lunes, 11 de octubre de 2010

El poeta canta por todos

El poeta presta su voz a la multitud, canta el sentir común de la humanidad. Esa es su vocación: decir al hombre.

"Un único corazón te recorre, un único latido sube a tus ojos,
poderosamente invade tu cuerpo, levanta tu pecho,
te hace agitar las manos cuando ahora avanzas.
Y si te yergues un instante, si un instante levantas la voz,
yo sé bien lo que cantas.

Eso que desde todos los oscuros cuerpos casi infinitos
se ha unido y relampagueado,
que a través de cuerpos y almas se liberta de pronto en tu grito,
es la voz de los que te llevan, la voz verdadera y alzada
donde tú puedes escucharte, donde tú, con asombro, te reconoces.
La voz que por tu garganta, desde todos los corazones esparcidos,
se alza limpiamente en el aire.

Y para todos los oídos. Sí. Mírales cómo te oyen.
Se están escuchando a sí mismos.
Están escuchando una única voz que los canta. (...)

Y en la cumbre, con su grandeza, están todos ya cantando.
Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y alzada.
Y un cielo de poderío, completamente existente,
hace ahora con majestad el eco entero del hombre".

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 65-67.

Búscate en los otros

"No es bueno que el hombre esté solo", dice en sus primeras páginas el libro de los orígenes, el Génesis. También lo señala el poeta.

"No es bueno quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere
calcáreamente imitar a la roca. (...)

Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate en los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos. (...)

Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!"

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 55-58.

domingo, 10 de octubre de 2010

El último amor

Largo poema de Vicente Aleixandre. El ser humano necesita amor. Si es rechazado desearía morir, desaparecer. ¿El último amor? Gracias a Dios hay Alguien que no nos rechaza, que nos amará siempre.

"Amor mío, amor mío.
Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo.
Y acaba de irse aquella que nos quería. Acaba de salir.
Acabamos de oír cerrarse la puerta.
Todavía nuestros brazos están tendidos. Y la voz
se queja en la garganta.
Amor mío...

Cállate, vuelve sobre tus pasos. Cierra despacio
la puerta, si es que no quedó bien cerrada.
Regrésate.
Siéntate ahí, y descansa.
No, no oigas el ruido de la calle. No vuelve.
No puede volver.
Se ha marchado, y estás solo.
No levantes los ojos para mirarlo todo,
como si en todo aún estuviera.
Se está haciendo de noche.
Apóyate. Descansa.
Te envuelve dulcemente la oscuridad,
y lentamente te borra.
Todavía respiras. Duerme.
Duerme si puedes. Duerme poquito a poco,
deshaciéndote, desliéndote en la noche
que poco a poco te anega.

¿No oyes? No, ya no oyes. El puro
silencio eres tú, oh dormido, oh abandonado,
oh solitario.

¡Oh si yo pudiera hacer
que nunca más despertases!

Las palabras del abandono. Las de la amargura.

Yo mismo, sí, yo y no otro.
Yo las oí. Sonaban como las demás.
Daban el mismo sonido.
Las decían los mismos labios, que hacían el mismo movimiento.
Pero no se las podía oír igual. Porque significan:
las palabras significan.
Ay, si las palabras fuesen sólo un suave sonido,
y cerrando los ojos se las pudiese escuchar en el sueño...

Yo las oí. Y su sonido final fue
como el de una llave que se cierra.
Como un portazo.
Las oí, y quedé mudo.
Y oí los pasos que se alejaron.
Volví, y me senté.
Silenciosamente cerré la puerta yo mismo.
Sin ruido. Y me senté. Sin sollozo.
Sereno, mientras la noche empezaba.
La noche larga. Y apoyé mi cabeza en mi mano.
Y dije...

Pero no dije nada. Moví mis labios.
Suavemente, suavísimamente.
Y dibujé todavía
el último gesto, ese
que yo ya nunca repetiría.

Porque era el último amor. ¿No lo sabes?
Era el último. Duérmete. Calla.
Era el último amor...
Y es de noche".

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 39-43.

Delicada frontera

No sólo el hueso, también la delicada piel separa al amante del amado, como una preciosa pero terrible frontera inviolable.

"Cuán delicadamente beso despacio, despacísimo,
secretamente en tu piel
la delicada frontera que de mí te separa.

Piel preciosa, tibia, presentemente dulce,
invisiblemente cerrada...
... te siendo del otro lado, inasible, imposible, rehusada,
detrás de tu frontera preciosa, de tu mágica piel inviolable,
separada de mí por tu superficie delicada..."

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 17-18.

El triste hueso que rehusa el amor

Seguimos con Aleixandre. La carne parece comunicar las almas, trasmitiendo el amor, pero el duro hueso lo rehusa, como si sirviera a recordar el inevitable límite, la "zona triste del ser" que no alcanzamos, que sólo está patente a los ojos de Dios.

"Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso. (...)

Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehusa
mi amor -el nunca incandescente hueso del hombre-.

Y que una zona triste de tu ser se rehusa,
mientras tu carne entera llega un instante lúcido
en que total flamea..."

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 13-15.

Historia del corazón

Tras unos meses de silencio vuelvo a retomar el blog. No han faltado las lecturas, pero sí la calma para compartirlas. Ayer compré en la feria del libro de Alcalá "Historia del corazón" de Vicente Aleixandre, que recoge algunos de sus más bellos poemas sobre el amor. Permitidme que escoja algunos versos y os los vaya ofreciendo. Comencemos por la experiencia de la fugacidad, de la fragilidad del amor humano, que necesita ser salvado, redimido.

"Hermoso es el reino del amor,
pero triste es también. (...)

Nació el amante para la dicha,
para la eterna propagación del amor,
que de su corazón se expande
para verterse sin término
en el puro corazón de la amada entregada.

Pero la realidad de la vida,
la solicitación de las diarias horas,
la misma nube lejana, los sueños, el corto vuelo
inspirado del juvenil corazón que él ama,
todo conspira contra la perduración sin descanso
de la llama imposible. (...)

El amante sabe que pasa,
que el amor mismo pasa... (...)

Por eso el amante sabe
que su amada le ama
una hora, mientras otra hora sus ojos
leves discurren
en la nube falaz que pasa y se aleja. (...)

Y el amante la mira
con el infinito amor de lo que se sabe instantáneo.
Dulce es, acaso más dulce, más tristísimamente dulce,
verla en los brazos
en su efímera entrega.

Tuyo soy -dice el cuerpo armonioso-,
pero sólo un instante.
Mañana,
ahora mismo,
despierto de este beso y contemplo
el país, este río, esa rama, aquel pájaro...

Y el amante la mira
infinitamente pesaroso... (...)

Siempre leve, siempre aquí, siempre allí; siempre.
Como el vilano".

Vicente Aleixandre, Historia del corazón, Espasa-Calpe, Madrid 1954, 3ª ed., pp. 9-12.