago de cuentas atrasadas. Gratuitamente como la gracia misma.

En nuestro mundo, hay muchas fogatas y foros donde se traiciona a Dios y a los hermanos, y haciendo así nos deshumanizamos, y nos partimos y rompemos. Pero hay otras brasas, las que Jesús prepara al amanecer de nuestras oscuridades y a la vuelta de nuestras fatigas, y allí nos convoca en compañía nueva, haciéndonos humanidad distinta. Allí nos permite volver a empezar, en la alegría del milagro de su misericordia inmerecida. Es la última pesca, la de nuestras torpezas y cansancios. Feliz quien tenga ojos para reconocerle como Juan, y quien se deje renacer como Pedro".

Monseñor Jesús Sanz Montes, OFM, arzobispo de Oviedo

lunes, 5 de abril de 2010

¡Somos libres!

Esta es la gran noticia, proclamada por el Santo Padre en la Vigilia Pascual:

"La Pascua es la verdadera salvación de la humanidad. Si Cristo, el Cordero de Dios, no hubiera derramado su Sangre por nosotros, no tendríamos ninguna esperanza, la muerte sería inevitablemente nuestro destino y el del mundo entero.

Pero la Pascua ha invertido la tendencia: la resurrección de Cristo es una nueva creación, como un injerto capaz de regenerar toda la planta. Es un acontecimiento que ha modificado profundamente la orientación de la historia, inclinándola de una vez por todas en la dirección del bien, de la vida y del perdón.

¡Somos libres, estamos salvados! Por eso, desde lo profundo del corazón exultamos: Cantemos al Señor, sublime es su victoria".


Homilía del Santo Padre Benedicto XVI en la Vigilia Pascual 2010

domingo, 4 de abril de 2010

Pregón Pascual

Un año más he tenido la gracia de poder cantar el Pregón Pascual en la Vigilia Pascual. Por su belleza y significado ofrezca el texto completo:

Exulten por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo,
y por la victoria de Rey tan poderoso
que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra,
inundada de tanta claridad,
y que, radiante con el fulgor del Rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla
que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante;
resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.

En verdad es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto del corazón
a Dios invisible, el Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán
y, derramando su sangre,
canceló el recibo del antiguo pecado.

Porque éstas son las fiestas de Pascua,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Ésta es la noche
en que sacaste de Egipto
a los israelitas, nuestros padres,
y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.

Ésta es la noche
en que la columna de fuego
esclareció las tinieblas del pecado.

Ésta es la noche
en que, por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y son agregados a los santos.

Ésta es la noche
en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.

¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.

¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

¡Qué noche tan dichosa!
Sólo ella conoció el momento
en que Cristo resucitó de entre los muertos.

Ésta es la noche
de la que estaba escrito:
«Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mí gozo».

Y así, esta noche santa
ahuyenta los pecados,
lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes,
expulsa el odio,
trae la concordia,
doblega a los poderosos.

En esta noche de gracia,
acepta, Padre santo,
este sacrificio vespertino de alabanza
que la santa Iglesia te ofrece
por medio de sus ministros
en la solemne ofrenda de este cirio,
hecho con cera de abejas.

Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego,
ardiendo en llama viva para gloria de Dios.
Y aunque distribuye su luz,
no mengua al repartirla,
porque se alimenta de esta cera fundida,
que elaboró la abeja fecunda
para hacer esta lámpara preciosa.

¡Qué noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!

Te rogamos, Señor, que este cirio,
consagrado a tu nombre,
arda sin apagarse
para destruir la oscuridad de esta noche,
y, como ofrenda agradable,
se asocie a las lumbreras del cielo.

Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo,
ese lucero que no conoce ocaso
y es Cristo, tu Hijo resucitado,
que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso
por los siglos de los siglos.
Amén.

Pregón Pascual


viernes, 2 de abril de 2010

Entrar por el costado...

Soneto a Cristo en la Cruz:

"Con ánimo de hablarle en confianza
de su piedad entré en el templo un día,
donde Cristo en la cruz resplandecía
con el perdón de quien le mira alcanza.

Y aunque la fe, el amor y la esperanza
a la lengua pusieron osadía,
acordéme que fue por culpa mía
y quisiera de mí tomar venganza.

Ya me volvía sin decirle nada
y como vi la llaga del costado,
paróse el alma en lágrimas bañada.

Hablé, lloré y entré por aquel lado,
porque no tiene Dios puerta cerrada
al corazón contrito y humillado".

Lope de Vega

Cómo, clavado, enseñas tanto...

A Cristo en la Cruz:

¿Pero cómo, clavado, enseñas tanto?
Debe ser que siempre estás abierto,
¡oh Cristo, oh ciencia eterna, oh libro santo!"

Lope de Vega

El navío de la Cruz

"La cruz es un navío; nadie puede atravesar el mar del mundo si no es llevado por la cruz de Jesucristo".

San Agustín

Al otro lado está Él

Viernes Santo. Escribe Guardini:

«Morir significa para el cristiano que Cristo viene y llama. La vida terrena se quiebra, pero, justamente por eso, se abre la puerta y, al otro lado, está Él».

Romano Guardini

jueves, 1 de abril de 2010

El primer día de una nueva creación

Hoy es Jueves Santo. Les ofrezco un pasaje de Chesterton -uno de mis autores preferidos- en que evoca de manera genial los acontecimientos que en estos días celebramos. Dice:

“Momentos antes de su muerte rezó por toda la raza de asesinos de la humanidad, diciendo: No saben lo que hacen...

No hay necesidad de repetir y alargar la historia, contando cómo se consumó la tragedia por la pendiente de la Vía Dolorosa y cómo lo arrojaron sin más con dos ladrones en una de las tandas ordinarias de ejecuciones. Y cómo, en todo aquel terrible y desolador abandono, oyó una voz en homenaje, una voz sorprendente, procedente del último lugar esperado: el madero de uno de los ladrones. Y le dijo a aquel rufián sin nombre: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¿Qué otra cosa se puede poner después de esto sino un punto final?...

Hubo momentos de desamparo que nadie padecerá jamás... Y si hubiera algún sonido que pudiera producir el silencio, seguramente nos quedaríamos en silencio ante el final, cuando un grito fue lanzado en la oscuridad con palabras terriblemente nítidas y terriblemente incomprensibles, que el hombre nunca entenderá en toda la eternidad que esas mismas palabras han comprado para él. Y por un instante aniquilador, un abismo insondable para nuestro limitado intelecto se abrió en la unidad de lo absoluto: Dios había sido abandonado por Dios.

