domingo, 2 de septiembre de 2012

El verdadero Dios y los falsos infinitos

Homilía en el Domingo XXII del Tiempo Ordinario (2 septiembre 2012):

En este primer domingo del mes de septiembre la liturgia de la Palabra nos recuerda la necesidad que tiene nuestra vida, nuestra persona, de relacionarse con algo o mejor con Alguien más grande que nosotros. ¿Por qué nosotros sentimos la necesidad de acudir al templo, de celebrar la Eucaristía, de rezar? Hay muchos que no lo hacen. Mirando nuestra asamblea constatamos que faltan muchas personas que viven cerca de nosotros, que viven en nuestra misma ciudad, quizá que pertenecen a nuestra propia familia. Cada domingo miles de católicos acuden a los templos para celebrar la Eucaristía y sigue habiendo parejas que deciden casarse por la Iglesia, padres que piden el bautismo para sus hijos, familiares que piden un funeral por sus seres queridos...  Pero otros muchos ya no lo hacen. El número de bodas por la Iglesia ha descendido drásticamente, así como el número de jóvenes que practican la religión. ¿Cuántas personas confiesan hoy sus pecados? ¿Cuántas rezan? Nos podemos preguntar entonces: ¿es verdaderamente religioso el hombre por naturaleza? ¿O la religión es cosa de algunos, es una especie de sentimiento personal que unos necesitan y otros no? ¿O es, quizá, un residuo de tiempos pasados que se resiste a desaparecer, un consuelo, un refugio?

El poeta inglés Eliot, en su obra Los Coros de la Roca, describe cómo los hombres han buscado a lo largo de la historia la Luz -con mayúsculas-, el significado, cómo han inventado las religiones, y cómo en un determinado momento esa Luz del Misterio ha traspasado el umbral y ha entrado en la historia, en la persona de Jesucristo. Os leo unas líneas de su poema, que evoca las primeras páginas del Génesis:

"En el principio Dios creó el mundo. Yermo y vacío. Y la oscuridad estaba sobre la faz del mundo. Y cuando hubo hombres, en sus modos diversos, lucharon en tormento hacia Dios (esta es la historia de la humanidad, una lucha con Dios, hacia Dios). Ciega y vanamente, pues el hombre es cosa vana, y el hombre sin Dios es una semilla al viento: llevado de un lado a otro, sin encontrar un lugar de asentamiento y germinación. Ellos siguieron la luz y la sombra, y la luz los condujo hacia adelante, a la luz, y la sombra los condujo a la oscuridad. Rindiendo culto a serpientes y árboles, a demonios antes que a nada: clamando por vida más allá de la vida, por un éxtasis no de la carne... (es decir, por algo más que los placeres de este mundo). Yermo y vacío, y oscuridad sobre la faz de lo profundo".

Pero la presencia de Dios estaba en el mundo desde sus orígenes: "Y el Espíritu se movía sobre la faz del agua. Y los hombres se volvieron hacia la luz y fueron conocidos de la luz. Inventaron las Grandes Religiones; y las Grandes Religiones eran buenas. Y condujeron a los hombres de luz en luz, al conocimiento del Bien y del Mal. Pero su luz estaba siempre rodeada y herida por la oscuridad". Es decir, el impulso religioso del hombre no es suficiente, porque el hombre imagina a Dios, partiendo de los elementos de la naturaleza, y a veces llega a aberraciones: "Y llegaron a un punto final, a un punto muerto agitados por un destello de vida... rueda de plegarias, culto a los muertos, negación de este mundo, afirmación de ritos con significados olvidados. En la arena siempre móvil azotada por el viento... Yermo y vacío. Y oscuridad sobre la faz de lo profundo".

La historia de la humanidad nos enseña que los hombres de todos los tiempos, de todas las culturas, han buscado a Dios y han desarrollado creencias y ritos, para relacionarse con Él. Pero la pluralidad de religiones nos habla de la insuficiencia, de la inevitable limitación de esta búsqueda. No todas las religiones son iguales, no todas dan culto a Dios como Dios quiere, no todas salvan la dignidad del ser humano y su condición de imagen de Dios. Nosotros no somos católicos sólo por tradición, por haber nacido en una familia o en un contexto católico. Somos católicos, porque como dice hoy la primera lectura: "¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?". Son palabras de Moisés, tras entregar a su pueblo las tablas de la ley dadas por Dios en el Sinaí; y ciertamente, la fe de Israel representa en el mundo de las religiones antiguas una purificación de la imagen de Dios, un culto superior, como reconocen hoy los historiadores de las religiones.

