jueves, 22 de enero de 2009

Dios, el espacio de mi libertad

Cita Clément a Cabasilas, escritor bizantino del siglo XIV:

"Y por eso, El no se contenta con llamar a sí al esclavo que ha amado, sino que desciende en su busca; él, el rico, se inclina hacia nuestra indigencia, se presenta en persona, declara su amor y pide que se le pague; despreciado, espera en la puerta y hace todo para mostrarse verdadero amante; soporta los contratiempos y muere..." (Nicolás Cabasilas, La vida en Cristo, VI).

Y comenta Clément:

"El amor de Dios es, así, el espacio de mi libertad. Si Dios no existe, yo no soy más que una parcela de la sociedad y del universo, sometida a sus determinismos y, en definitiva, a la muerte. Pero si Dios es el Amor crucificado, se me ofrece una libertad sin límites, una participación en la libertad misma de Dios".

Olivier Clément, Sobre el hombre, Encuentro 1983, p. 54-55.

Dios lo puede todo, salvo...

Harto de ya de idas y venidas de autobuses ateos o cristianos leo esta noche unas páginas que me hacen respirar. Dios no sólo no impide la felicidad humana, sino que nos respeta tanto como para permitir que lo neguemos, hasta en la forma más radical. Si el hombre fuera dios no permitiría la existencia de ateos -con autobús o sin él-, pero Dios asume hasta sus últimas consecuencias -el Amor crucificado- nuestra existencia en libertad:

"El hombre, ser personal, constituye el apogeo de la creación. Con él, la omnipotencia de Dios suscita una novedad radical. No es un reflejo muerto o una marioneta, sino una libertad que puede decidirse contra Dios, excluirle de su propia creación, comprometer su terminación.

En el colmo de la omnipotencia creadora -pues sólo el Amor vivificante puede crear un viviente libre- se inscribe el riesgo. La omnipotencia se consuma limitándose. En el propio acto creador Dios se limita de alguna manera, se retira, para dar al hombre el espacio de la libertad.

El summum de la omnipotencia encubre, así, una paradójica impotencia. Porque ese summum es el amor, y Dios lo puede todo salvo obligar al hombre a amarle".

Olivier Clément, Sobre el hombre, Encuentro 1983, p. 53-54.