Bajaron el cuerpo de la cruz y uno de los pocos hombres ricos entre los primeros cristianos obtuvo permiso para enterrarlo, en un sepulcro en la roca, dentro de su huerto... Al tercer día, los amigos de Cristo que llegaron al lugar al amanecer, encontraron el sepulcro vacío y la piedra quitada. De diversas maneras se fueron dando cuenta de la nueva maravilla. Pero aún no se dieron mucha cuenta de que el mundo había muerto en la noche. Lo que aquéllos contemplaban era el primer día de una nueva creación, un cielo nuevo y una tierra nueva. Y con aspecto de labrador, Dios caminó otra vez por el huerto, no bajo el frío de la noche, sino del amanecer”.

G.K. Chesterton, El hombre eterno, Cristiandad 2007, pp. 272-277.

miércoles, 24 de marzo de 2010

De hombres y maquinas

Leo esta interesante consideración del escultor vasco Eduardo Chillida:

"La computadora puede ser, ya lo es, una herramienta más. Ahora, de ahí a creer, como vosotros, que la máquina os va a sacar del atolladero es una ilusión, porque los únicos que somos capaces de formular una pregunta somos nosotros; las máquinas sólo dan respuestas... El día en que la computadora os haga una pregunta por su propia cuenta, ese día hablaremos..."

Edorta Kortadi Olano, Una mirada sobre Eduardo Chillida, Síntesis, Madrid 2003, p. 31.

martes, 23 de marzo de 2010

Decir verdad

Otra de Chillida:

"Cualquiera que oiga esto que digo dirá: 'Éste siempre dice lo mismo'; pero es que un hombre que dice la verdad siempre dice lo mismo".

Edorta Kortadi Olano, Una mirada sobre Eduardo Chillida, Síntesis, Madrid 2003, p. 42.

domingo, 21 de marzo de 2010

Lo que diferencia al técnico del artista

Estoy leyendo un libro sobre Eduardo Chillida, el escultor vasco. Encuentro esta consideración interesante que no sólo vale para el arte, sino para todo lo importante en la vida, que "acontece", no siendo fabricado por nosotros:

"Eduardo Chillida... se deja guiar completamente por la intuición; en ella considera que radica la diferencia entre un artista y un técnico o un artesano. El técnico ha de conocer perfectamente el resultado de su trabajo incluso antes de realizarlo, pero el artista trabaja buscando, indagando, desconociendo a dónde va a llegar. Si el resultado se conoce de antemano, la obra nace muerta, asegurará el artista".

Edorta Kortadi Olano, Una mirada sobre Eduardo Chillida, Síntesis, Madrid 2003, p. 26.

Hacer temblar el corazón de Dios

En este domingo V de cuaresma hemos escuchado en el Evangelio el pasaje de Jesús y la adúltera. Como en las parábolas de la misericordia (oveja perdida, hijo pródigo...) en estas escenas se nos revela el corazón de Dios. Péguy se preguntaba por qué una oveja debe contar, en la balanza, igual que todas las demás juntas, e incluso por qué ha de importar más habiéndose escapado y creado más problemas. Y responde:

"Extraviándose, aquella oveja, igual que el hijo menor, hizo temblar el corazón de Dios. Dios temió perderla para siempre, verse obligado a condenarla y privarse de ella eternamente. Este miedo hizo brotar la esperanza en Dios y la esperanza, una vez realizada, provocó la alegría y la fiesta. Toda penitencia del hombre es la coronación de una esperanza de Dios".

Charles Péguy

viernes, 19 de marzo de 2010

La paternidad es la imitación de Dios

Un sacerdote, educador de sacerdotes, escribe sobre la paternidad humana y divina. Habla a sacerdotes, pero también a los padres y madres de familia:

"La paternidad es la imitación de Dios. Jesucristo ha revelado la palabra definitiva de la historia, que Dios es Padre y por ello, la esencia del Ser es la paternidad, la huella de Dios en el hombre es constituirse en esta paternidad.

Paternidad significa cuidar del otro, porque Dios es quien engendra y no abandona: Aunque tu padre y tu madre te abandonen, yo no te abandonaré (cfr. Sal. 27, 10; Is. 49, 15). Por tanto, la paternidad y maternidad carnal y espiritual son la suprema imitación de la presencia de Dios. Son la suprema participación del objetivo por el que existimos.

Paternidad y maternidad se distinguen por razones fisiológicas, psicológicas, históricas. Pero en sentido primigenio se equivalen, porque están aunadas por la misma misión generativa y educativa.

Dios es el que admite al ser y educa al ser. De aquí deriva la misión del Padre. Por tanto paternidad espiritual significa educación. Ahora bien, esta misión Cristo la ha dejado a la santa madre Iglesia. Por tanto nuestra paternidad y maternidad se realizan en la Iglesia: ella engendra los hijos en la fuente bautismal, los alimenta, los educa y los sustenta por medio de los sacramentos, la catequesis, por medio de una pertenencia de los unos a los otros, en la que se desarrolla una vida cotidiana verdadera que es la fuente de la educación.

Los sacerdotes son los siervos de la maternidad y paternidad de Dios y de la Iglesia, son siervos del cuerpo de Cristo. Y este aspecto revela una dimensión decisiva de la paternidad espiritual de que está investido el cura: no es referencia a sí mismos, sino a la Iglesia. La paternidad es conducir a los hijos a la Iglesia, al Cuerpo de Cristo.

En la paternidad espiritual está innato el riesgo que nuestra persona se convierte en pantalla entre aquel a quien encontramos y la vida de la Iglesia. Existe el peligro de que nuestras cualidades, nuestros dones y defectos, lo que somos o podemos parecer, oculte lo que debemos realmente ser; es por tanto importante una clara relación entre la Iglesia y la persona. No debemos inventar nada, sino servir a algo que ya existe; que se renueva, ciertamente, pero que en el tiempo mantiene una continuidad. Debemos enriquecer la Iglesia de una nueva forma: en la Iglesia hay algo nuevo con cada nacimiento, pero este nacimiento es más propiamente una nueva manifestación de lo antiguo. Cada uno de nosotros debe cultivar con gran respeto la tradición de la Iglesia, el río que nos ha llegado y nos ha permitido injertarnos en el".

Massimo Camisasca

José, ejemplo de autoridad

Jesús estuvo sometido a la autoridad de San José. Pero José sabía quién era Jesús, y lo servía con su autoridad. En esto es ejemplo de la autoridad en la Iglesia, de la autoridad de los ministros ordenados. Escribe Orígenes:

"José entiende que Jesús era superior a él mientras le era sumiso, y a sabiendas de la superioridad de su menor, José le mandaba con temor y mesura. Que todos reflexionen: a menudo, una persona de menor valía es colocada por encima de gente mejor que él, y a veces ocurre que el inferior vale más que aquel que parece mandar sobre él. Cuando alguien que ha sido elevado en dignidad comprenda esto, ya no se hinchará de orgullo por su rango más alto, sino que sabrá que su inferior puede ser mejor que él, al igual que Jesús estaba sujeto a José".

