miércoles, 3 de marzo de 2010

La copia y el original

En un interesante libro, un relato de conversión, leo un buen ejemplo de lo que es la conversión cristiana. No es lograr hacer mejor las cosas, sino mirar a Cristo:

"Recuerdo un viaje a Asís. Fue una vivencia simpática. Ya sabía que es la ciudad de san Francisco; pero lo único que buscaba era un pequeño hotel para dormir, un ambiente agradable para pasear, vino sabroso y un poco de soledad para soñar. La sugerencia para hacer ese viaje me la dio mi amigo Christian, un auténtico pagano. Cuando, después de una noche de viaje, llegué a la estación de Asís por la mañana, me tomé un espresso doble, un tramezzino con atún y me puse lentamente en marcha.

Fui dando un paseo a lo largo de la calle ancha, visité una iglesia inmensa ... y me sentí totalmente decepcionado. No sentí ninguna alegría, ni siquiera curiosidad. La ciudad, probablemente, fuera impresionante, pero a mí no me gustaba y no podía hacer nada. Primero eché pestes de mi amigo y sus recomendaciones y, después, de mí y mi credulidad. Enfadado, me di la media vuelta ... y me eché a reír. Lo que tenía a mi vista era nada menos que un sueño de ciudad.

Allí arriba, sobre el monte, refulgiendo como un cuadro de Cézanne, se alzaba la auténtica, la única Asís. Me golpeé sobre la frente: sencillamente había seguido el camino equivocado. Me había dejado engañar, o me había engañado a mí mismo: tomé la copia por el original. Y no fue especialmente difícil esclarecer el error: solo tuve que darme la vuelta, girar 180 grados, para tener delante de mí justo lo que estaba buscando".

P. Seewald, Mi vuelta a Dios, Palabra, Madrid 2006, p. 94