domingo, 28 de febrero de 2010

Silencio habitado por Otro

Sigue la interesante reflexión -el testimonio- de este sacerdote italiano sobre el silencio y la oración:

"He encontrado una definición brillante: el silencio es nuestra memoria llena de la conciencia de pertenecer a Jesús. Si esto es verdad, podemos comprender que el silencio no es en absoluto el vacío. Es más, es la condición del diálogo con aquél que es el centro del mundo y el rostro secreto de todas las cosas.

Si no se necesitara para vivir, el silencio no me interesaría. Año tras año he ido entendiendo y experimentando que puede ser más necesario que el agua y el aire o, por lo menos, es para nuestro espíritu tan necesario como lo son el agua y el aire para el cuerpo. El pueblo de Israel usaba esta expresión: ver el rostro de Dios, tu rostro Señor yo busco (Sal 27, 8). Es una imagen bellísima sobre lo que es el silencio: la identificación con el amado. El silencio es el instante habitado por Otro.

Quisiera contar cómo descubrí esto. Antes de nada, para aprender el silencio, hay que empezar a hacer silencio. Siguiendo la enseñanza de quienes han sido padres para mí, dedico una hora cada día al silencio entendiéndolo en su sentido literal. Antes situaba esta hora al final de la tarde; luego, he ido entendiendo poco a poco que era necesario empezar el día con el silencio. Así, la primera hora de la jornada la dedico a esto.

Se me ha enseñado que el tiempo de silencio se abre con unos minutos de oración de rodillas, a ser posible delante de una imagen. Es una educación muy grande empezar el día adorando, reconociendo con gratitud la belleza de lo creado, la bondad de Dios, el tiempo que nos da. El Padre como origen de todo. No quiero ser ingenuo en absoluto, ni espiritualista ni abstracto. Hay noches en las que no duermo, otras en las que duermo poco, mañanas en las que me levanto asediado por las preocupaciones. Precisamente por esto, educar mi alma hacia la positividad de la vida, reconocer la paternidad que me ha querido, de quien quiere al mundo y lo guía, es el mayor bien. Sin silencio es imposible descubrir la paternidad de Dios, es imposible entrar en el movimiento que Dios cumple cada día para hacernos suyos. Se entiende de esta manera que el silencio tiene un valor social muy importante. Poco a poco, entrando en la paternidad de Dios, ensimismándonos con la mirada de Cristo, cambia mi mirada sobre los demás. Como todas las cosas, los hombres se convierten en signo de Jesús. Nace de esta manera la posibilidad de perdonar, de acoger, de vivir junto a los demás".

M. Camisasca

Pero, ¿qué es el silencio?

Más sobre el silencio. ¿Qué es? ¿Por qué es tan importante en la vida? Reflexiones de un educador:

"Pero, ¿qué es el silencio? ¿Por qué es tan importante para cada hombre, sobre todo para cada cristiano, y por ende para cada sacerdote? ¿Cómo puede madurar en nosotros el hábito del silencio?

El silencio hace pensar, en primer lugar, en la ausencia de palabras, de sonidos. Hay un valor en todo esto, pero no podemos detenernos en este punto. Yo no quiero el silencio para no oír y no ver, para abstraerme de la vida. Todo lo contrario, deseo el silencio para poder ver con mayor profundidad, para poder escuchar las palabras más importantes, a menudo reprimidas o escondidas, para poder detenerme en ellas. Por lo tanto, si el silencio exige una determinada lejanía del bullicio y de los ruidos diarios, es para entrar con más profundidad en la realidad, para descubrir la cara verdadera de las cosas, que a menudo está escondida detrás de un velo.

Para el cristiano, el silencio es la mirada de la fe sobre las cosas del mundo. No estoy diciendo que el cristiano sea un visionario. La fe no le hace ver cosas imaginarias o irreales, sino que le hace capaz de mirar con mayor profundidad las mismas cosas que todos miran. Al contrario que las filosofías o religiones orientales, el cristiano, en el silencio, no tiene delante la nada sino un “tú” personal.

El poeta Clemente Rebora ha escrito en una poesía llamada El álamo este bellísimo verso: «Y el tronco se hunde donde es más verdadero». Desde la ventana de mi habitación veo tres álamos piramidales. Cada vez que paso a su lado me vienen a la cabeza las palabras de Rebora. Me parece que contienen una imagen apropiada del silencio. También nosotros, como el hombre de todos los tiempos, miramos a menudo la vida en fragmentos: un acontecimiento, otro, una palabra, un suceso que descubrimos en el periódico… Todo nos parece dividido y por eso, en última instancia, sin sentido. El silencio, la fe, nos permiten descubrir la unión entre las cosas, los acontecimientos, las palabras. Nos permiten percibir, aunque de lejos, como en un espejo, enigmáticamente (1 Cor 13, 12), el rostro de aquél por quien todo se ha hecho y hacia quien todo se dirige. (véase Hch 17, 24-28; Col 1, 16). Únicamente en el silencio podemos ser capaces de acoger el sentido de las cosas más grandes, el dolor y la alegría, el amor y el cansancio, la belleza y las heridas. Pero en el silencio hasta las cosas más pequeñas se vuelven significativas".

M. Camisasca

El silencio entre las palabras

Leo con gusto unas páginas de un sacerdote italiano, Massimo Camisasca, educador de sacerdotes y de familias. Hablando de la importancia del silencio, de la oración, en la vida del sacerdote, del cristiano y del hombre, recoge dos citas interesantes de músicos de primera línea. Merecen la pena:

Hace unos años vi en televisión una de las pocas entrevistas hechas a María Callas. Respondiendo a la pregunta de qué era para ella lo más importante que había vivido en el canto y que quisiera transmitir, dijo más o menos esto:

“El silencio. Toda la grandeza del canto está en el silencio que hay entre las palabras”.

Que no fuera una respuesta tan extraña lo entendí cuando se la oí repetir a Giuseppe di Stefano, un grandísimo tenor italiano desaparecido recientemente. En una entrevista radiofónica, en la que se le preguntaba cuál era el secreto de su arte, respondió:

“Pronunciar bien todas las palabras y hacer bien los silencios”.