lunes, 9 de febrero de 2009

Como iglesias sin bendecir

Este pasado domingo escuchábamos en las lecturas de la misa la dura experiencia de Job, el justo que sufre, y en el Evangelio la curación de la suegra de Pedro, así como la inagotable actividad curativa de Jesús en permanente contacto con el mundo del dolor. La enfermedad y el dolor nos desconciertan y con frecuencia no sabemos cómo reaccionar. El caso de Eluana Englaro lo pone de manifiesto. Sólo si el dolor adquiere un sentido y si quien sufre -o ve sufrir- está acompañado, es posible resistir a la cultura de la muerte. La salida al sufrimiento no es la muerte, sino el amor y la com-pasión que afirman el valor de la vida en toda circunstancia. Sufrir con el que sufre, alegrarse con el que se alegra. El dolor es parte inevitable de la vida. Lo decía bellamente el poeta Rosales:

"Los hombres que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir".

Luis Rosales

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