viernes, 1 de mayo de 2009

María y la Iglesia

Dice el teólogo suizo von Balthasar que la persona de María salva a la Iglesia de volverse una institución fría, una mera organización más preocupada de los planes y proyectos que de las personas:

"El cristianismo sin la mariología corre el riesgo de deshumanizarse. La Iglesia se aliena en la funcionalidad, en la exterioridad, en una agitación tísica sin punto de apoyo, en un plano a ras de tierra. Y como en este mundo supercivilizado se desencadenan nuevas y nuevas ideologías, todo se torna polémico, amargo, sin humor y, a la postre, aburrido. Y los hombres escapan en masa de semejante Iglesia".

H. U. von Balthasar, El cristianismo es un don, Ed. Paulinas, 2ª ed., 1972, p. 99.

María y nosotros

Primer día del mes de mayo. La devoción a María es más que devoción, es escuela de experiencia cristiana:

"La personalidad de la Virgen brotó por completo en el instante en que le fue dicho el saludo: 'Ave María'. Desde el preciso instante del anuncio María asumió su puesto en el universo y frente a la eternidad. Se estableció una fuente totalmente nueva de moralidad en su vida.

Brotó en ella un sentimiento profundo y misterioso de sí misma: una veneración por sí misma, un sentido de grandeza sólo comparable al sentido de su propia nada, en la que nunca había pensado de ese modo. Toda su personalidad brotó de aquel 'Ave María'.

Tu personalidad, María, brotó por entero a tus 15 años, cuando tuvo lugar aquel acontecimiento. ¿Habrías podido imaginarte a ti misma, concebir tu existencia prescindiendo de aquello? Entonces tú descubriste incluso el porqué habías nacido así; por qué habías vivido los años de tu niñez y de tu adolescencia; por qué habías tenido un padre y una madre así; por qué vivías allí: eras el término de las profecías, el lugar donde la profecía encontraba finalmente su morada.

Nuestra personalidad debe brotar por entero de la posibilidad que nos ha aparecido en el horizonte, que hemos comprobado y por la cual nos hemos dejado invadir. Nuestra personalidad debe nacer por entero de allí: el puesto que tenemos en el mundo, nuestro valor para la eternidad -para siempre, para la vida-, la fuente de nuestro juicio y del sentimiento moral, el mismo sentimiento hacia nosotros mismos.

No seríamos amigos y compañeros de camino si no nos recordáramos que nuestro valor, lo que realmente somos -incluido lo que hemos sido- nace de eso que nos ha sucedido".

L. Giussani, El Angelus, Suplemento de la revista Litterae Communionis, Cuaderno nº 6, 1995, p. 3.