lunes, 29 de diciembre de 2008

La fiesta de la dignidad humana

La Navidad es la fiesta de la dignidad humana, del valor inconmensurable de cada ser humano. Soy amado hasta el punto de que mi Creador se ha hecho hombre por mí, ha salvado la distancia, se ha hecho vulnerable hasta la Cruz. Es como para llorar de alegría.

He rescatado en estos días unos apuntes de algo que me impresionó vivamente en el año 2003. La editorial Esfera de los Libros publicó un libro de fotografías -en blanco y negro- del fotógrafo argentino Mario Podestá, corresponsal de guerra que en el encuentro con la Madre Teresa de Calcuta descubrió la paz y el sentido que había ido perdiendo al fotografiar tantas escenas de muerte y desolación. Antes de este encuentro se preguntaba el periodista argentino: "¿Alguien puede ser feliz porque resultó premiada la fotografía del rostro de un niño que va a morir?".

En 1993 la vida de Mario sufrió un vuelco. Madre Teresa le abrió sus puertas para que pudiera documentar fotográficamente su obra. Conocer a esta mujer, convivir con ella, presenciar tan de cerca el dolor que ella asistía lo conmovió de tal manera que su vida cambió.

Cada vez que abandonaba su profesión porque no soportaba tanto horror, o porque necesitaba encontrarse consigo mismo, viajaba a Calcuta, a visitar a la Madre Teresa, su amiga, su confidente. LLevó hasta la muerte -acaecida en 2003 al volcar su vehículo en Irak- la medallita de plata que ella le había regalado. Recojo algunos pasajes especialmente conmovedores en los que Mario Podestá narra su encuentro con Calcuta y con la Madre Teresa:

"Cuando en Nochebuena de 1993 me recibiste en tu casa, en las entrañas dolientes de la terrible y luminosa Calcuta, supe que probablemente nada sería ya lo mismo...

Me resultaba definitivamente imposible imaginar Calcuta sin ti, como también imaginarte sin Calcuta. La Ciudad de la Noche Espantosa, como la llamaba Rudyard Kipling... La ciudad de los olores terribles. La ciudad de los que nacen, sobreviven y mueren en las calles. La Ciudad de la Alegría...

Una hermana me pidió que subiera por las escaleras hasta el primer piso y esperara. Creí escuchar cantos que provenían de lo que parecía ser una capilla. Cantos de una armonía, color y afinación indescriptibles. Cantos que tenían alas. Oceános de bellísima música. Sentí que se abrían los párpados de mis oídos en una emoción nueva.

... Pequeña, muy pequeña, casi arrastrando tus gastados pies, frotando enérgicamente tus grandes manos, ese gesto tan tuyo, con esas profundas arrugas que se me antojaron mapas de guerra. De esa guerra que peleabas con amor y pasión desde hace casi cincuenta años por tus leprosos, tus desamparados, tus enfermos, tus moribundos, tus desnudos, tus hambrientos, tus postergados, los más pobres de los pobres... Si veías un hambriento, lo alimentabas; un desnudo, lo vestías; un sediento, le dabas de beber; un enfermo, lo curabas; un desamparado, le dabas techo; un moribundo, lo abrazabas para que no muriera abandonado y solo. Y antes de la partida le dabas el 'ticket para San Pedro'. Llamabas así al bautismo. Simplemente el ideal evangélico. El Evangelio vivo. El amor en acción".

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