domingo, 28 de febrero de 2010

Pero, ¿qué es el silencio?

Más sobre el silencio. ¿Qué es? ¿Por qué es tan importante en la vida? Reflexiones de un educador:

"Pero, ¿qué es el silencio? ¿Por qué es tan importante para cada hombre, sobre todo para cada cristiano, y por ende para cada sacerdote? ¿Cómo puede madurar en nosotros el hábito del silencio?

El silencio hace pensar, en primer lugar, en la ausencia de palabras, de sonidos. Hay un valor en todo esto, pero no podemos detenernos en este punto. Yo no quiero el silencio para no oír y no ver, para abstraerme de la vida. Todo lo contrario, deseo el silencio para poder ver con mayor profundidad, para poder escuchar las palabras más importantes, a menudo reprimidas o escondidas, para poder detenerme en ellas. Por lo tanto, si el silencio exige una determinada lejanía del bullicio y de los ruidos diarios, es para entrar con más profundidad en la realidad, para descubrir la cara verdadera de las cosas, que a menudo está escondida detrás de un velo.

Para el cristiano, el silencio es la mirada de la fe sobre las cosas del mundo. No estoy diciendo que el cristiano sea un visionario. La fe no le hace ver cosas imaginarias o irreales, sino que le hace capaz de mirar con mayor profundidad las mismas cosas que todos miran. Al contrario que las filosofías o religiones orientales, el cristiano, en el silencio, no tiene delante la nada sino un “tú” personal.

El poeta Clemente Rebora ha escrito en una poesía llamada El álamo este bellísimo verso: «Y el tronco se hunde donde es más verdadero». Desde la ventana de mi habitación veo tres álamos piramidales. Cada vez que paso a su lado me vienen a la cabeza las palabras de Rebora. Me parece que contienen una imagen apropiada del silencio. También nosotros, como el hombre de todos los tiempos, miramos a menudo la vida en fragmentos: un acontecimiento, otro, una palabra, un suceso que descubrimos en el periódico… Todo nos parece dividido y por eso, en última instancia, sin sentido. El silencio, la fe, nos permiten descubrir la unión entre las cosas, los acontecimientos, las palabras. Nos permiten percibir, aunque de lejos, como en un espejo, enigmáticamente (1 Cor 13, 12), el rostro de aquél por quien todo se ha hecho y hacia quien todo se dirige. (véase Hch 17, 24-28; Col 1, 16). Únicamente en el silencio podemos ser capaces de acoger el sentido de las cosas más grandes, el dolor y la alegría, el amor y el cansancio, la belleza y las heridas. Pero en el silencio hasta las cosas más pequeñas se vuelven significativas".

M. Camisasca

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