lunes, 29 de diciembre de 2008

Estaba preparado para recibir...

Sigo con la Madre Teresa y Mario Podestá, el fotógrafo argentino que le dedicó un espléndido reportaje. Así describe el periodista su situación existencial y sus impresiones de Calcuta cuando viajó a la India para conocer a la Madre. ¡Qué terribles y conmovedoras palabras! Recomiendo su lectura pausada:

"En aquel viaje a India pude comprobar nuevamente mis intuiciones acerca del valor de la vida humana según su color. Ese viaje significaba en aquel preciso momento histórico una suerte de retorno a las fuentes. De alguna forma, desde algún lugar, era un alma arrastrando un cuerpo. Las sombras se alargaban dentro mío. Me sentía partido en dos mitades y cada una de ellas corría en sentido contrario. Hacía más de dos años que no me detenía, de guerra en guerra, pasando por la vida sin vivirla. Me sentía un marginal ininteligible, capaz de internarme en los laberintos de las experiencias límite y regresar de allí con testimonios terribles y creíbles. Dicen que uno no deja la profesión de periodista, ella lo deja a uno. Finalmente llegué a Calcuta. Mi primera vez...

Al llegar quedé fascinado en el acto. Amor a primera vista. Aunque, como aquellas mujeres de las que uno se enamora, aun sabiendo que sufrirá por causa de ellas. Calcuta entró sin llamar y se instaló en mi espíritu para siempre. Quise abrir el corazón y permitirme 'cruzar la línea'. Luego de ello sabía que ya no habría retorno. Se es antes y después de Calcuta.

... Calcuta es una especie de 'collage' inquietante. Vibra con millones de luces sobrenaturales, que parecen brotar de entrañas dolientes y manantiales invisibles. Embates de aromas cargados de sudor, hambre y furia, es la ciudad de los olores terribles. El hambre y la furia tienen olor a fin del mundo. Había llevado muy poco equipaje. Sólo ropa para un par de cambios, tabletas purificadoras de agua, mi equipo de fotografía, un grabador de mano, unas cintas con Nocturnos de Chopin y un maletín lleno de cartas de amor. Sentía que Calcuta sería un buen lugar para releerlas.

... No esperaba nada. Estaba preparado para recibir. No tenía idea de lo que buscaba. Imaginé entonces que lo sabría cuando lo encontrara. Y sólo si ello sucedía.

Y finalmente sucedió, al regreso, en soledad, y sobre mi mesa de luz, al ver las fotografías obtenidas. La cámara nos proporciona una suerte de blindaje momentáneo y casi infantil que nos ayuda a no involucrarnos con el espanto mientras realizamos las imágenes... Creí sentir el grito de la ciudad. Esa especie de grito ahogado, egoísta, por momentos gracioso y por momentos profundamente canalla. El grito de una ciudad tremendamente vulnerable, aunque despótica y soberbia. El alarido desde la carne quemada de una ciudad triunfante, apocalíptica y miserable.

Y comencé a darme cuenta... de que había soñado cada rincón y cada rostro de Calcuta antes de saber siquiera que existían. Los bellísimos rostros de los niños de Calcuta. Rostros con millones de años de luz en la mirada.

Esa maravillosa ciudad, herida sangrante de una humanidad morena, inconmovible y olvidada, se sumergía una y otra vez en la noche más espantosa con su respiración húmeda y agitada, para volver a nacer en la mañana del primer amanecer del mundo.

Calcuta desafiaba la vida desde el espanto. Y el espanto desde el espíritu.

No le concedí tiempo al sueño. Caminé como sonámbulo entre sombras flacas y olores siniestros hasta el amanecer. La vida me urgía. Siempre suele ser más tarde de lo que uno cree.

Debo reconocer que siempre he puesto mi fe en lo que puedo tocar y ver. Calcuta desafiaba todo cálculo racional. Me hacía estar con todos mis sentidos en alerta. Sentía que creía en esta ciudad a partir de la incertidumbre, lo que la convertía en poderosa. La incertidumbre como fundamento de todo poder. Y el poder como cimiento de toda fe.

Calcuta me observaba con esos millones de ojos fijos. Con sus océanos de lágrimas secas.... Caminaba como un fantasma desquiciado, en una geografía húmeda, caliente y desolada, esquivando los cuerpos ocultos entre las sombras, cubiertos con mugrientos trapos grises y marrones. Mi cabeza era como un tambor golpeado por un demente.

Cada ciudad tiene sus fantasmas... Los de Calcuta, cuerpos yacentes en la noche espantosa. La ciudad de aquellos que han nacido, sobreviven y habrán de morir en las calles... Calcuta duele. Y no existe dolor que no tenga significado. Y esta ciudad se clavó como una espina ardiente en las profundidades más insondables de mi espíritu para el resto de los tiempos".

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