miércoles, 17 de diciembre de 2008

Contra los cínicos

Chesterton de nuevo. Esta vez para combatir a los cínicos, a los profetas de la desilusión:

"Los cínicos (cándidos corderillos) nos dicen que la experiencia y el paso de los años nos enseñan la vacuidad y banalidad de las cosas. En nuestra juventud, nos dicen, nos imaginamos en un camino de rosas, pero al tocarlas, éstas se convierten en papel de color rojo. Sin embargo, estoy completamente seguro de que todo aquel que está vivo sabe que la verdad es justamente la contraria. A medida que envejecemos vamos haciéndonos cada vez más conservadores, es cierto. Pero no nos hacemos más conservadores por haber hallado demasiada falsedad, sino por haber encontrado tantas cosas antiguas genuinas.

Empezamos creyendo falsa y carente de sentido toda convención y tradición; y entonces las convenciones una tras otra, las tradiciones una tras otra, empiezan a cobrar explicación, empiezan a latir en nuestra mano con el pulso de la vida. Habíamos creído que eran simples injertos en la vida del hombre y descubrimos entonces que están arraigadas. Habíamos creído que descubrirnos ante una dama no era más que una norma tediosa y acabamos encontrando en ella el latir de la cortesía caballeresca y del esplendor de Occidente. Habíamos creído que vestirse para una cena era una mera frivolidad y acabamos advirtiendo que la idea de la celebración o la idea del traje de bodas son aún más naturales que la naturaleza misma. Como he dicho, la verdad corresponde justamente al aserto contrario al de los cínicos. Nuestra apasionada infancia cree muertas las cosas, nuestra grave madurez descubre que estaban vivas. Despertamos en la niñez y nos sentimos rodeados de papel de color rojo. Lo tocamos, y el papel se convierte en rosas auténticas".

G. K. Chesterton, Lectura y locura, Ediciones Espuela de Plata, pp. 82-83.

Morena por el sol de la alegría...

Versos del poeta Luis Rosales para contemplar el misterio de Belén:

Retrato Sacro del Nacimiento del Señor
De cómo fue gozoso el Nacimiento de Dios Nuestro Señor

"¡Morena por el sol de la alegría,
mirada por la luz de la promesa,
jardín donde la sangre vuela y pesa;
inmaculada Tú, Virgen María!

¿Qué arroyo te ha enseñado la armonía
de tu paso sencillo, qué sorpresa
de vuelo arrepentido y nieve ilesa,
junta tus manos en el alba fría?

¿Qué viento turba el momento y lo conmueve?

Canta su gozo el alba desposada,
calma su angustia el mar, antiguo y bueno.
La Virgen, a mirarle no se atreve,
y el vuelo de su voz arrodillada
canta al Señor, que llora sobre el heno.

Venid, alba, venid; ved el lucero
de miel, casi morena, que trasmana
un rubor silencioso de milgrana
en copa de granado placentero.
La frente como sal en el estero,
la mano amiga como luz cercana,
y el labio en que despunta la mañana
con sonrisa de almendro tempranero.

¡Venid, alba, venid; y el mundo sea
heno que cobra resplandor y brío
en su mirar de alondra transparente,
aurora donde el cielo se recrea!
¡Aurora Tú, que fuiste como un río,
y Dios puso la mano en la corriente!

De cómo estaba la luz, ensimismada en su creador,
cuando los hombres le adoraron,
el sueño como un pájaro crecía
de luz a luz borrando la mirada;
tranquila y por los ángeles llevada,
la nieve entre las alas descendía.

El cielo deshojaba su alegría,
mira la luz el niño, ensimismada,
con la tímida sangre desatada
del corazón, la Virgen sonreía.

Cuando ven los pastores su ventura,
ya era un dosel el vuelo innumerable
sobre el testuz del toro soñoliento;
y perdieron sus ojos la hermosura,
sintiendo, entre lo cierto y lo inefable,
la luz del corazón sin movimiento".

Luis Rosales