domingo, 5 de febrero de 2012

Una apertura a Alguien distinto de mí

Os propongo este humilde y valiente testimonio de Giorgio Vittadini, perteneciente a los Memores Domini o Grupo Adulto, laicos consagrados que siguen la experiencia de Comunión y Liberación. La perfección humana no está en la "ataraxia", en la impasibilidad, en no dejarse herir, sino en la búsqueda y la apertura a la única Presencia que –a través de sus "hechos"– puede colmar la vida:

«Mi recorrido existencial de los últimos seis años, cuya novedad principal puedo describir como la 'explosión' de la desproporción estructural, ha sido la radicalización de la percepción de mi necesidad humana, de una exigencia de significado, casi lacerante en ciertos momentos, unida a la percepción de la imposibilidad humana de colmarlo y a la caída de muchas ilusiones.

Lo primero que quiero deciros es que mirar a Carrón en estos años ha significado el despertar de mi exigencia radical, darme cuenta de que había reducido toda la historia precedente, de que mi despertar no ha dependido de 'estudiar' El Sentido Religioso, sino de la convivencia con el acontecimiento de Cristo que algunos amigos me testimoniaban. El encuentro con un testigo vivo no me ha vuelto más granítico; yo pensaba que madurar equivalía un poco a la "ataraxia". En cambio, me encuentro ahora mucho más frágil, con mayor turbación, mucho más vulnerable, mucho más afectado por la enfermedad de alguien o por un proyecto que no se realiza, por un deseo que no se cumple, por la angustia ante la suerte de un amigo y del mundo.

La herida es mucho más radical que antes (la herida esencial, personal, psicológica), y las cosas y las personas me turban mucho más. Pero, al mismo tiempo, la novedad es que percibo que nadie puede responder a esta vorágine sino Alguien que no se puede reducir a la naturaleza. Es una apertura a Alguien distinto de mí. Es decir, me he dado cuenta en estos años, en esta convivencia, del engaño que supone tratar de llenar la exigencia humana con algo menor de lo que puede satisfacerla, y esto se puede vivir perfectamente –siendo del Grupo Adulto– con fidelidad, como creo haber tratado de vivir en estos años; pero la esperanza humana no está puesta en Cristo presente, y es como si se vivieran vidas paralelas (el dualismo del que hablamos a menudo): por una parte, afirmas a Cristo y crees que rezas, pero el criterio de juicio que utilizas en relación con la realidad está basado en otra cosa.

Si mi necesidad es tan grande, necesito volver a encontrar esta Presencia siempre, no una vez; si no la vuelvo a encontrar no estoy bien, y ciertos días eso lo llego a percibir físicamente, como si una herida traspasase el corazón, y entonces necesito ver Sus hechos, porque estos hechos son como el bálsamo del abismo que tengo dentro. Y así ha sucedido algo extraño: la Presencia ha desencadenado la percepción de mi desproporción, pero la desproporción me ha vuelto capaz de ver esta Presencia en cosas en las que antes no caía».

G. Vittadini, en Ejercicios de la Fraternidad de Comunión y Liberación, «Si uno está en Cristo es una criatura nueva», Rímini 2011, pp. 30-31.

Una humanidad dispuesta

No, no es una estupidez –véase entrada anterior– esperar un imprevisto. En lenguaje cristiano se llama "gracia" o "milagro". Y se puede pedir:

«Es de un milagro de lo que tenemos necesidad. Y esto nos sitúa en una posición totalmente diversa, porque no es sólo nuestro esfuerzo, nuestro proyecto, sino una intervención de Dios, un milagro, lo que puede hacer que vuelva a suceder en nosotros el milagro del inicio... Lo más razonable, entonces, es pedir... pedir que vuelva a suceder, por nuestro bien y por el bien del mundo. Y pedir, al mismo tiempo, estar disponibles ahora: que esta gracia encuentre en nosotros una humanidad dispuesta».

J. Carrón - F. Ventorino, Parole ai pretti, SEI, Torino 1996, pp. 86-87.

Un imprevisto es la única esperanza

Abrir las ventanas, decía el Papa. Dejar entrar en nuestra mirada, en nuestra vida, la realidad, con toda su grandeza. Porque en la realidad –no programable– está el Misterio, nuestra única esperanza. Escribía el poeta Eugenio Montale:

«Y ahora, ¿qué será de mi viaje? Demasiado cuidadosamente lo he estudiado, sin saber nada de él. Un imprevisto es la única esperanza. Pero me dicen que es una estupidez decírselo».

E. Montale, «Antes del viaje».

Abrir las ventanas

En su viaje a Alemania el Papa pronunció estas palabras, que describen gráficamente la urgencia de salir de la cárcel del positivismo, de una mirada reducida y asfixiante a la realidad y a nosotros mismos:

«Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo».

Benedicto XVI, Discurso al Parlamento federal, Berlín, 22 de septiembre de 2011.

Un alma asediada

«Homo capax Dei», decían los antiguos. El ser humano es "capaz de Dios", es decir, su capacidad, su plenitud es Dios. Por eso sólo Él corresponde a nuestro deseo, a nuestra urgencia. Léon Bloy escribía:

«¡Un alma a la que Dios asedia con toda su potencia!, ¿cabe imaginar algo más bello?»

L. Bloy, Mi diario (1896-1900).

Eterna santa tristeza

Estos días he escuchado de nuevo de labios de un amigo la excepcional frase de Dostoievsky que habla de la grandeza de nuestro corazón, que no puede contantarse con cosas mezquinas, porque está hecho para el infinito:

«Había sabido pulsar en el corazón de su amigo las cuerdas más profundas y provocar en él la primera sensación, aún indefinida, de aquella eterna santa tristeza que algunas almas elegidas, tras haberla gustado y conocido, no cambiarán nunca por una satisfacción barata».

F. Dostoievsky, Los demonios.