domingo, 15 de enero de 2012

Esperar lo inesperado

A vueltas con la vocación, con la llamada de Dios. Lo primero que se nos pide cada día es la atención, la espera:

"Si no esperas lo inesperado no lo reconocerás cuando llegue".

Heráclito

La luz para ver nuestro propio nombre

Recojo esta anécdota que nos habla de la importancia de tener luz -la luz de la fe- para poder encontrar la verdad sobre nosotros mismos:

"Cuenta Máximo Gorki la historia de un pensador ruso que pasaba por una etapa de cierta crisis interior y decidió ir a descansar unos días a un monasterio. Allí le asignaron una habitación que tenía un cartelillo sobre la puerta en el que estaba escrito su nombre. Por la noche, no lograba conciliar el sueño y decidió salir a dar un paseo por el imponente claustro. A su vuelta, se encontró con que no había suficiente luz en el pasillo para leer el nombre que figuraba en la puerta de su dormitorio. Fue recorriendo el claustro y todas las puertas le parecían iguales. Por no despertar a los monjes, pasó la noche entera dando vueltas por el enorme y oscuro corredor. Con la primera luz del amanecer distinguió al fin cuál era la puerta de su habitación, por delante de la cual había pasado tantas veces a lo largo de la noche, sin advertirlo.

Aquel hombre pensó que todo su deambular de aquella noche era una figura de lo que a los hombres nos sucede muchas veces. Pasamos por delante de la puerta que conduce al camino que estamos llamados, pero nos falta luz para verlo".

Mediocridad y grandeza

En la primera lectura de este domingo, segundo del tiempo ordinario, escuchamos la vocación de Samuel, el profeta. Por tres veces Dios llama al niño en medio de la noche, pero él confunde la voz de Dios con la del anciano Elí, hasta que éste le enseña que es Dios mismo quien le llama. ¡Qué importante es tener cerca personas que nos ayuden a reconocer la llamada de Dios en las circunstancias concretas de nuestra vida! Porque como dice el genial Chesterton:

"La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta".

G. K. Chesterton