Orígenes, Homilía sobre San Lucas, XX, 5, SC p. 287.

La paternidad de José

Hoy celebra la Iglesia la Solemnidad de San José, esposo de la Virgen María:

"Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: Uno solo es vuestro Padre (Mt 23,9). En efecto, no hay más paternidad que la de Dios Padre, el único Creador de todo lo visible y lo invisible. Pero al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, se le ha hecho partícipe de la única paternidad de Dios (cf. Ef 3,15). San José muestra esto de manera sorprendente, él que es padre sin ejercer una paternidad carnal. No es el padre biológico de Jesús, del cual sólo Dios es el Padre, y sin embargo, desempeña una plena y completa paternidad. Ser padre es ante todo ser servidor de la vida y del crecimiento".

Benedicto XVI

lunes, 15 de marzo de 2010

Qué nos hace libres

"No nos hacemos libres por
negarnos a aceptar
nada superior a nosotros,
sino por aceptar lo que
está realmente por encima de nosotros".

Goethe

domingo, 7 de marzo de 2010

La zarza ardiente: Dios y la Iglesia

Hoy escuchamos en la primera lectura del III Domingo de Cuaresma el episodio de la "zarza ardiente", la aparición de Yahveh a Moisés en el monte santo, la revelación de su Nombre, la invitación a descalzarse por hallarse en tierra santa. Recogemos estas palabras del papa Benedicto XVI comentando el pasaje:

Este cuerpo de Cristo que abarca a la humanidad de todos los tiempos y lugares es la Iglesia. San Ambrosio vio su prefiguración en la tierra santa indicada por Dios a Moisés: "Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa" (Ex 3, 5); y allí, más tarde, se le ordenó: "Y tú quédate aquí junto a mí" (Dt 5, 31), orden que el santo obispo de Milán actualiza para los fieles en estos términos:

"Tú permaneces conmigo (con Dios), si permaneces en la Iglesia. (...) Permanece, pues, en la Iglesia; permanece donde me he aparecido a ti; ahí estoy yo contigo. Donde está la Iglesia, ahí encontrarás el punto de apoyo más firme para tu mente; donde me he aparecido a ti, en la zarza ardiente, ahí está el fundamento de tu alma. De hecho, me he aparecido en la Iglesia, como en otro tiempo en la zarza ardiente. Tú eres la zarza, yo el fuego; fuego en la zarza, soy yo en tu carne. Por eso, yo soy fuego: para iluminarte, para destruir tus espinas, tus pecados, y para manifestarte mi benevolencia (Epistulae extra collectionem: Ep. 14, 41-42)".

Benedicto XVI, Discurso a la Conferencia Episcopal de Portugal en visita "ad limina", 10 de noviembre de 2007.

miércoles, 3 de marzo de 2010

La copia y el original

En un interesante libro, un relato de conversión, leo un buen ejemplo de lo que es la conversión cristiana. No es lograr hacer mejor las cosas, sino mirar a Cristo:

"Recuerdo un viaje a Asís. Fue una vivencia simpática. Ya sabía que es la ciudad de san Francisco; pero lo único que buscaba era un pequeño hotel para dormir, un ambiente agradable para pasear, vino sabroso y un poco de soledad para soñar. La sugerencia para hacer ese viaje me la dio mi amigo Christian, un auténtico pagano. Cuando, después de una noche de viaje, llegué a la estación de Asís por la mañana, me tomé un espresso doble, un tramezzino con atún y me puse lentamente en marcha.

Fui dando un paseo a lo largo de la calle ancha, visité una iglesia inmensa ... y me sentí totalmente decepcionado. No sentí ninguna alegría, ni siquiera curiosidad. La ciudad, probablemente, fuera impresionante, pero a mí no me gustaba y no podía hacer nada. Primero eché pestes de mi amigo y sus recomendaciones y, después, de mí y mi credulidad. Enfadado, me di la media vuelta ... y me eché a reír. Lo que tenía a mi vista era nada menos que un sueño de ciudad.

Allí arriba, sobre el monte, refulgiendo como un cuadro de Cézanne, se alzaba la auténtica, la única Asís. Me golpeé sobre la frente: sencillamente había seguido el camino equivocado. Me había dejado engañar, o me había engañado a mí mismo: tomé la copia por el original. Y no fue especialmente difícil esclarecer el error: solo tuve que darme la vuelta, girar 180 grados, para tener delante de mí justo lo que estaba buscando".

P. Seewald, Mi vuelta a Dios, Palabra, Madrid 2006, p. 94

domingo, 28 de febrero de 2010

Silencio habitado por Otro

Sigue la interesante reflexión -el testimonio- de este sacerdote italiano sobre el silencio y la oración:

"He encontrado una definición brillante: el silencio es nuestra memoria llena de la conciencia de pertenecer a Jesús. Si esto es verdad, podemos comprender que el silencio no es en absoluto el vacío. Es más, es la condición del diálogo con aquél que es el centro del mundo y el rostro secreto de todas las cosas.

Si no se necesitara para vivir, el silencio no me interesaría. Año tras año he ido entendiendo y experimentando que puede ser más necesario que el agua y el aire o, por lo menos, es para nuestro espíritu tan necesario como lo son el agua y el aire para el cuerpo. El pueblo de Israel usaba esta expresión: ver el rostro de Dios, tu rostro Señor yo busco (Sal 27, 8). Es una imagen bellísima sobre lo que es el silencio: la identificación con el amado. El silencio es el instante habitado por Otro.

Quisiera contar cómo descubrí esto. Antes de nada, para aprender el silencio, hay que empezar a hacer silencio. Siguiendo la enseñanza de quienes han sido padres para mí, dedico una hora cada día al silencio entendiéndolo en su sentido literal. Antes situaba esta hora al final de la tarde; luego, he ido entendiendo poco a poco que era necesario empezar el día con el silencio. Así, la primera hora de la jornada la dedico a esto.

Se me ha enseñado que el tiempo de silencio se abre con unos minutos de oración de rodillas, a ser posible delante de una imagen. Es una educación muy grande empezar el día adorando, reconociendo con gratitud la belleza de lo creado, la bondad de Dios, el tiempo que nos da. El Padre como origen de todo. No quiero ser ingenuo en absoluto, ni espiritualista ni abstracto. Hay noches en las que no duermo, otras en las que duermo poco, mañanas en las que me levanto asediado por las preocupaciones. Precisamente por esto, educar mi alma hacia la positividad de la vida, reconocer la paternidad que me ha querido, de quien quiere al mundo y lo guía, es el mayor bien. Sin silencio es imposible descubrir la paternidad de Dios, es imposible entrar en el movimiento que Dios cumple cada día para hacernos suyos. Se entiende de esta manera que el silencio tiene un valor social muy importante. Poco a poco, entrando en la paternidad de Dios, ensimismándonos con la mirada de Cristo, cambia mi mirada sobre los demás. Como todas las cosas, los hombres se convierten en signo de Jesús. Nace de esta manera la posibilidad de perdonar, de acoger, de vivir junto a los demás".

