domingo, 18 de enero de 2009

Juan y Andrés: el método cristiano

En el Evangelio de hoy hemos escuchado el relato del encuentro de los primeros discípulos con Jesús. ¡Qué espléndido pasaje! Y espléndida también la evocación de estos hechos tantas veces realizada por don Giussani. Esta es una de ellas:

"Aquel día estaba Juan allí de nuevo con dos de sus discípulos. Fijando su mirada en Jesús que pasaba dijo...". Imaginad la escena. Tras 150 años de espera, por fin, el pueblo hebreo, que siempre a lo largo de toda su historia, durante dos milenios, había tenido algún profeta, alguno reconocido por todos, tras 150 años, por fin, tenía un nuevo profeta: se llamaba Juan el Bautista... Toda la gente -ricos y pobres, publicanos y fariseos, amigos y adversarios- iban a oírle y a ver cómo vivía, al otro lado del Jordán, en una tierra desierta, comiendo langostas y hierbas silvestres. Tenía siempre un corro de personas a su alrededor.

Entre estas personas se contaban también aquel día dos que habían ido por primera vez y que venían, por así decirlo, del campo: del lago, que estaba bastante lejos y se encontraba fuera de la influencia de las ciudades importantes. Estaban allí como dos pueblerinos que van por primera vez a la ciudad, turbados, mirando con ojos asombrados todo lo que sucedía a su alrededor y, sobre todo, mirándole a él. Estaban allí con la boca abierta y con los ojos abiertos de par en par para mirarle, para oírle, atentísimos.

De repente, uno del grupo, un hombre joven, se marcha tomando el sendero que bordea el río para ir hacia el Norte. Y Juan el Bautista, de improviso, con la mirada fija en él, grita: "¡He ahí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo!". La gente no se movió, porque estaba acostumbrada a oír de vez en cuando al profeta expresarse con frases extrañas, incomprensibles, sin nexo aparente entre ellas, sin contexto; por eso la mayor parte de los presentes no hizo caso de ello. Pero los dos que venían por primera vez, que estaban allí pendientes de todas las palabras que decía Juan, que miraban sus ojos y los seguían hacia donde él dirigía su mirada, vieron que se fijaba en aquel individuo que se iba y se marcharon detrás. Le seguían manteniéndose a distancia, por temor, por vergüenza, pero extraña, profunda, oscura y sugestivamente movidos por la curiosidad.

"Aquellos dos discípulos, cuando le oyeron hablar así, siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que le seguían dijo: '¿Qué buscáis?'. Le respondieron: 'Rabí, ¿dónde vives?' Les dijo: 'Venid y lo veréis'". Ésta es la fórmula, la fórmula cristiana. El método cristiano es éste: "Venid y lo veréis". "Y fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con Él aquel día. Eran alrededor de las cuatro de la tarde". No especifica cuándo se fueron o cuándo empezaron a seguirle. Como decía antes, todo el párrafo, y también el siguiente, está compuesto de apuntes: las frases terminan en un punto que da por descontado que ya se saben muchas cosas. Por ejemplo: "Eran alrededor de las cuatro de la tarde"; pero, ¿quién sabe cuándo se fueron, cuándo se marcharon de allí? Sea como fuere, eran las cuatro de la tarde".

Luigi Giussani, diciembre 1994.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola buenas noches

Gracias por hacerme recordar mi encuentro, por hacermelo rememorar esta noche, mi encuentro con Cristo con el de Juan y Andrés, porque a mi me ha pasado lo mismo que a ellos. Gracias amigo.

Ruth