martes, 9 de diciembre de 2008

Un breve libro de horas compartidas...

Acabo de leer casi de un tirón un libro de poemas, el Libro de las horas, de Jaime Ferrán. Poesías breves escritas tras la muerte de su esposa, evocando "las horas compartidas durante tantos años..." ¿Un libro triste? Sí, ciertamente, pero también luminoso. Poemas reunidos en cuatro apartados: primavera, verano, otoño, invierno; cuatro estaciones, pero no sólo eso, también etapas de la vida. Un canto a la amada:

"Hoy, / como ayer, / mi canto / es sólo para ti"...

Poemas sencillos, casi triviales, pero que nombran lugares, momentos, hechos singulares que siguen siendo acontecimiento para quien los vivió estrenándolos acompañado. Un libro de amor:

"Llegaste de la mano / amiga / me miraste / y quedé para siempre / prendido en tu mirada. / Desde entonces / sólo pude mirar contigo todo".

Y una hermosa descripción del amor como pertenencia:


"Poco a poco / fui dejando de ser para ser tuyo / y entonces me encontré / definitivamente".

Lugares visitados juntos, contagiados por la novedad de la mirada amorosa:

"Todo nuevo, / de nuevo, / cuando tú lo mirabas..."

Cambiando de continente:


"Nuestro mundo cabía / en las viejas maletas / que nos seguían".

Los amigos, la naturaleza, el calor del hogar...:

"...donde tú me esperabas cada tarde".
"... Las primeras nieves / del invierno feliz".
"Pronto vino la nieve. / Su mano silenciosa / se fue posando / grave / sobre todo".

Momentos de felicidad compartida:

"Fuimos felices en aquella / esquina / donde el tiempo / detenía las lentas manecillas / del reloj, / cuando todos / se iban a descansar / y nos quedábamos / tú y yo solos, / en medio de la nieve".

Silencio fecundo, creativo:

"Después / en el silencio de la casa, / que tú velabas, / escribía / nuevas cantigas a tu lado..."

Viajes, traslados, cambios de hogar:

"... y nuestra casa errante fue cambiando / de ciudad en ciudad, / de país en país, / de continente en continente / y entre las dos orillas / sin espacio ni límites / encontramos, / al cabo, / nuestra Atlántida".

En cada página nombres de amigos, lugares y rincones. Y siempre la ventana abierta al mundo:


"Nuestro cuarto se abría / sobre el huerto, / a poniente / y en la clara terraza / veíamos llegar / la noche / poco a poco..."

La vida como promesa, como misterio que no logramos aferrar:

"Amamos lo imposible. / Buscamos más allá / de lo que ven los ojos / la última verdad / y nunca la encontramos, / se evade una vez más. / Parece que ya es nuestra, / se nos vuelve a escapar..."

El tiempo que no vuelve, la imposibilidad de volver al pasado:

"... el regreso es difícil, / a veces imposible".

Y junto a la consideración del tiempo transcurrido, la dura vivencia de la vejez:

"Envejecer es irse despojando / de todo lo accesorio. / Envejecer es irse despidiendo / de todos y de todo. / Envejecer es irse / poco a poco..."

Mirando fotografías que despiertan los recuerdos:

"... el jardín... te veo ahora en las fotografías / que te hicimos antaño / y parece que vuelvo a recorrerlo / de nuevo a tu costado / en un paseo, / que nunca se termina..."

La dura experiencia de la enfermedad, primero la de él:

"... la plaza tranquila / cerca del hospital / donde me ingresarían... / Fueron días de espera y de desesperanza. / Parecía / que nuestra nao naufragaba / entre los muros de / la sala de hospital / en la que me enseñaste / -cuando tú me velabas- / a continuar viviendo".

Vamos llegando al fin del libro, a los últimos poemas que evocan con pudor y esencialidad los últimos años de vida en común:

"Los últimos años / fueron los más duros. / Las enfermedades nos minaron / -una tras otra-".
"Ha sido largo el día, / la noche ha sido larga, / pero ya se terminan. / Descansa, / amor, / descansa. / ... Podrás soñar de nuevo / en una nueva infancia, / que nunca se termine, / pero ahora, / descansa. / Hasta que un día pueda / hallar tu sombra clara, / espérame en el sueño. / Descansa, / amor, / descansa".

La última estación, la última hora -"invierno"-, está precedida por una célebre cita de Rilke, una oración:

"O Herr, gib jedem seinem eignen Tod" ("Oh, Señor, da a cada uno su propia muerte").

Los últimos años. Un nuevo cambio de casa que parece anticipar la última despedida, pero también la esperanza, simbolizada en el sol del sur:

"Hay que saber decir / adiós a lo que se ama".
"Nuestra estancia ha terminado. / Nos / esperan otras tierras, / nos llaman otros lagos".
"Ahora nuestras horas / volverán a ser claras / bajo el sol... en el sur... / y cada madrugada / naceremos de nuevo / a una nueva mañana. / ¡Todo será posible / en nuestra nueva casa!"

Pero la vida se acababa:

"Teníamos suerte, / hallamos la paz. / Pensamos que nunca / se iba a acabar... / Nos equivocamos / una vez más".
"Lo teníamos todo / y entonces nos dejaste..."
"No te dio tiempo a envejecer. / Me parecías más joven que / cuando te vi por / primera vez..."
"No estaba preparado / para el final. / Nunca lo estamos".

Soledad, compañía, en misteriosa convivencia:


"Soledad. / Me acompaña / la música que un día / escuchara a su lado. / Ahora que ya sólo / regresa cuando sueño / y aparece, / de pronto, / en todos los espejos. / Pero es sólo en la música / donde siempre la encuentro".
"Eras la llama en nuestro lar errante / y consumidos por su fuego / fuimos / al fin / nosotros mismos".
" 'Llama sola, estoy solo' / dice Tristan Tzara, / pero yo digo, / llama / sola, / no hay soledad, / que un día contemplamos / ambos tu luz brillar / y al mirarte / te siento / cercana una vez más".
"En el nuevo camino / que hoy prosigo sin ti / no me podrán quitar el dolorido / sentir..."

Y los últimos versos:

"... me parece / oír aún tu voz / que me dice al oído / que no te has ido, / no..."