M. Camisasca

Pero, ¿qué es el silencio?

Más sobre el silencio. ¿Qué es? ¿Por qué es tan importante en la vida? Reflexiones de un educador:

"Pero, ¿qué es el silencio? ¿Por qué es tan importante para cada hombre, sobre todo para cada cristiano, y por ende para cada sacerdote? ¿Cómo puede madurar en nosotros el hábito del silencio?

El silencio hace pensar, en primer lugar, en la ausencia de palabras, de sonidos. Hay un valor en todo esto, pero no podemos detenernos en este punto. Yo no quiero el silencio para no oír y no ver, para abstraerme de la vida. Todo lo contrario, deseo el silencio para poder ver con mayor profundidad, para poder escuchar las palabras más importantes, a menudo reprimidas o escondidas, para poder detenerme en ellas. Por lo tanto, si el silencio exige una determinada lejanía del bullicio y de los ruidos diarios, es para entrar con más profundidad en la realidad, para descubrir la cara verdadera de las cosas, que a menudo está escondida detrás de un velo.

Para el cristiano, el silencio es la mirada de la fe sobre las cosas del mundo. No estoy diciendo que el cristiano sea un visionario. La fe no le hace ver cosas imaginarias o irreales, sino que le hace capaz de mirar con mayor profundidad las mismas cosas que todos miran. Al contrario que las filosofías o religiones orientales, el cristiano, en el silencio, no tiene delante la nada sino un “tú” personal.

El poeta Clemente Rebora ha escrito en una poesía llamada El álamo este bellísimo verso: «Y el tronco se hunde donde es más verdadero». Desde la ventana de mi habitación veo tres álamos piramidales. Cada vez que paso a su lado me vienen a la cabeza las palabras de Rebora. Me parece que contienen una imagen apropiada del silencio. También nosotros, como el hombre de todos los tiempos, miramos a menudo la vida en fragmentos: un acontecimiento, otro, una palabra, un suceso que descubrimos en el periódico… Todo nos parece dividido y por eso, en última instancia, sin sentido. El silencio, la fe, nos permiten descubrir la unión entre las cosas, los acontecimientos, las palabras. Nos permiten percibir, aunque de lejos, como en un espejo, enigmáticamente (1 Cor 13, 12), el rostro de aquél por quien todo se ha hecho y hacia quien todo se dirige. (véase Hch 17, 24-28; Col 1, 16). Únicamente en el silencio podemos ser capaces de acoger el sentido de las cosas más grandes, el dolor y la alegría, el amor y el cansancio, la belleza y las heridas. Pero en el silencio hasta las cosas más pequeñas se vuelven significativas".

M. Camisasca

El silencio entre las palabras

Leo con gusto unas páginas de un sacerdote italiano, Massimo Camisasca, educador de sacerdotes y de familias. Hablando de la importancia del silencio, de la oración, en la vida del sacerdote, del cristiano y del hombre, recoge dos citas interesantes de músicos de primera línea. Merecen la pena:

Hace unos años vi en televisión una de las pocas entrevistas hechas a María Callas. Respondiendo a la pregunta de qué era para ella lo más importante que había vivido en el canto y que quisiera transmitir, dijo más o menos esto:

“El silencio. Toda la grandeza del canto está en el silencio que hay entre las palabras”.

Que no fuera una respuesta tan extraña lo entendí cuando se la oí repetir a Giuseppe di Stefano, un grandísimo tenor italiano desaparecido recientemente. En una entrevista radiofónica, en la que se le preguntaba cuál era el secreto de su arte, respondió:

“Pronunciar bien todas las palabras y hacer bien los silencios”.

lunes, 8 de febrero de 2010

Vida pública y vida privada

Termina la larga reflexión de Chesterton sobre la importancia de los padres y la vida del hogar en la educación de los hijos:

"En otro sentido hay algo también ilusorio o irresponsable sobre la función puramente pública, sobre todo en el caso de la educación pública. El educador trata generalmente con una sola sección de la mente del estudiante. Pero trata siempre con una sola sección de la vida del estudiante. Los padres tienen que tratar no sólo con todo el carácter del niño, sino también con toda la carrera del niño. El maestro siembra la simiente, pero los padres cosechan y siembran. El maestro ve a más niños, pero no está claro que vea más niñez; y no hay duda de que ve menos juventud y ninguna madurez.

...Pero los padres tienen que encarase con la vida entera del individuo y no sólo con la vida escolar del estudiante... Todo el mundo sabe que los maestros tienen una tarea fatigosa y a menudo heroica, pero no es injusto con ellos recordar que en este sentido tienen una tarea excepcionalmente feliz. El cínico diría que el maestro tiene su felicidad en no ver nunca los resultados de su propia enseñanza. Prefiero limitarme a decir que no tiene la preocupación sobreañadida de tener que estimarla desde el otro extremo. El maestro raramente está presente cuando su estudiante se muere. O para decirlo con una metáfora teatral más suave, rara vez se encuentra ahí cuando cae el telón.

Éste no es más que uno de los muchos ejemplos de la misma verdad: que lo que se llama vida pública no es más grande que la vida privada, sino más pequeño. Lo que llamamos vida pública es un asunto fragmentario de impresiones y secciones y estaciones; es sólo en la vida privada en donde mora la plenitud de nuestra vida entera".

G. K. Chesterton, El amor o la fuerza del sino, Rialp, 2000, 4ª ed., pp. 196-197.

La paradoja del hogar humano

"No podemos insistir en que los primeros años de la vida son de una importancia suprema y en que las madres no son de importancia suprema, o que la maternidad es un asunto de suficiente interés para los hombres pero no de suficiente interés para las madres. Cada palabra que se dice sobre la importancia tremenda de los hábitos triviales desarrollados en la niñez se añade a la demostración de que ser niñera no es algo trivial.

Todo tiende al regreso de una sencilla verdad que dice: el trabajo privado en la casa es el trabajo verdaderamente grande y el trabajo público es el empleo pequeño. El hogar humano es una paradoja porque es más grande por dentro que por fuera".

G. K. Chesterton, El amor o la fuerza del sino, Rialp, 2000, 4ª ed., p. 196.

Padres y especialistas

Sobre la insustituible responsabilidad de los padres de educar a los hijos, sin delegar en especialistas:

"Y es que la idea de un sustituto de los padres es sencillamente una ilusión de la riqueza. El abogado progresista de esta educación inconsistente e infinita para el niño piensa generalmente en el niño rico; y toda esta especie particular de libertad debería ser llamada con más exactitud un lujo. Es muy natural para una señora rica dejar a su hijita con una institutriz francesa o con una checoslovaca o con una del antiguo imperio sánscrito, en la seguridad de que uno u otro de estos aspectos de la inteligencia de la niña está siendo desarrollado mientras que ella, la madre, aparece en la vida pública como prestamista o en algún otro puesto moderno lleno de dignidad.

