sábado, 27 de diciembre de 2008

El hecho extraordinario

Hoy he releído con verdadera emoción el relato de la conversión del profesor García Morente, lo que él designó como "el hecho extraordinario". El que fuera catedrático de Ética y decano de Filosofía de la Universidad de Madrid se encontraba en París, exiliado tras el asesinato político de un familiar a manos de milicianos y avisado de que su propia vida corría serio peligro. Era la noche del 29 al 30 de abril de 1937.

Tras esta experiencia Manuel García Morente ingresaría en el Seminario de Madrid para hacerse sacerdote. El relato fue escrito por el propio protagonista en septiembre de 1940 para dar a conocer a su director espiritual, D. José María García Lahiguera, el itinerario de su acercamiento a Dios y a la fe de la Iglesia. El texto permaneció inédito hasta después de su muerte. Transcribo algunos fragmentos en varias entradas del blog para utilidad de quien no lo conozca o no lo tenga a mano.

Comienza D. Manuel describiendo su atormentada vida en el exilio -alejado de su familia- y su estado de rebeldía ante Dios. Y sin embargo le sucedían hechos que parecían confirmar la acción providente de Dios:

"El conjunto de lo que me estaba sucediendo tenía caracteres verdaderamente extraños e incomprensibles. Alrededor de mí o, mejor dicho, sobre mí e independientemente de mí, se iba tejiendo, sin la más mínima intervención de mi parte, toda mi vida... Yo permanecía pasivo por completo e ignorante de todo lo que me sucedía. Dijérase que algún poder incógnito, dueño absoluto del acontecer humano, arreglaba sin mí todo lo mío... Tuve profunda y punzante la sensación de ser una miserable briznilla de paja empujada por un huracán omnipotente".

"Por tercera vez la idea de la Providencia se clavó en mi mente. Por tercera vez, empero, la rechacé con terquedad y soberbia. Pero también con un vago sentimiento de confusión y angustia. Era demasiado evidente que yo por mí mismo no podía nada y que todo lo bueno y lo malo que me estaba sucediendo tenía su origen y propulsión en otro poder bien distinto y harto superior. Con todo, refugiábame en la idea cósmica del determinismo universal, y una vez que se me ocurrió tímidamente el pensamiento de pedir, de pedir a Dios, esto es, de rezar, de orar -que era sin duda la actitud más lógica y congruente con todo lo que me estaba sucediendo- rechacelo también como necia puerilidad. ¡Qué demencia!..."

Pero las cosas se torcían, la angustia le invadía, estaba en manos de la desesperanza:

"Derrumbose otra vez en mi alma la confianza en la determinación natural de causas y efectos, y la inquietud profunda se apoderó otra vez de mí. No podía hacer nada. Lo que quiera que hubiese de acontecer, allá se fraguaba, lejos, sin la más mínima posibilidad de una acción eficaz por mi parte... Aquellas noches fueron atroces. ¿Qué está haciendo de mí -pensaba- Dios, la Providencia, la Naturaleza, el Cosmos, lo que sea? La impotencia, la ignorancia, una noche sombría en derredor y nada, nada absolutamente, sino esperar la sentencia de los acontecimientos. ¡Esperar! ¿Y cómo esperar sin saber? ¿Qué esperanza es esa esperanza que no sabe lo que espera? Una esperanza que no sabe lo que espera es propiamente... la desesperación".

"Empezó a invadirme un sentimiento raro, una especie de depresión total, absoluta, de todo mi ser, una dejadez infinita, de la que salía, como por el estímulo de un latigazo interior, para precipitarme en estados de sobreexcitación febril".

Sopesaba el profesor en sus razonamientos, alternativamente, la idea de Dios y su negación:


"Claro está que en seguida se me apareció en la mente la idea de Dios. Pero también en seguida debió de asomar en mis labios la sonrisa irónica de la soberbia intelectual. Vamos -pensé-, Dios, si lo hay, no se cura de otra cosa que de ser. Dejémonos de puerilidades".

Confianza y rebelión se sucedían hasta llevar a D. Manuel al extremo:


"...El solo pensamiento de que hay una Providencia sabia bastó para tranquilizarme; aunque no comprendía ni veía la razón o causa concreta de la crueldad que esa misma Providencia practicaba conmigo, negándome el retorno de mis hijas."

"...Pensaba en Dios, pero siempre en el Dios del deísmo, en el Dios de la pura filosofía, en ese Dios intelectual en el que se piensa, pero al que no se reza"...

"En mi alma se produjo una especie de protesta, y creo, Dios me perdone, que algo así como una blasfemia subió a mi mente. Creo que acusé de cruel, de indiferente, de burlona, de sarcástica, esa Providencia que se complacía en zarandear mi vida, en traerla y llevarla a su antojo inexplicablemente, en darle y atribuirle acontecimientos y hechos que yo no quería. ¿Qué puedo esperar -pensaba yo- de un Dios que así se complace en jugar conmigo...? No me someto al destino que Dios quiere darme; no quiero nada con Dios, con ese Dios inflexible, cruel, despiadado... Me apareció claramente que sólo una cosa era libre de hacer para mostrar mi oposición a esa Providencia, que se me antojaba inaccesible y hostil: quitarme la vida..."

"Pero tan pronto como me di cuenta de la conclusión a que había llegado me espanté de mí mismo. No por la idea del suicidio en sí, que ya en otras ocasiones había entrado en los ámbitos de mi conciencia, sino más bien por la absoluta ineficacia de un acto así, que a nada conducía, que nada resolvía... Seriamente me entró la preocupación de si no estaría empezando a desvariar. En realidad, había llegado al fondo de un callejón sin salida".

Manuel García Morente, El "Hecho Extraordinario", Rialp, 2002, 3ª ed., pp. 21-36.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Texto buenísimo, muchas gracias, estoy experimentando en estos dias eso que dice él, pero yo al contrario, con la seguridad firme que es Cristo quien hace mi vida, cosa que me da paz y tranquilidad.

Ruth