lunes, 6 de julio de 2009

El orden, la paz... y la muerte

Tras haber asistido al rezo de Maitines con los monjes -en plena noche- van der Meer regresa a su celda y se pregunta por el sentido de lo que acaba de vivir:

"Estoy solo, me siento en una silla, quisiera reflexionar. La vida me parece incomprensible. Si Dios no existe, si Él no es más que la invención del deseo del hombre, una visión que le ha sido sugerida por la desesperación que le provoca su espantosa soledad, entonces, ¿no es acaso una locura, un crimen, encerrarse así, privarse voluntariamente de los goces y de las bellezas de la vida, y dedicarse a adorar y a exaltar una cosa inexistente?

Pero, sin embargo, aquí siento el orden y la paz; la atención está dirigida hacia el alma, hacia lo que es interior, hacia lo eterno. Y la vida, la pretendida vida que nos tiene asidos a mí y a casi todos los hombres, y que nos empuja a ciegas, es una fuerza caótica; vivimos para las cosas exteriores, para saciar todos nuestros deseos; nos contentamos con lo transitorio. Buscamos aturdirnos, porque en el fondo tenemos miedo, porque al final de todas las aventuras está la muerte. Tengo fiebre, pienso en mi propia vida, en las estrellas, en la belleza, en los monjes que, muy cerca mío, descansan al otro lado del muro; pienso en el poder de la fe y luego en la duda que todo lo destruye. No encuentro un sostén en parte alguna, todo escapa a mi comprensión, hasta que surge en mi cerebro este pensamiento: la única certidumbre es la muerte. Y con nueva fuerza me abruman todos los misterios".

P. van der Meer, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, 1948, p. 66.

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