Pero la gente más pobre no puede tener cinco maestros para cada niño. Generalmente hay unos cincuenta niños por maestro. Es imposible cortar el alma de un niño y distribuirla entre especialistas. Todo lo que podemos hacer es cortar en pedazos el alma de un maestro y distribuirla en trapos y trozos a toda una muchedumbre de niños. Y aun en el caso del niño rico, no está nada claro que los especialistas sean un sustituto de la autoridad espiritual. Ni siquiera el millonario puede estar nunca seguro de no haberse olvidado de alguna institutriz en la larga procesión de institutrices que desfila perpetuamente bajo su pórtico de mármol; y esa omisión puede ser tan fatal como la del rey que se olvidó de invitar al hada cruel al bautizo. La hija, tras una vida de ruindad y desesperación, puede echar una mirada atrás y decir: si hubiera tenido también una institutriz de Lituania, mi destino como esposa de un diplomático en los países de Europa oriental hubiera sido muy diferente. Pero parece más probable que lo que echara de menos no fuera uno u otro de estos logros, sino un código moral lleno de sentido común o una visión general de la vida.

El millonario, por supuesto, podría contratar a un mahatma o a un profeta místico para que diera a su hijo una filosofía general de la existencia. Pero dudo que la filosofía tuviera mucho éxito aun para el niño rico, y sería algo imposible para el niño pobre. En el caso de pobreza relativa -que es el caso de la mayor parte de la humanidad- volvemos a una responsabilidad general de los padres; así lo ha visto siempre el sentido común de la humanidad. Volvemos a los padres como a las personas encargadas de la educación. Y quien ensalza la educación debe ensalzar el poder de los padres en ella.

Si los jóvenes tienen siempre la razón y pueden hacer lo que les dé la gana, muy bien, estupendo; alegrémonos todos, viejos y jóvenes, y quedémonos libres de toda responsabilidad. Pero que no nos vengan entonces con la importancia de la educación cuando nadie tiene ya autoridad alguna para educar a nadie. Decidid si queréis una educación sin límites o una emancipación sin límites, pero no seáis tan imbéciles pensando que podéis tener las dos cosas al mismo tiempo".

G. K. Chesterton, El amor o la fuerza del sino, Rialp, 2000, 4ª ed., pp. 194-195.

Educación e instrucción

Sigue hablando Chesterton, explicando la necesidad de la presencia y dedicación de los padres para que el niño reciba educación y no sólo instrucción:

"Si la educación ética y cultural fuera realmente un asunto trivial y mecánico, sería posible que la madre la impartiera con precipitación, como si se tratara de una rápida rutina, antes de irse al negocio más serio de servir a un capitalista a sueldo. Si la educación no fuera nada más que instrucción, podría instruir brevemente a sus niños en las tablas de multiplicar antes de remontarse a esferas más elevadas y nobles como servidora de una Fundación Filantrópica de Leche o como secretaria de una Cooperativa Farmacéutica. Sin embargo, la mente moderna está constantemente asegurándonos que la educación no es instrucción; está constantemente insistiendo en que no es un ejercicio mecánico, y que de ninguna manera debe ser un ejercicio abreviado. Es algo que se imparte a todas horas. Es algo que debe cubrir todos los temas. Pero si debe impartirse a todas horas, no puede ser decuidada en las horas del negocio comercial. Y si el niño ha de tener libertad de cubrir todos los temas, los padres deben tener igualmente la libertad de cubrir todos los temas".

G. K. Chesterton, El amor o la fuerza del sino, Rialp, 2000, 4ª ed., pp. 193-194.

Educación y vida doméstica

Ahondando en el sentido de la cita anterior recojo una reflexión de Chesterton sobre la educación y la vida familiar:

"... La mente moderna no es consistente consigo misma. Se las ha ingeniado para poner uno de sus crudos ideales en perfecta contradicción con el otro.

La gente progresista está constantemente diciéndonos que la esperanza del mundo está en la educación. La educación lo es todo. Nada es tan importante como instruir a la nueva generación. Nada es realmente importante excepto la nueva generación. Nos lo dicen una y otra vez, con ligeras variaciones de la misma fórmula, y nunca parecen darse cuenta de lo que implica. Porque si hay una gota de verdad en todo este hablar sobre la educación del niño, entonces no hay ciertamente nada más que insensatez en el noventa por ciento de lo que se habla sobre la emancipación de la mujer.

Si la educación es la función más elevada del estado, ¿por qué desearía alguna persona ser emancipada de la función más elevada del Estado? Es como si habláramos de conmutar la sentencia que condenaba a un hombre a ser Presidente de los Estados Unidos, o de llegar justo a tiempo de rescatarle de ser elegido Papa. Si la educación es la cosa más grande que hay en el mundo, ¿qué sentido puede haber en hablar de una mujer siendo liberada de la cosa más grande del mundo? Es como si fuéramos a rescatarla del cruel y terrible destino de ser poeta como Shakespeare; o a compadecernos de las limitaciones de un artista tan completo como Leonardo da Vinci.

Pues lo cierto es que no cabe duda alguna de que hay verdad en este reclamo sobre la importancia de la educación. Sólo que precisamente el tipo de educación del que es particularmente verdadero es el que se llama educación doméstica. La educación privada en el hogar es verdaderamente universal. Comparada con ella, la educación pública en la escuela puede ser estrecha y limitada. Sería de verdad una exageración decir que el maestro que se dedica a enseñar a sus alumnos "dibujo libre", les está entrenando en todos los usos de la libertad. Sería de verdad fantástico decir que el inocuo extranjero que enseña francés o alemán habla con todas las lenguas de los hombres y de los ángeles. Pero la madre que trata con sus propias hijas en su propia casa tiene que habérselas literalmente con todas las formas de libertad, porque tiene que habérselas con todos los aspectos del alma humana. No está obligada a hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero sí al menos a decidir cuánto debería hablar sobre los ángeles y cuánto sobre los hombres.

Brevemente, si la educación es realmente el asunto de mayor relevancia, entonces con toda seguridad la vida doméstica es la de mayor relevancia; y la vida oficial o comercial es la de menor relevancia. Es simple cuestión de aritmética que lo que se quite de la primera la dejará disminuida. Es cuestión de simple sustracción que la madre tiene que tener menos tiempo para la familia si tiene que tener más tiempo para la fábrica".

