jueves, 19 de febrero de 2009

Cuando los signos son ciertos...

Ayer despedimos a Pablo, sacerdote. En la Capilla del Seminario de Madrid, donde se instaló la capilla ardiente, recé el oficio de difuntos. Una frase -del himno de la hora intermedia- me confortó enormemente:

"Mirad que es dulce la espera
cuando los signos son ciertos"...

Es verdad. Podemos esperar la vida eterna con paz en el corazón, pese al dolor de la terrible y brusca separación, porque los signos son ciertos. La mirada de la fe los reconoce: la vida misma de Pablo, tan intensa e inexplicable sin su temprano encuentro con Cristo; la increíble fecundidad de su ministerio; los rostros de las innumerables personas -obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas, jóvenes, familias, ancianos y niños- que desfilaron delante de su ataúd cubierto por la casulla sacerdotal; la serenidad de su padres y hermanos; la intensa oración de todos los presentes; las palabras de esperanza del Cardenal de Madrid... Y sigue el himno:


"...tened los ojos abiertos
y el corazón consolado".

Sí, no necesitamos cerrar los ojos ante la muerte. Podemos mantenerlos abiertos, para ver con certeza los signos de la resurrección, ya aquí, en nuestra tierra, en nuestra historia... Y el corazón consolado.