jueves, 5 de febrero de 2009

Estar a la altura de la Palabra

La gran música occidental -afirma Benedicto XVI- nace de la exigencia cristiana de estar a la altura de la Palabra revelada, de su exigencia de belleza. Escuchando a Tomás Luis de Victoria, Bach, o Mozart comprendemos la verdad de este juicio.

"Escuchemos en ese contexto una vez más a Jean Leclercq: Los monjes tenían que encontrar melodías que tradujeran en sonidos la adhesión del hombre redimido a los misterios que celebra. Los pocos capiteles de Cluny, que se conservan hasta nuestros días, muestran los símbolos cristológicos de cada uno de los tonos".

En San Benito, para la plegaria y para el canto de los monjes, la regla determinante es lo que dice el Salmo: Coram angelis psallam Tibi, Domine -delante de los ángeles tañeré para ti, Señor (Salmo 138, 1). Aquí se expresa la conciencia de cantar en la oración comunitaria en presencia de toda la corte celestial y por tanto de estar expuestos al criterio supremo: orar y cantar de modo que se pueda estar unidos con la música de los Espíritus sublimes que eran tenidos como autores de la armonía del cosmos, de la música de las esferas.

Los monjes con su plegaria y su canto han de estar a la altura de la Palabra que se les ha confiado, a su exigencia de verdadera belleza. De esa exigencia intrínseca de hablar y cantar a Dios con las palabras dadas por Él mismo nació la gran música occidental".

Benedicto XVI, Discurso al mundo de la cultura, París, 12 septiembre 2008.

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