G. K. Chesterton, El amor o la fuerza del sino, Rialp, 2000, 4ª ed., pp. 192-193.

La familia, fábrica de humanidad

He encontrado esta estupenda frase en un libro que reúne textos de Chesterton en torno al amor y la familia:

"El negocio que se hace en la casa no es nada menos que formar los cuerpos y las almas de la humanidad. La familia es la fábrica que produce la humanidad".

G. K. Chesterton, The New Witness, 1919.

lunes, 11 de enero de 2010

Para qué leemos

Este año los Reyes han venido cargados de libros. ¡Qué placer la lectura! Pero no sólo placer sino aprendizaje, vida y riqueza. Como dice muy bien mi amiga Guadalupe Arbona:

"Quien abre un libro espera que se le descubra algo más sobre el mundo y sobre su posición en él. De otro modo sería incomprensible que siguiésemos acercándonos a los libros, cuando la lectura es uno de los gestos del hombre más gratuitos e innecesarios. Como decía Flannery O'Connor, una buena pieza literaria lo es porque tras su lectura notamos que nos ha sucedido algo".

Guadalupe Arbona, A los lectores, colección Literatura de Ediciones Encuentro.

miércoles, 6 de enero de 2010

En la solemnidad de la Epifanía

Homilía pronunciada el 6 de enero de 2010 en el Monasterio de Clarisas de San Pascual, de Madrid, en la Misa retransmitida por la Cadena Cope:


SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
6 enero 2010

"Queridos amigos que asistís a esta Eucaristía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, y todos aquellos que seguís la celebración desde vuestros hogares, desde los hospitales, las residencias, las cárceles, o los que quizá estáis en estos momentos de viaje. Renovemos también hoy nuestro alegre saludo de fe: ¡feliz Navidad, feliz año nuevo, feliz día de Reyes!

Hoy celebramos con gratitud la Solemnidad de la Epifanía del Señor, la “manifestación” del Misterio oculto desde antes de los siglos -como dice hoy san Pablo- y finalmente revelado a los hombres mediante la carne de Cristo, nacida de la bendita y gloriosa Virgen María. Este designio de salvación, misterio de la “filantropía” de Dios, de su amor al hombre, ha comenzado a irradiar su luz en Belén, nos ha alcanzado en la unción de la humanidad del Verbo en las aguas bautismales del Jordán y ha manifestado su gloria en el inicio de la actividad pública de Jesús en las bodas de Caná. Hemos proclamado hace un momento el “anuncio de la Pascua”, porque a lo largo del año la Santa Liturgia despliega ante nosotros el Misterio manifestado, que es Cristo. La gruta de Belén y el Santo Sepulcro de Jerusalén son los lugares de nuestra redención.

La Epifanía es la fiesta de la “santa luz” como canta el oriente cristiano, luz anhelada desde antiguo y anunciada hoy por el profeta: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!”. ¡Cómo anhela el enfermo la llegada del amanecer! ¡Con qué ansia espera el insomne el fin de sus terrores nocturnos! ¡Qué hermosa es la llegada de un nuevo día, la vuelta a la vida, la luz de los rostros, la epifanía del mundo! ¡Qué importante es no acostumbrarnos a la gracia de la luz, que bautiza cada mañana el mundo, como en una nueva creación!

“Fiat lux!” ¡Hágase la luz!, dijo Dios al comienzo del mundo, y el universo emprendió su aventura, y millones de soles, millones de estrellas comenzaron a emitir su luz. Y el hombre, varón y mujer, vio también la luz, creado a imagen y semejanza de Dios. Pero los hombres recayeron en las tinieblas, preferían con frecuencia la oscuridad mortal a la luz, buscaban a tientas, guiados únicamente por la gloria manifestada en la creación y por la luz de su razón, luz hermosa pero débil, insuficiente para el camino.

El ser humano miraba al cielo, plagado de estrellas, y se sentía perdido en la soledad de los mundos. Veía las luces en el firmamento, pero no podía alcanzarlas. Cuanto más conocía, más pequeño se veía a sí mismo. Y entonces Dios tuvo misericordia de su criatura, y Él mismo, en Persona, salvó la distancia. No se contentó con ser luz... se hizo camino. ¡Con qué hermosas palabras constataba con asombro don Manuel García Morente en 1940, en carta escrita a don José María García Lahiguera, entonces director espiritual del Seminario de Madrid, la iniciativa de Dios al encarnarse!:

“Si Dios no hubiera venido al mundo, si Dios no se hubiera hecho carne de hombre en el mundo, el hombre no tendría salvación, porque entre Dios y el hombre habría siempre una distancia infinita, que jamás podría el hombre franquear... Demasiado lejos, demasiado abstracto... Pero Cristo, pero Dios hecho hombre, Cristo sufriendo como yo, más que yo, a ése sí que lo entiendo y ése sí que me entiende”.

El “hecho extraordinario” -epifanía del Dios vivo- que vivió el profesor García Morente en la noche del 29 al 30 de abril de 1937, en París, tras escuchar un fragmento de La infancia de Cristo de Berlioz, cambiaría para siempre su vida.

La luz que se encendió en Belén fue irradiando en círculos concéntricos. Primero iluminó a María y a José, como vemos en muchas hermosas representaciones del arte cristiano, en las que la luz procedente del niño caldea y hermosea los rostros de ambos. Después alcanzó a los pastores de Belén, que advertidos por el ángel llegaron enseguida al pesebre. Como nos recordaba hace unos días el Santo Padre en su homilía de Nochebuena, los pastores, almas sencillas, tardaron poco en llegar al portal, porque no estaban lejos de Dios. Por último, la luz de Cristo atrajo a los magos de oriente, sabios escrutadores de los misterios celestes, de los que decía san Agustín que “no se pusieron en camino porque vieran la estrella, sino que vieron la estrella porque estaban en camino”. “Su viaje -dijo Benedicto XVI en Colonia- fue motivado por una fuerte esperanza, que luego tuvo en la estrella su confirmación y guía”.

El suyo fue un itinerario largo, difícil, como el nuestro, pues como hijos de nuestro tiempo hemos olvidado el camino a Belén. Les guió un astro, les guió su deseo. “Los magos partieron porque tenían un deseo grande”. No olvidemos que la palabra “de-siderium”, deseo, tiene que ver con “sidera”, las estrellas. “Era como si hubieran esperado siempre aquella estrella”. Hemos de volver a ser “peregrinos del absoluto” (y es bueno recordarlo en el inicio de un nuevo año santo jacobeo). Hemos de desear de nuevo ver a Dios. ¡Con qué fuerza clamaba Leon Bloy, el genial escritor francés!:

“Hay muchos animales llamados racionales que parecen haber vivido sesenta u ochenta años y a los que un día se les lleva al cementerio sin que jamás hayan logrado salir de la nada. Muchos de ellos hasta han sido famosos en su viaje ‘del útero al sepulcro’... Distinguida multitud que ignora el tormento del Misterio... Pero los verdaderos hombres, los verdaderos vivos, los que ‘no han recibido sus almas en vano’, sufren y lloran como seres abandonados mientras no encuentran a la Iglesia, que guarda la llave de todos los misterios”.

