lunes, 9 de febrero de 2009

La cantidad de dolor

Prosigue Martín Descalzo. Hoy no hay menos dolor en el mundo que hace cuatro siglos. Dolor y alegría siguen estando en un difícil equilibrio:

"La primera consideración que yo haría es la 'cantidad' de dolor que hay en el mundo. Impresiona pensar que, después de tantos siglos de historia y de ciencia, el hombre apenas ha logrado disminuir en unos pocos centímetros las montañas del dolor. Más bien habría que reconocer que en algunos aspectos la cantidad de dolor está aumentando. Hace unas décadas se preguntaba Charles Péguy:

¿Creemos acaso que la Humanidad está sufriendo cada vez menos? ¿Creéis que el padre que ve a su hijo enfermo hoy sufre menos que otro padre del siglo XVI? ¿Creéis que los hombres se van haciendo menos viejos que hace cuatro siglos? ¿Que la humanidad tiene ahora menos capacidad para ser desgraciada?

Años más tarde el padre Theilhard de Chardin -que era por naturaleza un gran optimista- reconocía que:

El sufrimiento aumenta en cantidad y profundidad... ¡Ah, si viéramos la suma de sufrimientos de toda la tierra! ¡Si pudiéramos recoger, medir, pesar, numerar, analizar esa terrible grandeza! ¡Qué masa tan astronómica! Y si toda la pena del mundo se pusiera en una balanza y en la otra toda la alegría del mundo, ¿quién puede decir de qué lado de los dos se rompería el equilibrio?

José Luis Martín Descalzo, "Reflexiones de un enfermo en torno al dolor y la enfermedad", en Los enfermos terminales. La unción de enfermos, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2001, p. 57-58.

El misterio del dolor

Con la cita anterior, tan honda y verdadera, no pretendo buscar el lado "estético" de la dramática, y a veces trágica, experiencia del dolor. Estoy de acuerdo con el sacerdote y periodista católico Martín Descalzo cuando afirmaba, desde su enfermedad:

"No hace muchos años publicaba Laín Entralgo un pequeño librito con un magnífico título: Misterium doloris -El misterio del dolor-, y con sólo esas dos palabras centraba ya el tema que nos reúne hoy aquí: el dolor es un misterio y hay que acercarse a él como uno se acerca a la zarza ardiente, con los pies descalzos, con respeto y pudor.

Nada realmente más grave que acercarse al dolor con sentimentalismos y no digamos con frivolidad. No vamos a resolver un problema, a hacer un juego literario, no tratamos de elaborar unas bonitas teorías que creen aclarar lo que es, por su propia naturaleza, inaclarable. Al dolor hay que acercarse como nos acercaríamos al misterio de las dos naturalezas en Cristo o a los misterios de la vida y de la muerte: de puntillas y sabiendo que, después de muchas palabras, el misterio seguirá estando ahí hasta que el mundo acabe. Tendremos que acercarnos con delicadeza, como se acerca un cirujano a una herida, y también con realismo, sin aceptar que unas bellas consideraciones poéticas nos impidan ver su tremenda realidad".

José Luis Martín Descalzo, "Reflexiones de un enfermo en torno al dolor y la enfermedad", en Los enfermos terminales. La unción de enfermos, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2001, p. 57.

Como iglesias sin bendecir

Este pasado domingo escuchábamos en las lecturas de la misa la dura experiencia de Job, el justo que sufre, y en el Evangelio la curación de la suegra de Pedro, así como la inagotable actividad curativa de Jesús en permanente contacto con el mundo del dolor. La enfermedad y el dolor nos desconciertan y con frecuencia no sabemos cómo reaccionar. El caso de Eluana Englaro lo pone de manifiesto. Sólo si el dolor adquiere un sentido y si quien sufre -o ve sufrir- está acompañado, es posible resistir a la cultura de la muerte. La salida al sufrimiento no es la muerte, sino el amor y la com-pasión que afirman el valor de la vida en toda circunstancia. Sufrir con el que sufre, alegrarse con el que se alegra. El dolor es parte inevitable de la vida. Lo decía bellamente el poeta Rosales:

"Los hombres que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir".

Luis Rosales