lunes, 29 de diciembre de 2008

El rito cotidiano de la resurrección

Último. Mario visita el Nirmal Hriday, la Casa del Corazón Puro, hogar de los enfermos y moribundos abandonados. Allí asiste al espectáculo de la victoria sobre el último enemigo humano: la muerte.

"Esa mañana de Nochebuena -24 de diciembre de 1993-, cerca de las siete, entré por primera vez en el Hogar de los Moribundos. El silencio era sobrecogedor. Tuve una sensación extraña en el estómago. Tal vez mezcla de temor, nervios y rechazo. Al bajar la mirada me crucé, durante algunos segundos, con la de un hombre acostado en el primer camastro de la sala y envuelto en una manta harapienta de un color impreciso. Esa manta también envolvía su cráneo, que percibí casi rapado y que apenas dejaba al descubierto parte de su rostro. Me refiero a sus ojos. Me impresionaron. Cuencas oscuras forzadamente abiertas, como transpirando un dolor que imaginé muy intenso. Los huesos de los pómulos se marcaban en el rostro como lastimando la piel, de color acre y cubierta de pequeñas llagas y manchas de color oscuro. En unos segundos, que se me antojaron una eternidad, ese hombre no quitó su mirada de la mía. Tuve yo finalmente que girar mi cabeza. Fueron segundos dolorosamente insoportables. Y por primera vez en mi vida profesional bajé mi cámara resistiendo la tentación de estampar ese rostro, el rostro de la muerte, en la mente y el corazón de miles de seres humanos que más tarde verían esas imágenes... Al volver a entrar, aquel hombre de los inmensos ojos llenos de dolor ya no estaba. Había muerto.

... En ese momento tuve la estremecedora sensación de que todo lo que estaba presenciando era parte de un digno acuerdo que estos seres humanos hacen con la muerte. Y el rito cotidiano de la resurrección".

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