martes, 16 de diciembre de 2008

La alabanza del árbol de Navidad

Sobre el tema tantas veces discutido del origen pagano o cristiano del árbol de Navidad recojo esta líneas de Ratzinger:

"El Adviento no es solamente el tiempo de la presencia y de la espera del Eterno. Justamente porque es ambas cosas a la vez, es también y de manera especial un tiempo de alegría, y de una alegría interiorizada que el sufrimiento no puede erradicar.

Tal vez pueda entendérselo de la mejor manera si se contempla en profundidad el contenido interior de nuestras costumbres de Adviento. Casi todas ellas hunden sus raíces en palabras de la Sagrada Escritura que la Iglesia utiliza durante ese tiempo en la oración. El pueblo creyente ha traducido en ellas de alguna manera la Escritura a lo visible.

Por ejemplo, en el salmo 96 se encuentra la frase: «Que dancen de gozo los árboles del bosque, delante del Señor que hace su entrada». La liturgia ha ampliado la idea relacionándola con otras que hay en los salmos y formando así la frase: «Montes y colinas cantarán alabanzas en la presencia de Dios, y batirán palmas todos los árboles del bosque, porque viene el Señor, el Soberano, a ejercer su señorío eternamente».

Los adornados árboles del tiempo de Navidad no son más que el intento de hacer que esa frase se convierta en una verdad visible: el Señor está presente -así lo creían y lo sabían nuestros ancestros-; por tanto, los árboles deben ir a su encuentro, inclinarse ante él, convertirse en alabanza de su Señor. Y, fundados en la misma certeza de fe, esos ancestros nuestros hicieron que también fuesen verdad las palabras que refieren el canto de los montes y colinas: ese canto que ellos entonaron sigue resonando hasta nuestros días y nos permite presentir algo de la cercanía del Señor -la única que podía regalar al ser humano sones semejantes".

Joseph Ratzinger, La bendición de la Navidad. Meditaciones, Herder, 2007, pp. 23-24.

Los primeros pensamientos de Navidad

Una amiga mía me pide un texto sobre la Navidad. Hay muchos interesantes, y espero poder transcribir algunos. Por el momento señalo éste, de Edith Stein, que evoca -en el ambiente invernal de los días previos a la Navidad- la santa nostalgia y el anhelo de una felicidad que colme los corazones, expresado bellamente en la Liturgia:

«Cuando los días se hacen cada vez más cortos y comienzan a caer los primeros copos de nieve, entonces surgen tímida y calladamente los primeros pensamientos de la Navidad. Y de la sola palabra brota un encanto, ante el cual un corazón apenas puede resistirse. Incluso los fieles de otras confesiones y los no creyentes, para los cuales la vieja historia del Niño de Belén no significa nada, se preparan para esta fiesta pensando cómo pueden ellos encender aquí o allá un rayo de felicidad. Es como si un cálido torrente de amor se desbordase sobre toda la tierra con semanas y meses de anticipación. Una fiesta de amor y alegría, ésta es la estrella hacia la cual caminamos todos en los primeros meses del invierno. Para los cristianos, y en especial para los católicos, tiene un significado mayor. La estrella los conduce hasta el pesebre donde se encuentra el Niño que trae la paz a la tierra. El arte cristiano lo presenta ante nuestros ojos en numerosas y tiernas imágenes; y viejas melodías, en las cuales resuena todo el encanto de la infancia, nos cantan de él.

En el corazón del que vive en la Iglesia se despierta una santa nostalgia con las campanas del "Rorate" y los cánticos del Adviento; y en aquel en quien ha penetrado el inagotable manantial de la santa liturgia palpitan día a día las exhortaciones y promesas del Profeta de la Encarnación: "¡Caiga el rocío del cielo y que las nubes lluevan al justo! ¡El Señor está cerca! ¡Venid, adorémosle! ¡Ven, Señor, no tardes! ¡Alégrate Jerusalén, exulta de gozo porque viene tu Salvador!" Desde el 17 hasta el 24 de diciembre resuenan las solemnes antífonas "Oh" del Magnificat, cada vez más ansiosas y fervorosas: "He aquí que todo se ha cumplido"; y finalmente: "Hoy veréis que el Señor se acerca y mañana contemplaréis su gloria". Precisamente cuando al atardecer se encienden las velas del árbol y se intercambian los regalos, una nostalgia de insatisfacción nos impulsa hacia afuera, hacia el resplandor de otra luz, hasta que las campanas tocan a la Misa del Gallo y, "cuando todo permanece en profundo silencio", el misterio de la Navidad se renueva sobre los altares cubiertos de flores y de luces: "Y el verbo se hizo carne". Ésa es la hora de la plenitud».

Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz), El Misterio de la Navidad.