El hombre de hoy, que ya no mira al cielo -o que si mira piensa con tristeza que la luz que ve quizá haga mucho tiempo que se haya extinguido-, necesita “signos”, necesita nuevas “epifanías” de Dios, pues está firmemente convencido de que el cristianismo, y la misma historia de Belén, no son sino “reliquias” -que se resisten a desaparecer- de una luz hace mucho tiempo extinguida.

Pero entonces, ¿qué espera?, ¿espera algo? Si lo espera, no lo espera ciertamente de la Iglesia, y entonces necesita inventar elefantes, y dragones, y bandas de nueva Orleans, para completar el pobre cortejo de la cabalgata de Reyes; necesita entretenerse, porque ésa es la cuestión. El hastío de la vida, la monotonía de todo exige distracción. No se puede mirar durante mucho tiempo la nada. Nosotros, queridos hermanos -laicos, religiosas, sacerdotes-, somos la respuesta de Dios, el signo de Dios para nuestro mundo. La Iglesia es la humanidad iluminada, bautizada en el esplendor de la gloria, “lumen gentium”, luz de las naciones... ¡Abramos de par en par las puertas de la Iglesia a todos los hombres, pues la luz de Cristo es para todos! También para los palacios del poder y de la ambición, donde la noticia del nacimiento de un niño no trae alegría, sino hostilidad y violencia. Cristo ha nacido también para iluminar la conciencia y el corazón de Herodes.

Como los magos, caigamos también nosotros de rodillas ante el Señor, ante su “epifanía eucarística”, y ofrezcámosle “el oro de nuestra libertad, el incienso de nuestra oración fervorosa y la mirra de nuestro afecto más profundo”. ¡Y que María, estrella de la mañana, la “que a Cristo más se asemeja” -como decía Dante-, nos acompañe siempre e interceda por nosotros! Amén".


Juan Miguel Prim

martes, 5 de enero de 2010

La señal de Dios

Últimas líneas de la homilía del Papa el 24 de diciembre. La Palabra acontece y puede ser mirada:

"Escuchemos directamente el Evangelio una vez más. Los pastores se dicen uno a otro el motivo por el que se ponen en camino: "Veamos qué ha pasado". El texto griego dice literalmente: "Veamos esta Palabra que ha ocurrido allí".

Sí, ésta es la novedad de esta noche: se puede mirar la Palabra, pues ésta se ha hecho carne. Aquel Dios del que no se debe hacer imagen alguna, porque cualquier imagen sólo conseguiría reducirlo, e incluso falsearlo, este Dios se ha hecho, él mismo, visible en Aquel que es su verdadera imagen, como dice San Pablo (cf. 2 Co 4,4; Col 1,15). En la figura de Jesucristo, en todo su vivir y obrar, en su morir y resucitar, podemos ver la Palabra de Dios y, por lo tanto, el misterio del mismo Dios viviente. Dios es así.

El Ángel había dicho a los pastores: "Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12; cf. 16). La señal de Dios, la señal que ha dado a los pastores y a nosotros, no es un milagro clamoroso. La señal de Dios es su humildad. La señal de Dios es que Él se hace pequeño; se convierte en niño; se deja tocar y pide nuestro amor. Cuánto desearíamos, nosotros los hombres, un signo diferente, imponente, irrefutable del poder de Dios y su grandeza. Pero su señal nos invita a la fe y al amor, y por eso nos da esperanza: Dios es así. Él tiene el poder y es la Bondad. Nos invita a ser semejantes a Él. Sí, nos hacemos semejantes a Dios si nos dejamos marcar con esta señal; si aprendemos nosotros mismos la humildad y, de este modo, la verdadera grandeza; si renunciamos a la violencia y usamos sólo las armas de la verdad y del amor.

Orígenes, siguiendo una expresión de Juan el Bautista, ha visto expresada en el símbolo de las piedras la esencia del paganismo: paganismo es falta de sensibilidad, significa un corazón de piedra, incapaz de amar y percibir el amor de Dios. Orígenes dice que los paganos, "faltos de sentimiento y de razón, se transforman en piedras y madera" (In Lc 22,9). Cristo, en cambio, quiere darnos un corazón de carne. Cuando le vemos a Él, al Dios que se ha hecho niño, se abre el corazón. En la Liturgia de la Noche Santa, Dios viene a nosotros como hombre, para que nosotros nos hagamos verdaderamente humanos. Escuchemos de nuevo a Orígenes: "En efecto, ¿para qué te serviría que Cristo haya venido hecho carne una vez, si Él no llega hasta tu alma? Oremos para venga a nosotros cotidianamente y podamos decir: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20)" (In Lc 22,3).

Sí, por esto queremos pedir en esta Noche Santa. Señor Jesucristo, tú que has nacido en Belén, ven con nosotros. Entra en mí, en mi alma. Transfórmame. Renuévame. Haz que yo y todos nosotros, de madera y piedra, nos convirtamos en personas vivas, en las que tu amor se hace presente y el mundo es transformado".

Benedicto XVI, de la homilía en la Misa del Gallo de 2009.

El largo camino hasta el pesebre

Somos como los magos de oriente -en el mejor de los casos-, estamos lejos de Belén, pero Dios ha acortado las distancias:

"Algunos comentaristas hacen notar que los pastores, las almas sencillas, han sido los primeros en ir a ver a Jesús en el pesebre y han podido encontrar al Redentor del mundo. Los sabios de Oriente, los representantes de quienes tienen renombre y alcurnia, llegaron mucho más tarde. Y los comentaristas añaden que esto es del todo obvio. En efecto, los pastores estaban allí al lado. No tenían más que "atravesar" (cf. Lc 2,15), como se atraviesa un corto trecho para ir donde un vecino. Por el contrario, los sabios vivían lejos. Debían recorrer un camino largo y difícil para llegar a Belén. Y necesitaban guía e indicaciones.

Pues bien, también hoy hay almas sencillas y humildes que viven muy cerca del Señor. Por decirlo así, son sus vecinos, y pueden ir a encontrarlo fácilmente. Pero la mayor parte de nosotros, hombres modernos, vive lejos de Jesucristo, de Aquel que se ha hecho hombre, del Dios que ha venido entre nosotros. Vivimos en filosofías, en negocios y ocupaciones que nos llenan totalmente y desde las cuales el camino hasta el pesebre es muy largo. Dios debe impulsarnos continuamente y de muchos modos, y darnos una mano para que podamos salir del enredo de nuestros pensamientos y de nuestros compromisos, y así encontrar el camino hacia Él.