Pero no es suficiente. También el culto de Israel se desvió. Jesús, en el Evangelio que hemos proclamado, recoge las duras palabras del profeta Isaías, y las lanza contra los escribas y fariseos: "Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos".

¿Cuál es entonces la religiosidad verdadera, el culto agradable a Dios? Santiago dice en la segunda lectura: "Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni periodos de sombra". El contenido de nuestra religión y de nuestro culto no lo hemos inventado nosotros, nos viene de lo alto. Porque como dice Eliot en su poema, hablando de la Encarnación del Hijo de Dios:

"Entonces llegó, en un momento predeterminado... partiendo, bisecando el mundo del tiempo (en efecto, nosotros contamos todavía los años antes de Cristo y después de Cristo), entonces pareció como si los hombres tuvieran que avanzar de la luz a la luz, en la luz de la Palabra, a través de la Pasión y el Sacrificio, salvados a persar de su ser negativo..." El cristianismo no es tanto una religión, cuanto una Revelación. Es Dios mismo quien ha venido a nuestro encuentro y nosotros le respondemos, y le rezamos con las palabras que Él mismo nos ha dado, y ofrecemos el Sacrificio de su Hijo y escuchamos su Palabra. Esta es la fe que ha construido Europa y España durante tantos siglos, la de los monasterios y la catedrales, de los hospitales y la gesta de la evangelización. Es verdad que ha habido pecados cometidos por los cristianos, porque somos "egoístas y torpes", "carnales", nos buscamos a nosotros mismos como siempre, pero aun así la humanidad ha seguido este camino durante siglos con fruto, con los frutos de arte, civilización y cultura que todos conocemos.

Ahora bien, termina diciendo Eliot: "parece que ha ocurrido algo que nunca antes había ocurrido: aunque no sabemos justo cuándo, o por qué, o cómo, o dónde. Los hombres han dejado a Dios no por otros dioses, dicen, sino por ningún dios; y esto nunca antes había ocurrido". Que el hombre de hoy no sienta necesidad de Dios, que no busque darle culto, que no rece, es algo que no había pasado nunca. ¿Será verdad que el ser humano no es por naturaleza religioso?

En realidad, el ser humano sólo puede ser religioso... o idólatra. Cuando no da culto al verdadero Dios rinde tributo a otros "dioses": "Nunca antes había ocurrido que los hombres a la vez nieguen a los dioses y rindan culto a los dioses, profesando primero la Razón, y luego el Dinero, y el Poder, y lo que ellos llaman Vida, o Raza, o Dialéctica". Al final del poema Eliot enumera los tres Ídolos ante los que hoy se arrodilla el hombre: "Los hombres han olvidado a todos los dioses, excepto la Usura, la Lujuria y el Poder". ¿Se puede decir mejor?

El hombre es relación con el Infinito, con Dios. Lo ha recordado el Papa este verano, en el Mensaje que ha dirigido al Meeting de Rímini: "No solo mi alma, sino cada fibra de mi carne está hecha para encontrar su paz, su realización en Dios. Y esta tensión es imborrable en el corazón del hombre: incluso cuando se rechaza o se niega a Dios no desaparece la sed de infinito que habita en el hombre. Comienza, en cambio, una búsqueda afanosa y estéril de «falsos infinitos» que puedan satisfacer al menos por un momento. La sed del alma y el anhelo de la carne... no se pueden eliminar, así el hombre, sin saberlo, va a la búsqueda del Infinito, pero en direcciones equivocadas: en la droga, en una sexualidad vivida en modo desordenado, en las tecnologías totalizantes, en el éxito a cualquier precio, inclusive en formas engañosas de religiosidad. Incluso las cosas buenas, que Dios ha creado como caminos que conducen a Él, con frecuencia corren el riesgo de volverse absolutas y convertirse en ídolos que sustituyen al Creador. Es necesario erradicar todas las falsas promesas de infinito que seducen al hombre y lo hacen esclavo. Para encontrarse verdaderamente a sí mismo y la propia identidad, para vivir a la altura del propio ser, el hombre debe volver a reconocerse creatura, dependiente de Dios".

Esta es la propuesta de la Iglesia, especialmente en este curso en que celebraremos el Año de la Fe. Con palabras del apóstol Santiago: "Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos".

Juan Miguel Prim Goicoechea