Pero hay sendas para todos. El Señor va poniendo hitos adecuados a cada uno. Él nos llama a todos, para que también nosotros podamos decir: ¡Ea!, emprendamos la marcha, vayamos a Belén, hacia ese Dios que ha venido a nuestro encuentro. Sí, Dios se ha encaminado hacia nosotros. No podríamos llegar hasta Él sólo por nuestra cuenta. La senda supera nuestras fuerzas. Pero Dios se ha abajado. Viene a nuestro encuentro. Él ha hecho el tramo más largo del recorrido. Y ahora nos pide: Venid a ver cuánto os amo. Venid a ver que yo estoy aquí. Transeamus usque Bethleem, dice la Biblia latina. Vayamos allá. Superémonos a nosotros mismos. Hagámonos peregrinos hacia Dios de diversos modos, estando interiormente en camino hacia Él. Pero también a través de senderos muy concretos, en la Liturgia de la Iglesia, en el servicio al prójimo, en el que Cristo me espera".

Benedicto XVI, de la homilía en la Misa del Gallo de 2009.

La máxima prioridad

Sigo leyendo al Papa:

"Volvamos al Evangelio de Navidad. Nos dice que los pastores, después de haber escuchado el mensaje del Ángel, se dijeron uno a otro: "Vamos derechos a Belén... Fueron corriendo" (Lc 2,15s.). Se apresuraron, dice literalmente el texto griego. Lo que se les había anunciado era tan importante que debían ir inmediatamente. En efecto, lo que se les había dicho iba mucho más allá de lo acostumbrado. Cambiaba el mundo. Ha nacido el Salvador. El Hijo de David tan esperado ha venido al mundo en su ciudad. ¿Qué podía haber de mayor importancia? Ciertamente, les impulsaba también la curiosidad, pero sobre todo la conmoción por la grandeza de lo que se les había comunicado, precisamente a ellos, los sencillos y personas aparentemente irrelevantes. Se apresuraron, sin demora alguna.

En nuestra vida ordinaria las cosas no son así. La mayoría de los hombres no considera una prioridad las cosas de Dios, no les acucian de modo inmediato. Y también nosotros, como la inmensa mayoría, estamos bien dispuestos a posponerlas. Se hace ante todo lo que aquí y ahora parece urgente. En la lista de prioridades, Dios se encuentra frecuentemente casi en último lugar. Esto -se piensa- siempre se podrá hacer. Pero el Evangelio nos dice: Dios tiene la máxima prioridad. Así, pues, si algo en nuestra vida merece premura sin tardanza, es solamente la causa de Dios.

Una máxima de la Regla de San Benito, reza: "No anteponer nada a la obra de Dios (es decir, al Oficio divino)". Para los monjes, la liturgia es lo primero. Todo lo demás va después. Y en lo fundamental, esta frase es válida para cada persona. Dios es importante, lo más importante en absoluto en nuestra vida.

Ésta es la prioridad que nos enseñan precisamente los pastores. Aprendamos de ellos a no dejarnos subyugar por todas las urgencias de la vida cotidiana. Queremos aprender de ellos la libertad interior de poner en segundo plano otras ocupaciones -por más importantes que sean- para encaminarnos hacia Dios, para dejar que entre en nuestra vida y en nuestro tiempo. El tiempo dedicado a Dios y, por Él, al prójimo, nunca es tiempo perdido. Es el tiempo en el que vivimos verdaderamente, en el que vivimos nuestro ser personas humanas".

Benedicto XVI, de la homilía en la Misa del Gallo de 2009.

lunes, 4 de enero de 2010

Sin oído musical para Dios

Utiliza Benedicto XVI una expresiva imagen para hablar de la dificultad del hombre moderno para percibir la existencia y presencia de Dios:

"Hay quien dice "no tener religiosamente oído para la música". La capacidad perceptiva para con Dios parece casi una dote para la que algunos están negados. Y, en efecto, nuestra manera de pensar y actuar, la mentalidad del mundo actual, la variedad de nuestras diversas experiencias, son capaces de reducir la sensibilidad para con Dios, de dejarnos "sin oído musical" para Él. Y, sin embargo, de modo oculto o patente, en cada alma hay un anhelo de Dios, la capacidad de encontrarlo. Para conseguir esta vigilancia, este despertar a lo esencial, roguemos por nosotros mismos y por los demás, por los que parecen "no tener este oído musical" y en los cuales, sin embargo, está vivo el deseo de que Dios se manifieste".


Benedicto XVI, de la homilía en la Misa del Gallo de 2009.

Soñar o estar despiertos

Interesante reflexión del Papa en su homilía del 24 de diciembre:

"Se dice que los pastores eran personas vigilantes, y que el mensaje les pudo llegar precisamente porque estaban velando. Nosotros hemos de despertar para que nos llegue el mensaje. Hemos de convertirnos en personas realmente vigilantes. ¿Qué significa esto?

La diferencia entre uno que sueña y uno que está despierto consiste ante todo en que, quien sueña, está en un mundo muy particular. Con su yo, está encerrado en este mundo del sueño que, obviamente, es solamente suyo y no lo relaciona con los otros. Despertarse significa salir de dicho mundo particular del yo y entrar en la realidad común, en la verdad, que es la única que nos une a todos.

El conflicto en el mundo, la imposibilidad de conciliación recíproca, es consecuencia del estar encerrados en nuestros propios intereses y en las opiniones personales, en nuestro minúsculo mundo privado. El egoísmo, tanto del grupo como el individual, nos tiene prisionero de nuestros intereses y deseos, que contrastan con la verdad y nos dividen unos de otros. Despertad, nos dice el Evangelio. Salid fuera para entrar en la gran verdad común, en la comunión del único Dios. Así, despertarse significa desarrollar la sensibilidad para con Dios; para los signos silenciosos con los que Él quiere guiarnos; para los múltiples indicios de su presencia".


Benedicto XVI, de la homilía en la Misa del Gallo de 2009.

domingo, 3 de enero de 2010

Si es verdad todo cambia

Hay que leer a Ratzinger. Hay que leer a Benedicto XVI. No tiene desperdicio. Recientemente ha dicho:

"El Señor está presente. Desde este momento, Dios es realmente un "Dios con nosotros". Ya no es el Dios lejano que, mediante la creación y a través de la conciencia, se puede intuir en cierto modo desde lejos. Él ha entrado en el mundo. Es quien está a nuestro lado. Cristo resucitado lo dijo a los suyos, nos lo dice a nosotros: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Por vosotros ha nacido el Salvador: lo que el Ángel anunció a los pastores, Dios nos lo vuelve a decir ahora por medio del Evangelio y de sus mensajeros. Ésta es una noticia que no puede dejarnos indiferentes. Si es verdadera, todo cambia. Si es cierta, también me afecta a mí".

Benedicto XVI, de la homilía en la Misa del Gallo de 2009.